Por Guillermo Fajardo

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]U[/su_dropcap]na moralidad basada en la palabra es apenas una fábula. Se tiene que predicar con el ejemplo si se pretende demostrar su conveniencia. La visceralidad política que se sostiene en la virtud como único compás le ayuda solamente a quien tiene comprado, desde antes, un boleto al cielo. MORENA —en donde caben todos los arrepentidos— le presentó a la ciudadanía, apenas la semana pasada, una muestra política que, de no ser por sus llamadas a misa, no hubiera pasado a mayores.

Cuando el Senado de la República le negó licencia al gobernador Manuel Velasco para regresar a su estado a concluir con su periodo, un júbilo redentor revolvió el caudal puro del nuevo partido en el poder. Somos el cambio y ahí se puede ver, clamaron. Con el PRI y el PAN Manuel Velasco hubiera obtenido lo que quiso, dijeron. Horas más tarde, en una segunda votación, el Senado le concedió la licencia a Velasco. Algunos morenistas, anonadados y enfurruñados por la transgresión de sus mandamientos, se arroparon en una cólera sagrada.

Hay agradecerle a López Obrador este nuevo aspecto dentro de nuestra vida política. El PRI se presentó, en su momento, como un nuevo PRI, pero sin tocar las aristas peligrosas de la moralidad. Con razón: el partido oficial se representó a sí mismo renovado aunque después los descubrimos cínicos; MORENA se presenta nuevo e intocado y además éticamente irreprochable. El priismo es un partido cuya raíz ideológica —si la hay— es la de un pragmatismo fuerte que reproduce ciertos rituales —desde el Informe Presidencial hasta un corporativismo feroz— como sostén político a pesar de la ideología del Presidente en turno. El PRI tuvo el tino de abrir su espectro político sin sacrificar sus formas o su contenido; MORENA ha tenido la mala fortuna de abrir su espectro político sacrificando sus formas y su contenido. ¿Por qué? Porque su ejercicio democrático fue concebido desde el confesionario público como una manera de señalar vicios privados. El reproche que ahora se le hace a MORENA viene envuelto en los términos que ellos mismos establecieron. La negociación política, en la época de López Obrador, será concebida siguiendo termómetros de pureza.

Manuel Velasco y el Partido Verde Ecologista representan lo peor de la política mexicana. Son rémoras que nadie entiende, que nadie traga y que pueden tener, sin embargo, un capital político importante. No es MORENA quien gana con esta negociación sino el Partido Verde: podrán poner en su currículum institucional otra alianza que los volverá en la comparsa ideal de quien sea que llegue al poder. MORENA le demostró a sus seguidores una verdad política inconmensurable que, por obvia, parece innecesario recordar: las negociaciones por el poder no se miden contando virtudes sino consiguiendo votos. Debido a que MORENA imaginó su campaña, esencialmente, como una batalla contra el mal encarnado en la corrupción y la impunidad, sus costos políticos serán medidos como errores morales. Nada tan peligroso para quien quiera el poder que pensar su lucha con biblias seculares.

Visto así, en términos de MORENA, todo puede ser pasado por el cedazo de la moralidad: desde el derroche de las refinerías hasta su postración política ante el Partido Verde. Lo primero, una clara muestra de avaricia; lo segundo, una demostración obvia de traición. El cálculo, presentado de esta forma, no admite discusión alguna: no hay pretexto para ser avaro excepto por el de una falla en el carácter, como tampoco hay justificación clara para traicionar excepto por el de una inclinación malsana para obtener favores inmerecidos. La política no aparece en los cálculos morales del lopezobradorismo. 

Las patologías de la virtud comienzan a hacer mella en el discurso intachable de MORENA. Si el movimiento pretende juzgar a todos a partir de diversas concepciones de lo virtuoso, sus acciones deberán ser suficientes para demostrarnos que es más fácil alzar la voz… que no alzar la mano. Fueron pocos los que votaron en contra de otorgarle una licencia a Velasco. Esos, ¿serán los más virtuosos del movimiento o una tanda de traidores? Habrá que esperar a que López Obrador se suba al púlpito.

Desde ahí repartirá sus bendiciones.