En 1941, el famoso escritor judío, Stefan Zweig (Viena, Imperio Austro-Húngaro, 28 de noviembre de 1881-Petrópolis, Brasil, 22 de febrero de 1942), publicó un libro dedicado a glorificar el exuberante país sudamericano. Afirmó: “Si el paraíso existe en algún lugar del planeta, no puede estar muy lejos de aquí”. La obra se titula Brasilien Ein Land der Zukunft (Brasil, país de futuro en español). Casi a ocho décadas de distancia, a fines de la segunda década del siglo XXI, quien sabe si se hubiera atrevido a aseverar lo mismo. Por cierto al año siguiente de imprimir su loa a Brasil, Stefan, en compañía de su hermosa esposa Lotte Altmann, se suicidó en Petrópolis.

En el momento que Brasil se apresta, hoy domingo 7 de octubre, a elegir democráticamente su próximo presidente, no vive la mejor época de su historia, ni social, ni política ni económica. Parece como si el gran éxito del presidente Luiz Inacio Lula da Silva: lograr que más de 30 millones de brasileños salieran de la pobreza, pagaran impuestos, comieran tres veces al día, gozaran vacaciones y tuvieran un seguro de desempleo hubiera sucedido hace mucho tiempo,, siendo que apenas fue en la primera década del 2000. Después de sus dos periodos, el presidente más querido de la historia brasileña le entregaba el poder a su sucesora Dilma Rousseff. En su segundo periodo, rocambolescamente Dilma fue despojada del poder “legalmente”. Ahora, Lula languidece en una celda acusado de corrupción, lo que le impide participar en estos comicios como candidato del Partido de los Trabajadores (PT). Entre Lula y Dilma, el PT dirigió el país durante 14 años, casi tres lustros ininterrumpidos.

Llegó el derrumbe. Entre errores gubernamentales y la rampante corrupción de buena parte de la clase política, el país se fue por la borda. Lo peor del caso es que la presidenta Rousseff, a la que nadie pudo imputarle que metiera la mano en la caja pública, salió de la presidencia por la puerta de atrás de la historia por una minucia contable, obligada a salir del cargo por un corrupto Congreso en el que más de la mitad de sus miembros tienen cuentas pendientes con la justicia.

En su lugar quedó Michel Temer, que subió al poder el 31 de agosto de 2016. En pocos meses, el sucesor rompió el récord de impopularidad de un mandatario brasileño: 90% de rechazo. La razón: lo de siempre, corrupción, recibir dinero para una anterior campaña electoral.

Hastiada y desconcertada, la sociedad brasileña acude a las urnas hoy domingo, sin tener claro el blanco de sus simpatías electorales. Nadie puede augurar el resultado. El analista que diga lo contrario miente o está muy mal informado.

En estas circunstancias, la campaña electoral brasileña se convirtió en un truculento show televisivo en el que los dos principales partidos políticos han contribuido en el guión. En el caso del PT la candidatura de Luiz Inacio se complicó porque éste fue condenado, en segunda instancia, a doce años de prisión acusado de haber recibido un departamento en forma ilegal. La ley dispone que nadie sentenciado a pena de cárcel puede ser candidato a un puesto público. Estratégicamente, Lula y el PT decidieron mantener su candidatura hasta el último momento. Al cumplirse el plazo, se decidió que el candidato fuera Fernando Haddad, que era el compañero de fórmula con el dirigente encarcelado.

El emergente es el polo opuesto a Jair Bolsonaro, abanderado del ultraderechista Partido Social Liberal (PSL) que parecía el peor candidato imaginable para presidir Brasil. Haddad es catedrático universitario de Ciencias Políticas, titulado en Derecho y Economía, doctorado en Filosofía y que ha trabajado en los gobiernos de Lula y de Dilma. El elegido de Luiz Inacio tiene fama de templado, racional e intelectual, virtudes que algunos analistas piensan que no son suficientes para convencer a los electores brasileños.

Bolsonaro, a su vez, las últimas tres semanas de su campaña las pasó en un hospital recuperándose de la puñalada que un radical le dio en el abdomen durante un acto electoral el 8 de septiembre. Esto no significa que los votantes lo olvidaran. Por el contrario, según se acercaba el día de los comicios en la primera vuelta, el domingo 7 de octubre, su nombre y su imagen circularon más que nunca.

