Las migraciones, a lo largo de la historia, han sido propiciadas por la guerra, la enfermedad, las creencias religiosas y, en general, las necesidades económicas de poblaciones enteras, a los que se les ha cerrado el porvenir y no tienen otra alternativa que lanzarse a aventuras de consecuencias inesperadas.

Por supuesto que han existido migraciones que enriquecen la vida cultural y económica de una nación, como fue el caso del exilio español, entre los que figuraron distinguidos profesores de ciencias y humanidades, que generaron mejores condiciones en el desarrollo académico de la nación; también recordamos la migración chilena que —huyendo del dictador Pinochet— se refugió en nuestro país.

México ha sido rosa de los vientos de la libertad y campeón del derecho de asilo; aquí se han forjado los políticos de América Latina que han encontrado abrigo y amistad, para retornar —más tarde— en muchos de los casos a la toma del poder.

La soberanía nacional es probablemente el escalón más alto de nuestra esfera jurídica y que cubre con su manto la independencia, la autonomía y la libertad de la nación.

Es un derecho soberano del Estado mexicano fijar las normas de inmigración y, desde luego, estas no pueden ser violentadas en un ingreso forzoso y multitudinario, como el que acaba de sufrir la vulneración de nuestra frontera sur.

Por otra parte, los derechos humanos y las garantías individuales son la protección que la Constitución otorga a todos aquellos que se encuentren al interior del país, independientemente de su calidad migratoria. Por eso, con el sólo hecho de haber ingresado a México, los integrantes de la caravana de centroamericanos tienen acceso a estos principios fundamentales de nuestro derecho nacional.

El gran problema que se nos plantea a la sociedad y al gobierno es qué política a seguir para que —respetando el marco jurídico— se puedan establecer formas definidas y claras que revisen este proceso, que siempre hemos sufrido, pero nunca en la dimensión que hoy se presenta y a la que concurren además dos fechas de importancia política: las elecciones del Congreso Norteamericano y el inicio del nuevo gobierno mexicano.

Hasta hoy, el juego del presidente Trump tiene dos filos: por una parte, si el gobierno de México detiene a la caravana, va a parecer como un mandato de nuestro vecino; y, si a deja llegar a la frontera norte va a servir de pretexto para que Trump la aproveche y obtenga ventaja política en la próxima elección, pues justificaría su política migratoria discriminatoria y xenofóbica, que pretende construir el muro de la ignominia.

El tema es grave y requiere de una información clara por parte del gobierno, que explique las medidas que va a tomar; en cualquier caso, las escenas de una represión masiva, serían no sólo dolorosas, sino tendrían un enorme costo político para el gobierno.

Difícil y embarazosa la situación que nos provoca esta caravana, que en el fondo refleja las graves diferencias y la injusticia social, que se vive en nuestro continente; por otra parte, puede que existan manos no identificadas que estén manipulando este tan espinoso, doloroso y dramático problema.