El candidato de la derecha dura Jair Bolsonaro ganó la primera vuelta de las elecciones en Brasil, el domingo pasado, confirmando la tendencia radical que se está extendiendo en varias partes de mundo en la actualidad (tendencia predicha por Madeleine Albright en su libro Fascismo. Una advertencia). Bolsonaro es un personaje por demás polémico. Su abanico de detalles se extiende desde una misoginia expuesta hasta una homofobia declarada, pasando por su convicción militarista y una devoción religiosa que huele al más puro fascismo autoritario.

Es militar de carrera y ha sido legislador en siete ocasiones por el Partido Social Liberal (PSL).

Hasta ahora, nadie ha podido explicar el porqué de su éxito. Se dice que el atentado que sufrió durante un evento de campaña lo convirtió en una especie de héroe. Es un candidato que no duda en declarar que agrediría a los homosexuales cuando los vea besándose, que se reserva el derecho de violar a una mujer, que preferiría ver muerto a su hijo en un accidente automotriz si le descubre que es gay.

Hay expertos que creen que estas afirmaciones más que alejarlo de la victoria, lo acercan aún más. Casos similares son los del presidente de Filipinas Rodrigo Duterte y del mismo Donald Trump. De hecho, los nuevos sondeos lo confirman ya como mandatario de Brasil en la segunda vuelta electoral a realizarse el 28 de octubre. Una encuesta realizado por Datafolha, lo ubica con 49 por ciento, frente a 36 por ciento de su único rival, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores.

Para expertos como Gilberto Lopes, periodista brasileño radicado en Costa Rica, Bolsonaro es el representante de los que quieren un Brasil en medio de torturas y represiones como una forma de acabar con las delincuencia y de la depuración social.

Asimismo, el internacionalista uruguayo Jorge Majfud nos comenta sus preocupaciones sobre el regreso de un Brasil dictatorial que podría contaminar la región sudamericana.

Estos son los comentarios que ambos especialistas enviaron a Siempre! vía correo electrónico.

Brasil dividido

¿A qué se debió el éxito de Bolsonaro en las elecciones?

En todo caso, es un comentario extendido entre los analistas que han tratado de vislumbrar las características de su campaña, donde el tema económico había estado prácticamente ausente. Más bien se ha centrado en los temas “identitarios”, como lo llaman en Brasil, o valóricos, o de derechos humanos, como los llaman en Costa Rica. La campaña fue absorbida por declaraciones inconcebibles del candidato del PSL, como el elogio explícito y público de la tortura, de la escalada de la represión para enfrentar la ola de delincuencia que vive el país, la defensa del régimen militar que se implantó en 1964, su desprecio por las mujeres, sus amenazas a los homosexuales y las declaraciones racistas de su candidato a vicepresidente, el general Hamilton Mourão, un partidario del “blanqueamiento de la raza”, en un país mestizo como Brasil.

Resultado de esa campaña, el sábado 29 de septiembre se realizaron en todo el país manifestaciones convocadas por grupo de mujeres con el lema de “Él ¡no!” Manifestaciones enormes a la que una prensa generalmente conservadora dio poco destaque. Pero entonces la candidatura de Bolsonaro empezó a ganar vuelo, siendo particularmente popular entre la juventud. Como ocurrió en Costa Rica, puestos sobre la mesa los temas de “valores”, la campaña se radicalizó y despertó manifestaciones de quienes rechazan las propuestas sobre el aborto o sobre el matrimonio gay, temas a los que se opone más de 60 por ciento de los consultados, en encuestas difundidas en Brasil.

 “Cerrada”, segunda vuelta

¿Qué perspectivas consideras que sobresalen de su campaña de cara a la segunda vuelta?

Será difícil repetir el mismo estilo de campaña en estas tres semanas que siguen, en la que los dos candidatos se enfrentarán en debates públicos, algo que Bolsonaro evitó durante esta primera parte de la campaña, alegando, sobre todo, problemas de salud, consecuencia del atentado que sufrió cuando un individuo lo atacó con un cuchillo en una manifestación pública, obligándolo a internarse y recibir tratamiento de emergencia en un hospital.

Ahora habrá que hablar de programas de gobierno, de reformas de la seguridad social, de una legislación que regule la edad para pensionarse, de reforma política y de reforma económica. Brasil atraviesa lo que los economistas califican de “la más profunda recesión” sufrida por su economía en los últimos cien años.

