Cómo los conocí

 

Por Agustín Lara*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]S[/su_dropcap]iempre he sido un rendido admirador de la gracia. Es la sal, que en la tierra, pone ese toque de encanto a todas las cosas desvaídas y pequeñas. Es el rayo de luz que las saca de la oscuridad y las hace refulgir, a nuestros ojos, como una joya.

La gracia es la esencia del mundo. Provoca la sonrisa y esa lluvia embalsamada que es el buen humor en nuestro espíritu. Va, volandera, por las calles posándose en la comisura de todos los labios y encendiendo farolitos de gusto en todas las pupilas. Invade todos los corros y se hace presente, como un nuevo Puck, en dondequiera que el hombre habla, comunicándose sus impresiones.

La gracia es también talento. Es el oro auténtico que da valor a la prosa vil de muchas conversaciones. Claro que me refiero al gracioso auténtico, no al “payaso” que tan hirientemente tiene calificada nuestra gente. Tampoco me refiero al gracejo… al astrakán grueso, que provoca la risa, pero apoyado en la grosería. Me refiero a ese encanto perfecto que surge del fondo del corazón como evidencia de un auténtico don.

¡Y qué pocos tienen gracia y, por eso, con cuánta frecuencia se prodiga lo contrario; desgraciado! Eso, que pudiera parecer una vulgaridad de uso corriente, es, en suma, una verdad hiriente. El que no tiene gracia no pasa de ser, en su todo, unos cuantos kilos de carne sostenidos por una armadura inútil de huesos. En cambio, el que tiene esa onza de oro, ese reflejo angélico ¡cómo surge, cómo destaca y cómo agrada! Delia Magaña es una de estas agraciadas criaturas.

La conocí hace muchos años en Los Ángeles. No voy a decir cuántos. Era novia de un íntimo amigo mío y… la perdí de vista. No por pequeña, sino porque el destino me regresó a México y mis actividades se encaminaron por un sendero diferente. Volví a verla en la temporada de Oro de Politeama. Después trabajamos juntos en la Compañía de Roberto Soto.

Delia fue, siempre, de una locuacidad extraordinaria, de una rápida viveza y de un formidable espíritu imitativo que la había de llevar, con el tiempo al sitio que actualmente ocupa. Ella… es muy alegre, muy noble y fina, pero ¡Dios Santo! Cuando se pone brava… ¡hay qué temerle! Pone en sus caracterizaciones demasiada crueldad pero le salva la gracia que prodiga y la fidelidad en los detalles, los que observa cuidadosamente.

Muy poco se sabe que Delia tiene una magnífica voz de soprano que, de haber sido cultivada, le hubiera podido llevar ventajosamente a la ópera. Pero su carácter es, por naturaleza, guasón y creo que delia nunca toma las cosas por el lado serio.

Usando la frase vulgar diré que entre nosotros “nos llevamos muy fuerte”, al extremo de que una conversación nuestra no podría ser escuchada por nadie. Ya se pueden imaginar ustedes nuestro intercambio de frases.

Sé que últimamente se ha dedicado a la tragedia griega, que estudia baile clásico, que ha adelgazado y que ha crecido. Pero todo, como si fuese el día de los Inocentes, no es digno de ser creído.

*Texto publicado el 4 de abril de 1956, en la revista Siempre! Número 145.