Carlos Ornelas
Agradezco a Beatriz Pagés que me haya invitado a colaborar con Siempre!, una revista de solera. Mi columna, Contienda por la Educación aparecerá cada dos semanas. Me abocaré al análisis de la política educativa. Aclaro que tomaré el concepto política educativa en dos acepciones. La primera y más importante, la concepción de política como la lucha por el poder; la segunda como una estrategia gubernamental para ejercer ese poder vía instituciones y programas.
Aun desde antes de que, en 1921, se instituyera la Secretaría de Educación Pública bajo la guía de José Vasconcelos y el apoyo de los generales que ganaron en la Revolución Mexicana, la educación era motivo de pugna entre corrientes políticas —liberales y conservadores a lo largo del siglo XIX— y, a la vez, de esperanza para una vida mejor. Con la creación de la SEP comenzó la educación para las masas en este país; antes, si bien había instituciones aquí y allá, en especial en las ciudades y también escuelas profesionales pujantes, eran para la élite. Al fundar la SEP, el grupo gobernante sembró expectativas en la población acerca de un futuro promisorio.
Desde la aprobación de la Constitución en 1917 se asentó una lucha por la conducción filosófica, ideológica y política de la educación. El principio de educación laica era a la vez un precepto doctrinario y una consigna política. Su propósito era eliminar la enseñanza religiosa de las escuelas públicas y restringir la influencia del clero católico sobre la conciencia colectiva. La disputa entre la Iglesia y el naciente orden revolucionario fue extrema. Casi desata otra guerra civil; la cristiada o rebelión cristera fue una conflagración cruenta, aunque en regiones delimitadas.
Sus secuelas, sin embargo, fueron más allá. La pugna por los principios daba paso a posturas ideológicas y políticas. El interregno de la educación socialista exacerbó el jacobinismo. El Congreso promulgó que la educación que impartiera el Estado, además de excluir cualquier precepto religioso y combatir los fanatismos, debería organizar la enseñanza y sus actividades para permitir “crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo y de la vida social”. En esencia, canjeó un dogma por otro.
La reacción no se hizo esperar. Los remanentes cristeros y campesinos conservadores que seguían bajo la influencia de la Iglesia hostigaban a los maestros rurales, los expulsaban de sus pueblos, los torturaban cortándoles las orejas y hasta asesinaron a algunos.
A partir de la fundación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación la rivalidad por la educación perdió empuje conceptual y los afanes ideológicos disminuyeron. Ya no se trataba de lidiar para ver quién conquistaba la conciencia de los mexicanos. La riña fue por asuntos políticos: la captura del poder.
Si bien en sus primeros años, el SNTE fue un organismo corporativo incrustado en el aparato de Estado y al servicio del presidente en turno, con el paso de los años su liderazgo alcanzó grados de autonomía cada vez mayores. Transformó las primeras concesiones (las direcciones de las escuelas dejaron de ser puestos de confianza para entrar al escalafón sindical) en conquistas laborales y, en un proceso que tomó décadas, colonizó el gobierno de la educación básica. El Estado extravió el control de la educación.
La reforma educativa que surgió del Pacto por México arreció la reyerta por la educación. El tercero de los propósitos expresos fue recuperar la rectoría perdida. La enmienda al artículo 3, las leyes y los otros instrumentos políticos e institucionales que diseñó el gobierno que termina trataban de limitar el poder de las facciones del SNTE, aunque titubeó en sus tratos con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que hoy es la punta de lanza para desaparecer la reforma, en especial su instrumento más significativo: el Servicio Profesional Docente.
No que sea un desarrollo lineal, pero la historia de la educación en México ha estado en tensión constante. La parte más visible es la política. Aunque también hay debates doctrinarios e ideológicos, lo que interesa a los actores principales del sistema educativo mexicano es su control, no tanto la educación de los niños.
La contienda por la educación es de larga data. Presumo que los embates de la CNTE, el SNTE y Morena contra la reforma del gobierno de Peña Nieto que observamos hoy es un episodio en el combate perene por la educación. En poco tiempo cambiarán ciertos actores y tal vez advertiremos mudanzas en el aparato del Estado.
En artículos y libros he dado seguimiento a los proyectos de reforma desde 1992. Tanto el Acuerdo para la Modernización de la Educación Básica de 1992, como la Alianza por la Calidad de la Educación de 2008, dejaron sedimentos que otros actores retomaron. Conjeturo que las luchas políticas continuarán más allá de la reforma aún vigente. Y las promesas de un futuro mejor seguirán en el ambiente.
De esos asuntos trataré en mi columna.

