A lo largo de una década, el régimen Arabia Saudita ha buscado la manera de mostrar al mundo una cara más afable que la del rigor real. Ha tratado de convertirse en un polo financiero semejante al Foro de Davos, que reúne a los más encumbrados políticos y empresarios. Todo le ha salido bien hasta el momento, salvo la desaparición de un periodista, Jamal Khashoggi, un fuerte crítico de la familia saudita y colaborador del The Washington Post.

Khashoggi fue visto por última vez entrando al consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía. La foto obtenida por una cámara de seguridad da fe de que el periodista realmente ingresó al recinto diplomático, pero nunca se le vio salir de ahí. Sin embargo, otros registros audiovisuales muestran que horas después del ingreso de Jamal Khashoggi, el pasado 2 de octubre, un convoy de seis vehículos, entre ellos una furgoneta con los cristales oscuros, salió del consulado y entró en el recinto de la residencia del cónsul.

Según indagaciones hechas por la policía turca en el interior del consulado saudita, se recogieron muestras de tóxicos, que son parte de las investigaciones sobre los hechos ocurridos. Hasta ahora, la versión que se maneja es que Jamal fue asesinado en el consulado saudita.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha calificado la desaparición del periodista como algo “asqueroso” que debe ser castigado severamente, es decir, si se confirman las sospechas de que la familia saudita tuvo que ver con su asesinato, sin importar que sea uno de sus más fuertes aliados en la región.

Para ello, el magnate inmobiliario envió al secretario de Estado, Mike Pompeo, a investigar el hecho directamente con las autoridades sauditas, las cuales han reconocido que el informador pudo haber muerto en un interrogatorio por error.

La situación ha comenzado a impactar en los dirigentes empresariales quienes se abstienen de asistir a la Future Investment Iniciative, el evento financiero con el que la corona saudita busca atraer a la élite financiera y comercial, a la vez que intenta dar una imagen menos ruda del régimen árabe que, por largo tiempo, ha reinado con mano dura en ese país.

La cuestión que queda en el aire es, si esto pasa con un periodista, qué se espera de los empresarios. La desbandada empresarial ya comenzó, el consejero delegado de Uber, Dara Khosrowshah, dejó en claro que no asistiría a la reunión hasta en tanto no se aclaren los motivos de la desaparición del ahora ex columnista de The Washington Post.

Otros de los peces grandes que se abstuvieron de participar son Richard Branson, dueño de Virgin; el magnate Patrick Soon-Shiong, el nuevo propietario del Los Ángeles Times, y Steve Case, cofundador de American Online, así como Arianna Huffington, cofundadora del The Huffington Post.

Aún así, la familia real saudita ha negado tener alguna implicación en este caso que, por lo pronto, ya originó un serio problema de credibilidad para el país árabe más poderoso.