Hay autores que nunca ven su obra publicada; mucho menos son protagonistas de actos sociales literarios (premios, homenajes, elogios, admiradores). También los hay quienes publican y, pese a ello, nunca son reconocidos en vida. Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) se encuentra en el primer caso, pero a diferencia de muchos, él estaba seguro del inmenso valor de su obra maestra: El Gatopardo e intentó publicarla sin éxito hasta que el cáncer lo devoró. Antes de morir, en una carta a Enrico Merlo, afirma que en esta novela “cada palabra fue pensada y mucho no está dicho con claridad, sino sólo sugerido”. En la misma carta, en el reverso del sobre, Lampedusa aclara que el perro Benticò es un personaje muy importante y “casi clave de la novela”. El creador, con plena conciencia de su arte, persistió en darlo a conocer, pero recibió el rechazo de dos editoriales. Fue paradójico el destino al esperar la muerte de Tomasi para que una tercera editorial la aceptara, la publicara en 1958 y la obra se convirtiera en un éxito llevado luego al cine nada menos que por Luchino Visconti. ¿Quién no ha visto esta extraordinaria película, uno de los clásicos de este director? Pero la novela alcanza unos niveles de ironía, sensualidad y humor negro que no recuerdo en la película, tal vez porque cuando se leen se saborean de modo más pausado.

El príncipe de Salina, protagonista de la obra, fue el bisabuelo de Tomasi, por lo que su autor echó mano de fuentes próximas. Acaso uno de los aspectos más interesantes de la novela, que se desarrolla en Sicilia, una isla que fue colonia de muchos imperios, es la profunda reflexión sobre lo que, se me ocurre, podría llamarse “sicilianidad”, así como se habla de “españolidad”, “cubanidad” o “mexicanidad”. Esta reflexión, a cargo del príncipe Fabrizio mientras conversa con Chevalley, es en sí misma un análisis nada deleznable de sicología social que podría aplicarse a muchos seres humanos. No es, sin embargo, el tema preponderante de la obra, como tampoco lo son las luchas intestinas por el poder después de la unidad, ni el tema amoroso o la infidelidad, aunque al final se sostenga que “la eternidad amorosa dura pocos años y no cincuenta”. Es todo lo anterior y mucho más.

A veces, el uso de la comprensión sicológica y la introspección, técnicas cargadas de subjetivismo, aunadas al estilo indirecto libre, nos recuerdan un poco ciertos pasajes de Jane Austen. Estos estudios sicológicos se combinan con gran fortuna, en Tomasi di Lampedusa, con las nítidas descripciones, llenas de plasticidad, que generan un sinnúmero de efectos sensoriales en el lector: desde el horror, el miedo, la tensión y la ansiedad, hasta la risa inteligente y la tristeza. No siempre recurre a la prosopografía, y cuando lo hace, no la malgasta, sino que suele combinarla con la presentación dramática de los personajes.

La obra narra algunas etapas claves de la historia de Sicilia y de la vida del Príncipe de Salina: los inicios de la década del 60 (1860-1862); luego, un salto a 1883; por último, otro salto a 1910, todo en ocho partes de diferente extensión. El autor no sólo se basó en referencias históricas y topográficas. Él quiso reconstruir con máxima fidelidad la vida y costumbres de la sociedad de esa época, para lo cual contó con diversos diarios íntimos del tiempo de Garibaldi y de la revolución del 60. Gioacchino Lanza Tomasi, entre otros aspectos, subraya la tendencia de Lampedusa a convertir “motivos cotidianos en escenas humorístico-sardónicas, pícaras burlas que no les caían nada bien a los aludidos”.

Sería de mal gusto señalar la inmensa paradoja que se presenta al final en torno a la importancia histórica de Giuseppe Garibaldi, sobre todo a los ojos de una noble familia siciliana. Por último, cabe mencionar que en 1968 Carlo Muscetta descubrió muchas discrepancias entre la obra editada por Bassani en 1958 y el manuscrito aprobado por el autor. En 1969 se publicó la novela basada en el manuscrito original. No obstante, los cambios no son significativos. Sirva esta breve nota para recordar a un clásico italiano del siglo XX que cumple sesenta años.