El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, vuelve a hablarle a México como si fuera el mozo que le limpia los zapatos. Ordenó al gobierno mexicano “parar la arremetida” de migrantes centroamericanos y amenazó con cerrar la frontera en caso de no querer o no poder hacerlo.
En contraste, las autoridades mexicanas y el presidente electo guardaron silencio. Acaso la reacción fue tibia, similar al esclavo que baja la cabeza y agacha la vista en señal de sometimiento.
La ofensiva diplomática de Trump y la facilidad con que asume actitudes intervencionistas no puede leerse al margen de la intención que tiene el próximo presidente de México de desaparecer las Fuerzas Armadas.
El fin de semana pasado, las redes sociales reprodujeron exponencialmente, viralizaron, una carta anónima, aparentemente escrita por un militar y dirigida al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. El documento obviamente no es oficial y tampoco representa la postura institucional de las Fuerzas Armadas de México.
El texto, sin embargo, logró que muchos mexicanos aplaudieran su contenido. No es una defensa a ultranza del Ejército, contiene una explicación lógica y razonable sobre por qué las Fuerzas Armadas no deben desaparecer.
El lenguaje directo y la intención reclamante molestó a algunos militares formados rigurosamente en la disciplina castrense, pero lo cierto es que la carta, además de evidenciar la profunda preocupación que existe en el ámbito nacional por el futuro de la institución, alerta sobre las implicaciones que tendría para la nación convertir el Ejército en una mera guardia civil, como lo ha dado a entender el futuro presidente.
El artífice de la carta le hace varias críticas y reclamaciones a López Obrador: “Así como usted es licenciado en derecho, yo soy militar”. “Equivocadamente, usted piensa que un soldado ejerce su profesión únicamente en la guerra”… “Con el respeto que se merece, le digo que usted se equivoca al pensar que, solo porque no hay guerra, no se necesita un ejército”. “Su concepto de la defensa nacional es erróneo”. “Ningún gobernante que quiera pasar a la historia se deshace de su ejército”. “Convertir a un militar en policía es como querer convertir a un ingeniero en médico”.
Pero al militar anónimo le faltó decir algo fundamental. El presidente de México no puede volverse comparsa de quienes quieren ver convertida el águila real en un guajolote. Menos, cuando un mandatario como Trump tiene toda la intención de imponer su mandato y echar abajo cualquier indicio de soberanía, como sucedió durante la negociación del nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá.
Y al hablar del guajolote, no me refiero, precisamente, al pavo del Thanksgiving Day, sino a la vieja intención del imperio norteamericano de reducir a guardias civiles los ejércitos latinoamericanos para restar peso y capacidad a la defensa de la soberanía regional. La comparación puede ser mala, pero mutilar las Fuerzas Armadas equivaldría a emular el águila mocha de Vicente Fox. Aparentemente se trataba de un mero recurso de diseño gráfico, pero lo cierto es que la amputación del símbolo nacional fue interpretada como un despojo a la nación y un intento de empequeñecer el Estado mexicano.
López Obrador volvió a condicionar su apoyo a las Fuerzas Armadas al decir: “El Ejército es leal, pero tiene manchas como el 68”. Si de manchas se trata, habría que tratar de contar las que tiene el Ejército norteamericano, el que por cierto es el que va a reprimir a migrantes mexicanos y centroamericanos una vez que Trump lo ordene.
El presidente electo siempre se ha definido como un defensor del interés nacional. Sin embargo, la desaparición o debilitamiento de las Fuerzas Armadas solo convendría a un imperialista locuaz como Trump. ¿Se lo exigió al presidente electo?
La relación López Obrador-Trump no deja de ser un misterio.