Para que sea duradera, la reconciliación debe ser acompañada por la  justicia. Aunque todos queremos la paz, no puede ser a cualquier costo, porque la paz se basa en principios, en justicia.

Corazón Aquino

La incansable actividad del presidente electo Andrés Manuel López Obrador muestra su innegable experiencia y sagacidad para aprovechar la natural reducción de la actividad del gobierno saliente, a causa, primero, de la preparación del último informe presidencial, y, segundo, por la normal reducción del ritmo de actividad por las tareas que impone la transición.

Porque la transición implica una farragosa recopilación de información para los funcionarios que tomarán posesión el 1 de diciembre, la preparación del proceso entrega-recepción, igualmente farragoso por el indispensable cumplimiento de las normas que lo rigen.

A 89 días de la toma de posesión, es crecientemente difícil que, sin el pleno conocimiento que otorga el conocimiento de cómo será la administración que recibirán, López Obrador ha debido recurrir a su experiencia y ya muchos de los eventos de sus reuniones con organizaciones y agrupaciones, tanto de CDMX como de provincia, ha empezado a convertirlos en actos de campaña.

Se entiende que lo haga, pero a poco menos de doce semanas del uno de diciembre, es también un riesgo, porque en sus eventos se ve obligado a reiterar promesas de campaña que, ya como presidente electo, está obligado a cotejar con la realidad real, no con la narrativa de la campaña.

Un ejemplo fue su reunión el pasado lunes con los profesores de la CNTE, a quienes ratificó la promesa de que apenas tome posesión desmantelará la reforma educativa, compromiso en el que cayó hasta en la conferencia conjunta en Palacio Nacional con el presidente Enrique Peña Nieto.

Dijo a los profesores de la belicosa CNTE que los exhortaba a no suspender las clases; “que no haya ausentismo”, les dijo. A cambio, instruyó el designado secretario de Educación Pública a iniciar gestiones para liberar a todos aquellos que los vagos de la CNTE  consideran “presos políticos”.

O nadie le dijo o no quiere saber López Obrador que la mayoría de esos “presos políticos” son reos de delitos del fuero común. Algunos, como varios miembros del cartel de la sección 22, están presos por haber sido  responsables de varios secuestros. A esos presos políticos quiere liberar.

¡Qué tristeza! El presidente electo, en rol de activista, tampoco escucha a los sufridos oaxaqueños que, con dolor, ante la impunidad, indefensos ante los delitos y la violencia criminal de la CNTE solo lanzan un resignado lamento: “Ya Dios se olvidó de nosotros”.