Yolanda Rinaldi

¿Es posible que el escritor del exilio español, Ramón J. Sender, haya sido un espía doble? ¿Cuáles fueron sus querencias reales? Abandonado y lleno de amargura murió una noche de 1982 en San Diego, California. Su ex mujer, amiga y secretaria, Florence Hall, lo halló al día siguiente en la cocina del reducido departamento en donde el escritor vivió y desvivió los últimos años de su existencia, tras la caída de la República y ascenso de la dictadura franquista.

La pesadilla que encarnaba el dictador Francisco Franco, hizo soñar a los intelectuales de la España usurpada que solamente el Ejército Rojo ruso podría salvarlos. Algunos escritores, como el mismo Sender, Julián Zugazagoitia, José Bergamín o José Ramón Arana, entre otros, viajaron a la URSS llenos de esperanza y volvieron de aquellas tierras más hundidos en la incertidumbre para escribir sus experiencias (Sender: Madrid-Moscú Notas de viaje 1933-1934 y Arana Apuntes de un viaje a la URSS, 1938). El exilio los trajo a México, pero quien llevó la peor parte fue Sender que huyó a Estados Unidos debido al vacío y rechazo que en torno a su persona se generó entre los refugiados republicanos.

Cabe preguntar ¿qué pasaría por la mente de aquel hombre en su cárcel singular, al aire libre? Porque Sender fue un hombre de abandonos. Había nacido el 2 de febrero de 1901 en Chalamera de Cinca, Huesca; y su lugar de nacimiento quedó muy lejos de su existencia, por voluntad, cuando decidió dejar a sus padres y tomar las riendas de su vida. Signado de esta manera por las partidas y alejamientos familiares (como más tarde lo haría con sus hijos). Fue un “migrante” por naturaleza que “alzaba el vuelo” sin el menor reparo, precisamente dejó la comodidad del hogar para inventarse un oficio, el de periodista. En aquella época esta actividad no era una carrera universitaria, sino una elección por vocación y pasión.

Así, se encumbró con la palabra. ¿Comprendía Sender —en el ámbito de la coyuntura social española que se vivía— la importancia de la fuerza de la palabra contra la injusticia? Quizás. El caso es que se reveló como un comprometido columnista y reportero desde las distintas tribunas en las que colaboró sucesivamente El Sol, La Libertad, Solidaridad Obrera, Pueblo, La Crónica de Aragón, España Nueva, La Tierra, Telegrama del Rif, que sin duda fueron los cimientos de su narrativa posterior. Acaso en aquellos años de monarquía Sender percibió el cansancio de los españoles ante el sistema político de caciquismo y consabida sucesión en el poder de liberales y conservadores.

Cuando el general Franco se alzó en 1936 contra la II República, Sender ya estaba consolidado como periodista y escritor. Ante el hecho, dejó de lado su tragedia personal, la muerte de su esposa y de sus hermanos, Amparo Barayón fue fusilada por represalias contra él, mientras que Manuel, Saturnino y Antonio, murieron en la lucha. Sender se marchó a París para poner a salvo a sus pequeños hijos y volvió para entregarse a las milicias republicanas —que lo designaron capitán del batallón Amanecer (ahí se enfrentaría al poderoso Enrique Líster)— por ello no es un error asegurar que Sender puso a España por encima de sus afectos personales.

Sin embargo, el autor de Réquiem por un campesino español, Imán, Siete domingos rojos, El rey y la reina, entre los más de 120 libros que escribió, manifestó siempre un carácter oscilatorio. Fue un hombre insatisfecho, esa era su fórmula vital; intempestivo —a la manera como lo entendía Nietzsche, de “inconformidad con el espíritu de la época”— dueño de una extraña variación política, de titubeos y versatilidad ideológica, si no ¿cómo entenderíamos ese tránsito posterior de la URSS a Estados Unidos?

