Cualquier robo o apropiación forzosa de un bien ajeno implica una carencia, y la carencia supone un deseo que en este caso resulta un movimiento de signo violento y negativo hacia el afuera para extraer algo, un elemento que alimenta otra economía y puede alimentar también la mía. Entiendo esta última palabra en todos los sentidos y no sólo el reducido al dinero, entidad siempre abstracta y racional. Apropiarse de lo que otro produce o de lo que es de otro denota un subdesarrollo de las propias capacidades, incluso si el robo se produce en seres que poseen los medios para tener lo que desean. Hay quienes cuanto más tienen más quieren porque nada les basta. La ambición desmedida, ilimitada, sin fronteras es una enfermedad, una patología, un desorden interno que, como cualquier desorden, tiende a desordenar. En general, todo robo, plagio, acto de corrupción denota la mencionada pobreza, aun cuando quien ejecuta el robo tenga mucho y pueda conseguir más sin robar.

Hay muchos tipos de robo y hay casos en que lo tipificado como robo en otra época ahora ya no lo es, o viceversa. “No robarás”, dice el texto bíblico. De nuevo nos enfrentamos a una proposición general que requiere un contexto para aplicarse. A diferencia del matar, el robar posee innumerables eufemismos, pues el valor es mucho más relativo que la vida. La gente valora, coloca un precio, un valor a las cosas y también a la fuerza de trabajo de los demás. Un patrón se siente con derecho de pagar lo que desee a un empleado, aunque éste realice tareas que en otro contexto o país serían mucho mejor remuneradas. ¿Se trata de un robo?

En un texto me llegué a referir a la “mediocre inteligencia del plagiario”. Copiar y pegar un texto ajeno y hacerlo pasar como propio es robo intelectual. Es vergonzoso porque denota la profunda mediocridad de quien lo comete: su carencia de voz, su impotencia para trabajar, reflexionar y generar algo propio, su profunda discapacidad mental, que lo hace anhelar ser como otro sin llegar a serlo (y sabiendo que no lo será). El plagiario de textos envidia a alguien e intenta ocupar su plaza. Esto denota profunda mediocridad.

Pero más allá de estos deleznables casos concretos, en la realidad social puede haber diferencia entre legalidad (lo que dicen las leyes) y legitimidad (¿es o no legítimo algo?). A veces subsiste la contradicción entre legalidad y legitimidad. Desde la óptica de la legitimidad, muchas prácticas de recaudación de dinero que posee el gobierno (por ejemplo, una buena cantidad de multas, sanciones o cobros por servicios que el Estado tendría la obligación de dar, debido a que se financian con los impuestos) pueden ser legales, pero son a todas luces ilegítimos, cínicos: robos ejecutados bajo la máscara del eufemismo legal.

Ciertos robos, no obstante, pueden justificarse como medios de subsistencia. Se presenta la leyenda de Robin Hood, el tema del bandido social que se mueve en la ilegalidad, pero actúa con legitimidad porque el mismo pueblo legitima sus acciones. Don Quijote consideró injusto el castigo a los galeotes por robos tan ridículos. Cervantes simpatiza de algún modo con Roque Guinart. En un contexto de ilegitimidad, de latrocinio sistemático por parte del gobierno, de terrorismo de Estado, el robo de un pobre y desamparado podría justificarse como medio de subsistencia, pero habría que estudiar el caso. En todo hay matices y no puede considerarse igual el robo de un miserable con hambre, quien roba a una empresa o corporación multimillonaria para sobrevivir, que el robo de un político corrupto que extrae dinero de recursos públicos porque siente que ese dinero “no le pertenece a nadie”. Será quizá más abstracto, pero tal abstracción se hubiera podido concretar en salud y educación si ese funcionario o político parásito no se lo hubiera robado.

Como ocurre con el quinto (no matarás), el séptimo mandamiento está entre los que menos siguen las grandes corporaciones internacionales como la Iglesia Católica. Mi séptimo mandamiento es sólo una ampliación del tradicional: no robarás ni plagiarás ni serás corrupto en un contexto de legalidad y legitimidad, por más reducido que sea este último.