Por Carmen R. Santos

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]F[/su_dropcap]rancis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 1896-Hollywood, California, 1940), conoció muy pronto el éxito. Con poco más de veinte años publicó su primera novela, A este lado del paraísotítulo tomado de un verso del bello poema “Tiare Tahiti” del poeta inglés Rupert Brooke-, que obtuvo un gran éxito y convirtió a su autor en rico y famoso. Pero, a la vez, el éxito de la historia protagonizada por Amory Blaine, personaje en quien se adivinan no pocos rasgos del propio Fitzgerald, supuso el comienzo de su vivir al borde del precipicio. La vida es así de paradójica y de cruel.

Antes del éxito, el escritor norteamericano había sido rechazo por Zelda Sayre, pues consideraba que no podría mantenerla. Pero la caprichosa Zelda, que tenía veleidades artísticas y literarias, pero escasa voluntad para realizarlas, apartó a todos sus pretendientes y cayó rendida ante un joven triunfador muy capaz de ofrecerle una existencia de lujo y glamour, en la que parecía posible que se hiciera realidad lo que estaba escrito debajo de la foto de graduación de Zelda: “Pensemos únicamente en el hoy y no nos preocupemos por el mañana”.

Y transitando por ese hoy, descubrió el lado oscuro del glamour, sumergidos él y Zelda en una tormentosa relación, como tan bien describe Pietro Citati en La muerte de la mariposa (Gatopardo), punteada por el alcohol y la esquizofrenia de Zelda que fue emergiendo cada vez con más fuerza y la arrastró a varios internamientos en hospitales psiquiátricos.

Con veinticinco años, Scott Fitzgerald confesó: “Estoy harto por igual de la vida, el licor y la literatura”. Sin embargo, había que seguir. Y así lo hizo, con altibajos, hospedándose en hoteles de lujo si tenía suficiente dinero o, en caso contrario, en moteles no precisamente glamurosos. Hasta que el 21 de diciembre de 1944, con cuarenta y cuatro años, un infarto se lo llevó no sabemos a qué lado del paraíso.

En ese seguir escribió novelas deslumbrantes como El gran Gatsby y Suave es la noche. Y no lo son menos los cuentos, como los que se recogen en Moriría por timagníficamente editados, con un sustancioso prólogo general y breves introducciones a cada uno, junto a útiles notas, por la profesora Anne Margaret Daniel. Se trata de dieciocho relatos inéditos que se reúnen aquí por primera vez, acompañados por material gráfico poco visto, como una foto en la que Scott Fitzgerald aparece como oficial confederado en su juvenil pieza teatral The Coward.

Escritos fundamentalmente en la década de los treinta del pasado siglo, después del devastador crack del 29, en ellos está “la marca Fitzgerald”, pero también nuevos tonos que iba explorando, a pesar de que esto le supuso el rechazo de editores o responsables de revistas que pretendían marcarle el camino, que no variase un ápice, sabedores de su necesidad económica: “Lo de las deudas es terrible. Me hace perder la confianza en un grado atroz. Escribía para mí mismo, y ahora escribo para los editores y directores de las revistas porque jamás tengo tiempo para pensar qué me gusta de verdad o para encontrar algo que me guste. Ay, lo que daría por un golpe de suerte”, le dice con amargura a su agente Harold Ober.

En esa época ni el país ni el propio Fitzgerald atravesaban precisamente su mejor etapa, con la enfermedad de Zelda en pleno brote y su frustrante experiencia en Hollywood como guionista, algo que, pese a considerarlo negativo para su creatividad, acepta en varias ocasiones por dinero. La dureza de la situación del momento se refleja en muchos de estos relatos, ambientados algunos en hospitales psiquiátricos, como “Pesadilla”, y con personajes en situaciones límite, como ese soldado capturado durante la guerra de secesión norteamericana al que se somete a cruel tortura (“Pulgares arriba”).

Una recopilación de gran interés, ahora al alcance de los lectores españoles, no solo para aquellos fascinados por la obra y la figura del autor más brillante e icónico de la Generación perdida.