Es obvio que nunca fue un apolítico, como aseguraba, sino un agitador de ideas y no es extraño que al estallar la Guerra Civil fuera considerado ya la primera pluma del periodismo de izquierda, algunos llegaron a compararlo con Benavente y Valle Inclán, aunque más de uno lo denostó como Max Aub que le atribuía “incapacidad psicológica para superar antinomias derivadas de la polarización yo-sociedad”. Los críticos literarios hablaron también de su quehacer: Cansinos Assens consideró su primer libro como “fogonazo proyectado sobre un fondo de periodismo oscuro” y Eugenio de Nora lo calificó de “realista crítico”; sin embargo, la literatura no fue su plataforma, porque Sender construyó en la prensa el basamento ideológico y político que luego articuló a lo literario.

Políticamente, vagó por los senderos del anarquismo, incitó a agricultores a organizarse, defendió al obrero, escudó la lucha callejera y el derecho de huelga, escribió “si el pueblo incendia hay que dejarle que incendie”, “hay que ser religiosamente enemigo de los dogmas y las iglesias”, sostenía. En este sentido su discurso anarquista fue claro. Usó en su momento la tribuna periodística para defender esas convicciones, que ya en su madurez negó. Pero, en su evolución, ¿cómo pasó de la retórica anarquista a la marxista? Empezó aconsejando: “La concepción marxista es la única que puede darles conciencia revolucionaria”; y acusó a la República de “sangrienta, cruel e incapaz”. Trabajaba para El Heraldo de Madrid y desde ahí rescataba lo bueno y condenaba lo malo de las acciones del gobierno republicano, pero ya lo seducía el Partido Comunista que buscaba instaurar en las zonas rurales el comunismo libertario; sucedió que un grupo de campesinos de Casas Viejas fue asesinado y el reportero Sender reveló el hecho. Tras el escándalo, el gobierno de Manuel Azaña cayó. Los republicanos nunca le perdonaron.

También, en sus contradicciones, se movió por los caminos del trotskismo; incluso buscó a Trotsky en Francia, pero antes del Partido Comunista Español también fue expulsado: “por indisciplina a las directrices de la Internacional Comunista”. Sender tenía la particularidad de negar sus filiaciones y sus evidencias ideológicas, sin temor a las consecuencias, como lo revela su novela El sosia y los delegados, donde escribió: “Si alguno se resistía o trataba de rectificar o reflexionar, era inmediatamente destituido y lenta, pero infaliblemente, reducido al ostracismo, a la soledad, a la ruina moral por la difamación y a la aniquilación física”. Una situación que él mismo, al igual que su protagonista, vivió en carne propia.

Sin reparos decía: “no tengo talento político y nunca me importó la política”, lo que ilustra las palabras de Borges “te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca fue leal”, pues contra todo, a Sender no lo retenían querencias ni lealtades políticas, menos familiares. Viajó a Nueva York para dejar encargados a sus hijos Ramón y Andrea, con su amiga Julia Davis, con la promesa de volver: nunca más volvió. Continuó con sus compromisos. A su segunda mujer, Elixabete Altube, con quien procreó a Manuel, la abandonó para realizar en Estados Unidos una serie de conferencias propagandísticas por encargo de la República de la cual se distanciaba pero volvía, porque su querencia era España. En 1980 regresó para recibir de manos del rey Juan Carlos el Lazo de Isabel la Católica, suscribiendo, una vez más, su variación ideológica.

Respecto a su pacto con Estados Unidos, ¿cómo fue? ¿Mudó de ideas? ¿Por qué lo apoyó EU si había estado vinculado a Moscú? ¿Acaso sirvió a los intereses del imperio? ¿Fue la razón que lo separó para siempre de sus hijos? Dicen que Sender en su lejanía, en momentos de necesidad de consuelo, siempre recordó a su madre, doña Andrea, su único amor, que nunca censuró su alejamiento y le dio las bases y la fuerza para que jamás modificara su certeza, tal vez, como dice su protagonista de El lugar de un hombre “para convertir el destierro en un placer”. Aislado, murió en el mismo lugar que el escritor húngaro Sándor Márai (quien se suicidó en San Diego en 1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín) ¿Coincidirían alguna vez? ¿Hablarían de su desesperanza del comunismo y las maravillas del imperio?