Karla Ximena Salinas

Algo en Fuenteovejuna fue una puesta en escena que se presentó en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del Centro Cultural Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México el pasado mes de mayo. La obra, vale la pena recordarla, era una versión libre de Fuenteovejuna, la clásica obra de Lope de Vega, el más popular, por no decir el más importante de los dramaturgos de los Siglos de Oro. Fernando Bonilla, dramaturgo y director mexicano, quien ha trabajado de manera crítica la violencia que se sufre en nuestro país, en obras como Mas si osare, un extraño enemigo, cuyo guion partió de un abuso padecido en carne propia, construye ante los ojos del espectador una Fuenteovejuna situada en un lugar al norte del país. Esta localidad es permanentemente acosada por las dinámicas de violencia que han impuesto los grupos del crimen organizado y el gobierno mexicano con su incompetencia, ignorancia y corrupción.

La adaptación del foro Sor Juana Inés de la Cruz ofreció al auditorio una acción desplegada en dos niveles. Pareciera que el superior se identifica con lo público. Allí se desarrolla la primera escena que cuestiona el papel de la sociedad y lo que sucede en el país en relación con las nuevas plataformas de comunicación. Allí no se ve a los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, preocupados por retomar el control de la población, sino que se muestra la situación de Fuenteovejuna mediatizada por los noticieros, los videos realizados por los grupos delincuenciales y por Juan Rojo (interpretado por el gran actor Héctor Bonilla), que desesperado clama por ayuda. También allí se atestiguan los debates entre los políticos de las Cámaras de Senadores y Diputados, cuyo discurso es un cantinflear incesante, mientras sus movimientos exagerados y sus rostros pétreos, que recuerdan a una mezcla entre máscaras de teatro, monolitos de la Isla de Pascua y esculturas de Honoré Daumier, acaban de configurar lo absurdo de esas escenas.

Por su parte, el nivel inferior, lo privado, entendido esto por lo que en concreto sucede a los habitantes de Fuenteovejuna, es el escenario donde se presentan un comendador Fernán Gómez de Guzmán como capo del crimen organizado, una Pascuala reportera, unas canciones que ya no son alabanzas a los reyes de Aragón, sino sentidos corridos. Éstas y otras libertades acercan al público, entre la selección de algunos versos de Lope, a lo que puede estar sucediendo en el momento mismo de la función: a los feminicidios, a las desapariciones forzadas, a la impunidad, a la normalización de la violencia en cualquiera de sus representaciones, por más cruentas que éstas puedan ser.

La realidad se muestra triste y desoladora, todos se encuentran impotentes frente a tanta afrenta, ante la cual hay que admitir que, como dice uno de los personajes, “en esta tierra estamos más cerca de muertos que de versos”. Al final, la unión de los habitantes de Fuenteovejuna para hacer justicia por mano propia y la responsabilidad asumida de manera colectiva en el grito: “Quién mató al comendador” y la respuesta de todos: ¡Fuenteovejuna, señor!”, que también se manifestaron en el episodio histórico español en el que Lope basó el argumento de su obra, plantean numerosas preguntas a quienes observan desde sus asientos, mismas que bien podrían agruparse en la siguiente: ¿qué hacer con tanta indignación?

Y este recuerdo a propósito de que Fernando Bonilla, ahora en el Teatro Orientación pone en escena A ocho columnas, obra de nada menos que Salvador Novo que se refiere a la corrupción en el periodismo y que comentaremos en nuestro próximo suplemento.

La autora es alumna de Letras Hispánicas, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.