Un fenómeno interesante para reflexionar acerca del cine, es el debate alrededor de los límites éticos que se dibujan, de manera difusa, al narrar una historia. Sobre todo cuando esta cuenta hechos sucedidos en la vida real, ya sea que se presenten a manera documental o a través de la ficción.

Dos películas ligadas temáticamente, presentadas ya en festivales y una de ellas disponible a través de streaming, nos presentan la oportunidad de plantearnos ese dilema. Se trata de filmes que narran los atentados terroristas de 2011 en Noruega.

Ninguna de las cintas oculta los hechos en su desarrollo. El espectador sabe de antemano cuáles fueron los alcances de la tragedia y no tendría sentido que no fuese así, dado que se trató de un evento de cobertura internacional.

El 22 de julio de ese año, Andrew Berwick, un simpatizante de la ultraderecha noruega colocó un coche bomba en el distrito gubernamental de la capital de Noruega, Oslo. Mientras el país se sacudía por la noticia, especulando sobre posibles acciones del islamismo extremo, Berwick se dirigió a la isla de Utøya, donde cerca de 600 jóvenes y niños participaban de un campamento de verano del Partido Laborista Noruego, una entidad socialdemócrata al frente del gobierno. En Utøya, disfrazado de oficial, accionó armas de fuego indiscriminadamente contra los menores, asesinando a 77 de ellos, en lo que representa uno de los peores atentados en Europa, sobre todo al ser dirigido hacia menores.

En Utøya, dirigida por Erik Poppe y presentada en el Festival de Berlín, la narrativa se centra en los acontecimientos de la isla, a través de un personaje ficticio: Kaja, una joven de 18 años que con su hermana menor acampaba en el lugar de la masacre.

La propuesta del director noruego es mostrar la angustia de las víctimas, por lo que la cámara sigue en un largo plano secuencia a Kaja, durante su huida accidentada, entre el bosque y los acantilados donde se llevaba a cabo el tiroteo. Esto incrementa el suspenso hasta crear una auténtica situación de angustia e incomodidad. Ante la desesperación de los adolescentes no es posible permanecer impasible.

De forma inteligente, aunque polémica, Utøya no ofrece explicaciones, profundizaciones psicológicas ni reflexiones filosóficas, se interesa tan sólo en emociones: en el terror, en el sufrimiento, en el instinto de supervivencia, y en la solidaridad y la empatía.

Caso contrario es el de 22 de julio, cinta presentada en el Festival de Venecia y lanzada directo a la plataforma de Netflix. En ella, el británico Paul Greengrass apuesta por colocar su atención en el juicio a Andrew Berwick, una vez que ha sido detenido por la policía noruega.

Parcialmente basada en el libro Uno de nosotros, de la periodista Asne Seierstad, la cinta prefiere buscar la voz noruega en algunas de sus víctimas, en sus familias, en la comunidad y en el Primer Ministro Jens Stoltenberg, realizando un relato psicológico de la tragedia; del terror, pero transitando a la búsqueda de justicia y hacia la resiliencia.

También presenta la evolución y la derrota de Berwick, el hombre solitario, férreo defensor del nacionalismo blanco, encarnación de las ideas fascistas que avanzan en el mundo, mostrando los peligros de estas ideologías, incluso en los países que consideramos más avanzados.

Ambos relatos pueden ser complementarios, y ambos se encuentran con los mismos sin embargos, pues han hallado detractores en cuanto los hechos narrados son sumamente recientes, lo que habla de una excesiva comercialización de la tragedia, cuyo ejemplo máximo puede hallarse en la narrativa de los atentados contra las Torres Gemelas. De hecho el propio Greengras realizó una de las más aclamadas películas sobre el 11-S, Vuelo 93, apenas 5 años después del ataque terrorista.

Otra consideración en la mesa, es el respeto a las víctimas, al ser retratadas en su mayor vulnerabilidad, sobre todo en la cinta de Poppe, presentada en un formato similar al survival, modalidad utilizada casi exclusivamente en el cine de terror más mórbido.

Al final el propio debate es un logro, y es oportuno decir que ambas cintas contaron con la aprobación de las víctimas. Aún así, el espectador tiene la última palabra.