Nedda G. de Anhalt

[…] La palabra nos conduce a la base de todo pensamiento: La crítica.

Lo digo en un texto dedicado a Lezama Lima:

“tus ojos son la crítica de los espejos: creo en tus ojos”.

Octavio Paz en entrevista con Gonzalo Valdés Medellín (p. 230).

Emir Rodríguez Monegal consideraba que era posible admirar un libro por sus rasgos más superficiales —incluso, por lo que no es. Éste no será el caso con La cara del destino (Editorial Ariadna, Colección Los tímpanos de Teseo, número 10, México, 2017) del reconocido dramaturgo, cuentista y ensayista Gonzalo Valdés Medellín. Sobre la cultura gay podrán suscitarse discusiones —y bueno sería que así fuera— pero queda claro que La cara del destino no es una obra superficial. Ostenta la osadía de haber creado un gigantesco collage a base de fragmentos donde tienen cabida casi todos los géneros literarios: poesía, dramaturgia, viñeta, ensayo, entrevista, cuento, reseña, crítica y diario. Y ello se logra sin que ningún género destrone al otro. Dicho lo anterior, hay muchos puntos altos en la novela. Señalo dos. Uno se encuentra en sus páginas finales al escuchar todas esas voces plenas de una desesperada humanidad. El otro, pertenece a la entrevista que el joven autor, en la vida real, realizó al poeta Octavio Paz. Esta conversación por voluntad expresa, se convierte en un retrato hablado pleno de luz y sabiduría, hasta que el maestro decide interrumpirla dejando a su escucha deslumbrado. Cedo al lector (al comienzo de la página 222), el placer de descubrir los temas ahí planteados.

Pero el tono en esta novela puede ser, en ciertas conversaciones, fársico. Esto ofrece vivacidad al texto, que está marcado por el realismo literario, pues se aboca a copiar realidad y lenguaje en una época de la Ciudad de México, antes conocida como Distrito Federal —si bien Guadalajara, de modo breve, ha quedado incluida. El protagonista narrador/escribidor/alter ego del autor de La cara del destino es cierto gay sin nombre que lleva un diario, al cual denomina “Nocturnario”. En éste hace notas sobre una novela que va a escribir. O sea, estamos —según la técnica de la cajita china— ante un escribidor tomando apuntes en una libreta que le servirá cuando se convierta en un escritor verdadero. El joven tiene ideas definidas sobre la educación, pues no cree en los estudios académicos. Para él, la calle y los amigos ¡la vida misma!, y sobre todo la lectura de libros, son las mejores fuentes de conocimiento.

La cara del destino se estructura en dos partes por dos fechas significativas: 1984 y 1985. La primera es literaria por orweliana. El británico George Orwell la eligió de cara al futuro y fue profético por lo del Big Brother is watching you (El Hermano Mayor te está vigilando) que cobra una amenazadora realidad en el presente del panorama mundial. La segunda parte comienza en 1985, y Valdés Medellín se remite a un pasado reciente por ser, en ese año, cuando la República Mexicana sufrió un devastador terremoto el 19 de septiembre. Para muchos mexicanos 1985 se convirtió en una fecha fatídica, pues nos advirtió que, en el futuro, vendrían nuevos terremotos en un eterno retorno como ha seguido sucediendo. Hay dos personajes principales en esta novela. El primero es el Distrito Federal. Puede decirse que tenemos una suerte de Guía Roji de calles, plazas, barrios, edificios, hoteles, restaurantes, cafeterías, pastelerías, salas de cine y baños públicos. En ellos es donde, con furia desatada o paciencia esperanzadora, acontecen los encuentros sexuales. El otro personaje es el lenguaje gay popular, cotidiano, el de la calle. Éste es vivaz y alberga una malicia en estado puro, que a la vez, se entrevera con un lenguaje culto, donde escucharemos los versos de poetas —incluidos los del propio narrador. El habla se expone en forma directa y, a veces, está inferida por medio de voces ajenas.

