A cinco meses de que se concrete la salida de Reino Unido de la Unión Europea, las aguas están más turbias que nunca. La situación se parece mucho a la vivida durante los inicios de la Segunda Guerra Mundial, sólo que no bajo la real politik, sino en la perspectiva de una globalización difícil de desenraizar. Seguramente es por eso que a Donald Trump no le gustan los pactos multinacionales, pues sus términos los convierte en un fuertes candados.

La primera ministra británica, Theresa May, envió con carácter de urgente a su emisario, David Davis, para una misión que no está clara del todo, pues se desconoce si fue para negociar un acuerdo de salida o simplemente para ver en qué situación se encuentran las cosas. Davis fue reforzado poco después con el envío de Dominique Raab, en un intento por ejercer mayor presión contra el bloque.

Mientras esto pasaba, el bloque contrario a May se fortalece cada vez, así como su tendencia a revertir el Brexit, que hasta ahora ha sido más una pesadilla que una conveniencia.

El meollo del asunto es el futuro de Irlanda, sobre todo de la parte de norte que pertenece a Gran Bretaña, el resto de la República del Trébol sigue estando bajo el estatus eurocomunitario. Es aquí donde empieza el fuerte jaque que podría incluso quitar del poder a May, si antes no queda atrapada en una rebelión en su propio y dentro del Gobierno.

Una posibilidad de solución se tenía al proponer que Reino Unido permaneciera durante un periodo transitorio en la unión aduanera europea, algo que permitiría resolver con mayor tranquilidad los puntos que aún siguen abiertos y sin resolver.

La propuesta prevé establecer ciertos controles en la circulación de mercancías entre la isla de Gran Bretaña y la provincia de Irlanda del Norte, lo cual significa el impasse hasta este momento, pues a Londres no le gustaría que le dicten políticas de cómo gobernar ese territorio que se convertirá en una próxima frontera común y las más difícil entre ambos..