Cuando hay, hay; cuando no hay… no hay.

Filósofo de Güemez

Aunque la gira de agradecimiento con la cual el presidente electo ha retomado la narrativa de la campaña tiene la finalidad de que los anecdóticos acontecimientos cotidianos y los errores de los colaboradores de su equipo no desgasten el ánimo de los millones de mexicanos que votaron por él, algo así como mantener encendida la llama de la esperanza que le dio la mayor victoria electoral desde la transición democrática, hay otros objetivos.

En cada una de sus visitas a capitales estatales, antes de lo que llamaremos mitin de campaña, se reúne con cada gobernador, reuniones privadas en las cuales les asegura su respaldo, pero también se asegura de contar con cada uno de ellos.

Así, a diferencia de sus antecesores, busca consolidar su poder político desde la periferia al centro. No como Vicente Fox, quien se encandiló con negociar con los diputados y senadores, y se olvidó de los gobernadores. Calderón se pasó el sexenio en confrontaciones cotidianas con los gobernadores.

Sus más recientes antecesores olvidaron el poder de cada uno de los gobernadores de los estados de la federación, y, por el acotamiento de las facultades presidenciales en marcha desde los años noventa del siglo pasado, tuvieron dificultades para ejercer cierto control.

El presidente electo Andrés Manuel López Obrador ha decidido no subestimar a los mandatarios estatales, pero tampoco someter el mandato abrumador que recibió en las urnas al contentillo de los mandatarios.Como dijo alguna vez el panista Ernesto Ruffo, cuando era gobernador de Baja California: “reconozco que el presidente de la república es el jefe político de los gobernadores”. López Obrador recorre la república acreditando esa jefatura y, de paso, facilita que cada gobernador sea el jefe político de su estado. Con lo cual se reconstruye la centralización del poder, vertical y piramidal, como el poder presidencial de hace cuarenta años.

Así, como se comentó en este espacio recién pasada la elección presidencial, avanza el presidente electo para darle a sus votantes lo que querían, un poder centralizador que resuelva sus problemas. Al paso que va, es posible que cuando llegue la toma de posesión, el presidente electo haya consolidado su control político en todas las entidades, con el respaldo de legislaturas locales obsecuentes. Sin embargo, concentrado en esa tarea, ha descuidado las tareas administrativas, delegadas a sus más cercanos colaboradores. Puede encontrarse el uno de diciembre con que encabezará una presidencia políticamente poderosa, como no ocurría hace cuarenta años, pero también hacer el desagradable descubrimiento de que encabeza una administración federal ineficaz, cuya ineptitud puede hacer naufragar su proyecto político y de gobierno.

jfonseca@cafepolítico.com