La música es la conquista

de la civilización sobre la barbarie.

Fuster i Arnaldo

Al igual que en septiembre de 1985, los embates sísmicos del antepasado 19 de septiembre no lograron acallar la melodiosa vida nocturna de la Plaza Garibaldi, espacio de la alegría por antonomasia, que ha resistido a las razias, la corrupción y el coyotaje, demostrando así la vitalidad que, a principios de los años 20 del pasado siglo, animó a don Cirilo Marmolejo a solicitar el deprimido Baratillo para un conjunto de mariachis cuyos acordes anunciarían sin proponérselo, la recuperación de la alegría y tranquilidad citadina tras años de lucha revolucionaria.

Ubicada entre los barrios de La Lagunilla y el de La Concepción Cuepopan, la plaza dedicada al bisnieto del unificador de Italia, el Garibaldi afincado en México que luchó a favor del Apóstol de la Democracia y en cuyo honor se nombró ese espacio de terreno ocupado hasta entonces por vendedores de artículos de segunda y de tercera, que entendieron que “los aires del mariachi” cambiarían la faz de su abandono urbano, pues los tugurios que comenzaron a poblarla pronto competirían con los cabarets y salones de baile de la Santa María la Redonda, barriada en la que operó el mítico Salón México.

Pese a reglamentos, intervenciones urbanas y acciones policiacas, hasta hace un par de semanas la consolidada vida barrial de Garibaldi logró contener el embate de la violencia criminal, asumiendo como principio rector que en Garibaldi “solo se mata a la tristeza”. Nadie puede afirmar a rajatabla que alguna que otra muerte violenta, producto de celos o del “calor de las copas”, de vez en cuando le daba a la Plaza un lamentable toque de violencia, que era acallado por los acordes de los diversos grupos de mariachis que intentaban recuperar la alegría que debía de reinar en ese ambiente.

Pese a las voces de alerta sobre una imparable ola criminal ejercida recientemente en contra de mariachis, vendedores ambulantes y establecidos del lugar, a quienes varios grupos delictivos comenzaron a exigir pago de “piso” (seguridad) y de “Omertá” (silencio gansteril), las autoridades policiales capitalinas dejaron que la “sangre corriera” y así el pasado viernes 14 de septiembre, a temprana hora de una noche que debiera haber sido preámbulo del patriotismo tradicional del espacio, hombres vestidos de mariachis acribillaron a cinco personas en una lonchería en la popular calle de Honduras. Esta ejecución rompió décadas de pactos y de treguas en contra de la tristeza, y ello obligó al sigiloso reagrupamiento de quienes han dado rostro a la plaza: los conjuntos musicales.

Por ello resultó reparador constatar que, sin mediar intervención ajena, las mujeres y hombres que noche a noche amenizan la fiesta popular de Garibaldi, el pasado 28 de septiembre —preámbulo de la fiesta de San Miguel, arcángel vencedor del demonio—, brindaran una serenata a la alegría, acreditando la validez de la sentencia del político progresista catalán Manuel Fuster, para quien la música es consecuencia de la conquista civilizatoria sobre la barbarie.