Bolsonaro ha evitado una comparecencia pública y prefirió hablar en un mensaje difundido por internet, al lado de Guedes. Sugirió que un fraude electoral lo había privado del triunfo en la primera vuelta y acusó a Haddad de querer transformar Brasil en otra Venezuela, coqueteando con el comunismo y el socialismo.

¿Qué panorama se espera de Brasil en caso de que Bolsonaro venza en la segunda vuelta?

El resultado electoral de la primera vuelta ha provocado diversos análisis, entre ellos el señalamiento de que sale el país de esos comicios dividido entre dos posiciones distantes y contrarias, como no se había dado en elecciones anteriores. Las previsiones son que la segunda vuelta será una disputa “cerrada”. La de Bolsonaro, de un 44 por ciento, es ligeramente superior a la de Haddad. En todo caso, parece difícil simplemente tratar de calcular cómo se comportarán los electores de los candidatos que quedaron descartados, aunque la alta votación de Bolsonaro lo pone en condición de favorito al arrancar la nueva campaña.

El Brasil del futuro, atrapado en su pasado colonial: Jorge Majfud

Días antes de las elecciones en Brasil, un joven brasileño se me acercó y me dijo: “Dios quiera que gane Bolsonaro. Es un militar y acabará con la corrupción”. No quise contestar. Estimo a este muchacho como una persona de bien, tal vez demasiado joven para ser otra cosa. Pero las dos breves frases resumían varios tomos de la historia y del presente latinoamericano.

Para empezar, lo obvio: si en el continente hubo gobiernos y regímenes corruptos, esos fueron los regímenes militares. Primero, porque toda dictadura es corrupta por definición y, segundo, porque los robos directos fueron siempre masivos, solo que bastaba con denunciarlos para desaparecer o aparecer flotando en algún río con evidencias de tortura. Esa misma cultura de la barbarie de no pocos generales y no pocos soldados y de no pocos carángidos que presumen de machos y de valerosos combatientes pero que nunca ganaron ni fueron a ninguna guerra contra otros ejércitos, y sí se dedicaron a servir a la oligarquía rural y a aterrorizar y amenazar a sus propios pueblos. Con la complicidad, claro, de millones de carángidos, ahora escondidos en su nueva condición de cowangry digitales.

Esta práctica y mentalidad militar aplicada a la vida civil y doméstica (desviada de todo propósito de ser de un ejército, es decir, la seguridad contra hipotéticos ataques exteriores), como las históricas y brutales desigualdades sociales de proporciones feudales, es una tradición latinoamericana que no nació con la Guerra Fría sino mucho antes de que nacieran las nuevas republicas y se consolidó con la corrupción, el racismo profundo e hipócrita, sobre todo en Brasil (el último país del continente en abolir la esclavitud), donde hasta el candidato a vicepresidente del capitán Bolsonaro, el general Mourão, un hombre mulato, como la mayoría de sus compatriotas, se congratula de que su nieto aporte al “branqueamento da raça”. ¿Nunca nadie se ha cruzado con esta especie de ciudadano con un profundo desprecio racial y social por el noventa por ciento de su propia familia? Por no seguir con los mismos problemas históricos en otras regiones que destacan por su brutalidad en el Caribe o en América Central.

Lo segundo, menos obvio, es la apelación a Dios. De la misma forma que Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña en su consolidación de la verticalidad colonial española, las Iglesias protestantes hicieron lo mismo con esas sociedades ultraconservadoras (patrones dueños de todo y silenciosas masas de pobres obedientes), las que habían sido previamente moldeadas por la jerarquía de la Iglesia católica. El paradójico efecto del amor cristiano terminó derivando en el odio a los gays y a los pobres, en el deseo de arreglarlo todo a los tiros, como es el caso de candidatos medievales como el capitán Jair Messias Bolsonaro y muchos otros a lo largo de América Latina, apoyado por un fuerte y decisivo voto evangélico y por gente en transe que, regados en sudor y gritos histéricos, dice “hablar en lenguas” y solo habla el idioma inconexo de su propio odio político y su fanatismo ciego en que Dios los prefiere a ellos con una pistola en la mano antes que a alguien que, de forma pacífica, lucha por la justicia, el respeto al diferente y contra el poder arbitrario, como se supone que hacia Jesús.

Jorge Majfud es escritor, periodista e internacionalista uruguayo