Los seres de la vida real: Pellicer, Novo, Villaurrutia, Carlos Valdés, Huberto Batis, Melo, Nandino, Poniatowska, Aub, Alcaraz, Pacheco, La Doña, Da Vinci, Basurto, Revueltas, Rosa Chacel, Josefina Vicens, Reyes Nevares, Luis Zapata, Díaz Ordaz, Agustín Lara, Buñuel, Travolta, Owen, Wajda, Ionesco, Lolita de la Colina, el muy citado Scott Fitzgerald (más 90 que faltarían por nombrar) pasan a formar parte de la ficción en esta novela. A todos ellos habría que agregar amigos y amantes del narrador, como la maestra Rita; Eduardo, el homosexual angustiado; el amigo y maestro Wozzek; la bella Bertha; el “chichifo” Anibal; Ulises, el de la piel morena clara; Ildebardo, su pareja Gil y otros, son personajes de ficción tan reales como los demás. Todos tienen un papel activo al quedar literaturizados en esta novela. Algunos de ellos experimentarán cambios de personalidad, mostrando que la realidad no es la que vemos ni creemos sino es tan fantástica y fantasiosa como ese concepto bautizado con el nombre de “realismo mágico”.

La cara de destino muestra ciertas afinidades con la obra de otros escritores. La extensa lista antes mencionada me remite a la novela La comparsa del veracruzano universal Sergio Galindo. Ésta contó con más de 60 personajes que pasaron gozosos por su libro. Galindo, también, convirtió a Xalapa, su patria chica, en el personaje principal de su texto. La novela de Valdés Medellín guarda también un parentesco espiritual con los Tres tristes tigres del cubano Guillermo Cabrera Infante con el lenguaje popular elevado a un plano literario. Ambos autores celebran la noche. El cubano mezcla artistas, cantantes y actores de la farándula con tres tristes tigres —que en realidad son cuatro. No debe causar extrañeza esa influencia de la literatura de Cabrera Infante con los autores mexicanos de La Onda; Gustavo Sainz y José Agustín son dos ejemplos. Sin embargo, entre La cara del destino y Tres tristes tigres hay diferencias. El cubano guarda distancia en la descripción de los encuentros eróticos, mientras el mexicano, con la pluma en ristre, pareciera que llevara una cámara cuya lente visualiza en close up dichos encuentros. Cabrera Infante desborda su libro con juegos de palabras; Valdés Medellín, hace también juegos muy buenos, aunque no tan frecuentes. Por ejemplo, hay uno con Ernest Hemingway, donde su apellido se transforma en “Hemingay”. En un tour de force admirable, el narrador sostiene una plática con la escritora Margarita Mendoza López en el bar del Hotel Regis, mientras se escucha una melodía donde lo conversado se entrecruza con la letra de la canción, formando un juego de espejos. En esa canción, “Vida, si tuviera cuatro vidas, cuatro vidas serían para ti”, no hay sólo un juego lingüístico gratuito, sino un cariñoso homenaje de despedida del autor que anticipa la tragedia por venir; la escritora murió sepultada bajo los escombros del Hotel Regis ese 19 de septiembre de 1985.

¿Por qué me gusta La cara del destino? La respuesta está en el epígrafe de esta reseña. Yo creo en los ojos de Gonzalo Valdés Medellín. Es decir, creo en su visión crítica sobre la cultura gay que conoce. Es muy atinado que los personajes aunque están descritos de modo diáfano, muchos esconden misterios. Me pareció interesante que la novela empezara con una muerte individual y finalizara con la muerte colectiva de seres queridos y desconocidos. Me emocionó la ternura y la pasión irredenta en ciertos encuentros de estos gays. De un modo simbólico, deshacen los vapores espesos de la intolerancia por ese amor que, en aquellos tiempos, no se osaba nombrar. Me encantó que Ulises le regalara al narrador el libro Corazón de Edmondo de Amicis. Me conmovió el estallido emocional de los sobrevivientes del terremoto; la angustia de esas personas por sus seres queridos. El vacío y la ambigüedad están descritos en un final con un lenguaje de poderosa visualización. Me provocó ansias locas leer y releer los libros y filmes que reseña el narrador. Para mí, ver un filme es una nueva forma de lectura. Y sobre todo, amé la poética declaración de fe cumplida a cabalidad en La cara del destino: “Esta novela es un Homenaje: A la vida. A la memoria. A la literatura. Al Tiempo”.