Ricardo Muñoz Munguía

Desde su adolescencia, Ilse Weber (1903-1944) dio muestra de su labor creativa en cuentos y breves obras teatrales infantiles. Más tarde, cercana a los cuarenta años de edad, a pesar de ser deportada a Theresiendstadt separándola de su marido y sus dos hijos no abandonó su creación literaria pero finalmente fue trasladada al campo de concentración de Auschwitz donde es asesinada en la cámara de gas. En Theresienstadt, la escritora judía expuso con su poética el dolor del encierro, el terrible significado de aquellos muros que impusieron los nazis. Gracias a su marido, Willi Weber, quien sobrevivió a los campos de concentración, es que pudo reunirse los poemas de Ilse Weber.

Escritor y filósofo, Marcelo Schuster (Buenos Aires, 1973) es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Media docena de sus libros exploran la relación entre la herencia europea y la des-herencia americana, entre las acciones filosóficas y las escrituras performativas. Asimismo, ha incursionado en el cine-ensayo con “El ojo-grama de la historia” y ha montado dos instalaciones, la pieza holográfica “Ilse” en la Sinagoga histórica y la escultura-fósil “Las revoluciones elementales” en la Biblioteca Lerdo de Tejada, ambas en el marco del Festival Internacional de las Luces México FILUX.

Marcelo Schuster desde una visión filosófica se enfoca en Ilse Weber, el campo de concentración de Auschwitz, el holocausto…, y sobre este panorama del dolor charlamos con el autor de Espectro. La imagen holográfica, libro que se presenta el lunes 22 de octubre a las 17:00 horas en la Feria del libro judío en la librería del Fondo de Cultura Rosario Castellanos, donde el autor dialogará con Ángel Álvarez.

—¿Cómo es que Ilse Weber atrae tu atención con la fuerza que aparece en Espectro. La imagen holográfica?

—Ilse Weber, en principio, me atrajo por su historia de vida, por esta extraña auto-comprensión trágica de su destino. Me conmovieron sus cartas anteriores al presidio, pero ante todo, lo que más me llamó la atención fue el poemario que no sólo escribió sino que también cantó “en sociedad” durante los años de encierro en Theresienstadt. ¿Cómo había tenido el temple de escribir —de testificar y prestar la voz— para los otros, para los más vulnerables entre los damnificados?, ¿por qué elegir sobreproteger a los niños del campo?

Las malas lenguas dicen que Ilse, en el inenarrable final de Auschwitz, de la cámara de gas, canta junto con sus niños una canción de cuna, “Wiegala”, como infundiéndolos de un escudo de protección capaz de transformar la muerte prematura en un limbo de suspensión de futuros salvados. Mi primer contacto con Ilse fue justo a través de esta partitura, de la voz prestada, de la escucha sensible, gracias a lo cual también me sentí acunado por sus sonidos, por sus palabras, por sus acordes. “Wiegala”, la canción de cuna, se convirtió inmediatamente en la inspiración de la instalación que monté en la Sinagoga, y luego del libro.

—Hablemos del título del volumen, el que le da a Ilse Weber varios contornos.

—El título “Espectro” tiene, a grandes rasgos, dos connotaciones. La primera es, más bien, literaria, y atañe al poemario que compuso Ilse, a la producción literaria de “sobrevivientes contra-históricos” que en lugar de encontrar su trágico final en los campos y las cámaras de gas son liberados por la palabra poética-musical y diseminados como espectros sin destino, o la espera de ser, alguna vez, invocados. En el fondo, Ilse intuye en el poema la sentencia de muerte oculta —el fallo secreto con el fin de exterminarlos— y la confronta bajo la ética irreprochable de la reconciliación con el enemigo y de la fraternización de los débiles. El segundo sentido de los espectros va más allá de la literatura hasta “materializar” su supervivencia: eso explica la transfiguración holográfica del espectro, la imagen que se vuelve carne, gracias a la intervención técnica. En este sentido, yo mismo, en el libro, compongo un pequeño poemario, más bien, un conjunto de aforismos, o de pequeñas reflexiones poético-filosóficas, que ya no tienen que ver con el poema de Ilse sino con su venida espectral. Ilse, en persona, llega hasta nosotros, hasta nuestros días, por una técnica, pero también por la voz en correspondencia de un filósofo. Es lo que llamo una “acción filosófica”.

—¿Cómo sentir estas canciones de Ilse Weber, cuando parece que le escribe a la vida y, a la vez, a la muerte?

—Cuando el holograma se instaló en la Sinagoga Histórica de la Ciudad de México, la canción —la voz de Ilse— era inseparable de la visión, era todo uno. La imagen en su conjunto —es decir, sonora y visual—, provocaba compasión, conmiseración, pero, por otro lado, infundía temor, inquietud, desasosiego. Era una imagen doble, que contenía el conflicto irresoluble de lo santo: ¿cómo creer a pesar de los tormentos de la existencia?, ¿cómo invocar a pesar de la explicitación de la ausencia? La sinagoga, ahora museo, espacio abierto para los gentiles, desprovista de libro bíblico y de liturgia, recordaba, a través de la instalación, la falta de Dios en los campos, la ausencia de santidad. ¿Podía, entonces, la palabra poética —y no religiosa—, aunque sea por medio de un rodeo, regresarnos a vivenciar un vínculo con lo extraordinario, con el Otro incognoscible?

—Este libro podría parecer un franco diálogo, en el que quizás aún existe algo de lo que esperas una respuesta, ¿es así?

—Sí, ¡un diálogo entre un filósofo y un holograma! Yo quería, con este libro, darle un giro a la hermenéutica sobre el holocausto, a dejar de ponderar únicamente la voz de los escritores sobrevivientes de los campos (Primo Levi, Antelme, etcétera). Ilse no es una sobreviviente, por eso, su testificación durante el encierro provee de una problematización inédita entre el fallo secreto —y el operativo mismo del campo—, la lengua como arma de exclusión xenofóbica y el poema como desistencia “organizada” in situ que se rebelaba contra la confección de la historia y los tipos de vencedores. Por eso, el libro es un diálogo abierto para detectar también contemporáneamente la justificación hermenéutica de producir excluidos y gestionar barbaries con el beneplácito cómplice de la comunidad global.

—¿Qué tanto tuvo que entrar de tu imaginación en el encierro de Ilse Weber del que das muestra?

—El encierro de Ilse en Theresienstadt —tal como aparece en la proyección holográfica— no proviene de ningún documento, ni de ninguna adecuación con una verdad histórica. De los campos —las cámaras y los crematorios— no hay imagen, no hay representación (a pesar de los esfuerzos de la ficción para imaginarla). Ilse viene como una imagen controversial, una imagen en contra de sus condicionamientos, una imagen que quiere tomar cuerpo (y alma), pero que, en verdad, es menos que ella, es sólo un residuo, un espectro. Tal es la imagen holográfica, un total contrasentido, la imagen que lo quiere ser todo, pero que sólo es un residuo, o un fragmento de un poemario perdido y recuperado, audible y de pronto silente. Yo hablaría, más bien, de un acontecimiento holográfico, de un pasaje espectral.

—¿Deseas agregar algo a esta charla?

—Sí, me gustaría hablar de las acciones filosóficas, de la necesidad de la filosofía de salir de su zona de confort y de arriesgarse a pensar —y accionar— en la exterioridad. Yo lo diría así: pensar en la extra-territorialidad para la renovación del pensamiento venidero.