Sin fotografías ni vídeos nuevos, y sin declaraciones recientes, los adversarios de Bolsonaro recurren a los archivos de este candidato que tiene una trayectoria política de casi treinta años. Sus exabruptos, viejos o nuevos sirven para lo mismo. “Yo a usted no la violaría porque no se lo merece” (dicho a una diputada en un programa de televisión en 2003), Despropósito que le granjeó una acusación judicial. “La dictadura debería haber matado a 30,000 personas más comenzando por el Congreso y el presidente Fernando Henrique Cardoso” (1999). “ Sería incapaz de amar a un hijo homosexual, prefiero que muera en un accidente de coche” (2001), o “Un policía que no mata no es policía” (2017).

Durante mucho tiempo Jair Messias Bolsonaro (Sao Paulo, 1995), hijo de un dentista rural, fue considerado un payaso. Al final de la dictadura militar —en la época de la Operación Cóndor—, en 1985, trató de ingresar en el ejército pero fue expulsado a la reserva por ser un tipo conflictivo. Entonces dio el salto a la política, donde se le tomó por un paria.

Tom C. Avendaño, en su análisis periodístico titulado “ La decepción que aupó a un radical” describe así a Bolsonaro: “Autoritario, anti democrático, machista, racista, homófobo, defensor de la tortura, un bufón, en fin para los cuatro nostálgicos de la dictadura. En el próspero Brasil de Lula (2003-2010) había pocos perjudicados por el establishment democrático y, como todo iba a mejor cada año, con suerte, dentro de poco no quedaría ninguno. Bolsonaro y sus cejas picudas y su peinado con raya al lado estaban condenados a ser poco más que una anécdota histórica”…”Pero, en lugar de seguir adelante, Brasil se vino abajo. La economía colapsó. Empezaron a desvelarse casos de corrupción: miles de millones de reales robados de los fondos públicos por políticos. El país se llenó de protestas de izquierda y de derecha. Y en vez de responder, la vieja élite usó las instituciones para salvar el pescuezo…”

“La violencia se disparó —continúa Avendaño—. En 2017 Brasil batió por tercer año consecutivo su propio récord de homicidios: 63,880… Y mientras la nación entera parecía arder, aquel payaso del Congreso empezó a parecer más listo. El, que siempre había criticado al statu quo. El, que nunca dejó de recordar que en la dictadura se vivía mejor. El, que desconfiaba de la izquierda de Lula. El era el nuevo hombre con las respuestas. En 2014 fue el diputado más votado del Estado de Río. Ya no era un payaso”. No, entonces ya no era un payaso, era algo peor: era un candidato presidencial con posibilidades de acceder al poder. Eso es lo peligroso.

Aunque como diputado nunca fue un gran legislador, Bolsonaro, en sus gestiones en contra de las relaciones homoafectivas logró la simpatía de uno de los grupos más poderosos de Brasil, donde pululan las sectas cristianas: los evangélicos. Hoy esa es la fe de un 26% de los votantes que lo apoyan. Por el momento, los evangélicos no siguen con tanta devoción a un candidato presidencial como al “antiguo payaso”. Y, eso contará al sumar las boletas electorales.

Pero, también suma voces en contra. El sábado 29 de septiembre, el candidato ultraderechista comprobó, en carne propia, el mismo día que salió del hospital, hasta dónde llega el rechazo que suscita en buena parte de los votantes brasileños. Miles de personas se manifestaron en muchas ciudades contra el discurso autoritario del candidato del PSL, su apego por la dictadura militar, el machismo, y la homofobia, organizadas por el colectivo al que Bolsonaro más ha despreciado en la vida pública, las mujeres. Todas unidas bajo la proclama #EleNao (#ElNo).

Al día siguiente, domingo 30 de septiembre, simpatizantes del ultraderechista, hicieron lo propio en varias sociedades, pero en número mucho menor que sus adversarios. En São Paulo, participó Eduardo Bolsonaro, vástago del abanderado del PSL, quien arremetió en contra de las Mujeres de “izquierda”: “Las mujeres de derecha son mucho más bonitas que las de la izquierda y no enseñan los pechos por ahí para protestar, tampoco defecan en la calle para protestar. Las mujeres de derecha son higiénicas y las de izquierda no”. Así se las gastan.

Cabe señalar que de la misoginia de Bolsonaro no se salva ni su hija. En el mes de abril de 2017, el candidato declaró en un evento: “Tengo cinco hijos. Tuve cuatro niños y en el último me debilité y vino una niña”. Sin comentarios. Hoy es la primera vuelta. VALE.