Dr. Fausto Pretelín
“Aquel hermoso sueño se ha hecho realidad: ahora se puede operar sin dolor”. Así habló el hábil y popular cirujano Johann Friedrich Dieffenbach (1794-1847) cuando experimentó por primer vez el éter en Europa. El alivio total del dolor era, sin duda, condición previa para el enorme avance experimentado por la cirugía a finales del siglo XIX.
En enero de 1842, William Clarke, estudiante de medicina administró éter a un amigo para extraerle una muela. Dos meses más tarde, el médico rural Crawford Long (1815 187B) adormeció a un tal Mr. Venable para extraerle un ateroma del cuello.
Los experimentos con éter habían convencido a Long de sus efectos anestésicos y entumecedores. Esta primera aplicación sería y fue un éxito, Narcotizó con éter a otros pacientes, pero no por ello se hizo famoso; tampoco se molestó en publicar sus experiencias, quizá inconsciente de la importancia que tenían. Por ello el lugar que le correspondía en la historia Io ocupó un antiguo socio suyo, William Thomas Green Morton (1819-1868), quien había oído habar de los desafortunados trabajos de Wells con el gas hilarante.
Morton se esforzó por encontrar un gas mejor y un médico llamado Charles Jackson (1805 -1880), le habló del éter. Morton hizo una demostración el 16 de octubre de 1846, que todavía se celebra como “el día del éter”, en el quirófano del Hospital General de Massachusetts en Boston, del que era fundador y cirujano John Collins Warren (1778-1856).
Ahora también se fabrica un compuesto sintético, llamado succinilcolina, que induce efectos afines a los del curare. La actual técnica de inducción de inconciencia dista de ser tóxica, comienza con un narcótico intravenoso de acción rápida, por lo general basado en el ácido barbitúrico; ante operaciones más largas, como las abdominales, los músculos se relajan con un compuesto como los ya citados, para mantener la respiración, se inserta un tubo en la tráquea con ayuda de un laringoscopia y se hace circular por él una mezcla de oxígeno y gases narcéticos controlada por un rotámetro. El paciente despierta en poco tiempo, pero debe ser vigilado durante varias horas.
En casi todos los hospitales hay unidades de vigilancia intensiva dotadas de monitores electrocardiográficos que supervisan el funcionamiento del corazón. El tipo y modo de anestesia lo deciden ahora entre el anestesista y el cirujano.
Diseño de logotipo del doctor Agustín Villarreal González. El Dr. Villarreal y el autor son exalumnos del Centro Universitario México.
Bibliografía:
Knut Haeger y A.B. Nordbok Gothenburg, Historia de la cirugía, Madrid, Editorial Raíces,1988.