Francisco José Cruz y González

Las noticias y comentarios sobre la caravana de miles —la cifra fluctúa entre los 3000 y los 7000— de inmigrantes hondureños, que se desplazan de su país y hoy mismo atraviesan el nuestro con destino a Estados Unidos, aparecen, con profusión y dramatismo, en prensa, radio y televisión; y, por supuesto, en las redes sociales.

El fenómeno de la migración indocumentada involucra a México en sus dos fronteras, pero es mundial. En Asia, por ejemplo, la comunidad musulmana de los rohingyas, perseguida y víctima de masacres, fue obligada a emigrar de Birmania, su país, en cientos de miles. En Australia, llegan infinidad de inmigrantes que son impedidos de desembarcar o son hacinados en una isla-prisión. En África, los subsaharianos huyen de la pobreza y al igual que muchos musulmanes del Oriente Medio escapan de la guerra, y tratan de alcanzar Europa.

En Europa esta inmigración indocumentada, que muestra imágenes trágicas, está sirviendo de pretexto a dirigentes políticos en su lucha por el poder, que inflan de manera desvergonzada las cifras de inmigrantes, para exacerbar el nacionalismo, los llamados valores cristianos y despertar el latente racismo blanco. Con un perverso fin: destruir la Unión Europea, esta noble y visionaria iniciativa que está construyendo la sociedad del bienestar, fortalece la economía comunitaria y permite a Europa ser interlocutor de peso, hablar de igual a igual con Estados Unidos, China y otros países y regiones que son actores significativos en la esfera mundial.

De vuelta al tema de la caravana de inmigrantes hondureños —a la que se habrían incorporado algunos salvadoreños y guatemaltecos—, a partir del 18 de octubre, comenzó a entrar en territorio mexicano, después de intentos desordenados y torpes de la policía y de funcionarios de migración mexicanos para organizar y hacer legal su internación en el país. Intentos con el fin de priorizar el ingreso de mujeres y niños, así como de revisar “carnets de identidad” de quienes pretendían ingresar y tramitar, en su caso, solicitudes de refugio. Sin embargo, estas acciones de funcionarios de gobierno y fuerzas de seguridad mexicanos, así hubieran respondido al intento de proteger a los más débiles, organizar el ingreso de la caravana en el país y dar cobertura y estatus legal —a algunos como refugiados— mostraron una injustificable incompetencia. Empañaron la imagen internacional de México y de los mexicanos y su gobierno.

A medida que la caravana avanza hacia el norte, se muestran imágenes, mezcla de cansancio y sufrimiento con alegría y esperanza, de sus integrantes: exhaustos por el largo andar: más de 700 kilómetros desde San Pedro Sula, en Honduras, a la frontera mexicana, y el viaje de 2000 kilómetros que emprenden hasta Estados Unidos; y por las inclemencias del tiempo, entre fuertes aguaceros y calores infernales. Pero también contentos, agitando la bandera de Honduras y gritando, “aquí, allá, la raza vencerá”. Los medios muestran imágenes y breves entrevistas a estos peregrinos, esperanzados en que Donald Trump no les cierre las puertas de Estados Unidos, al que, siempre respetuosamente, desafían diciéndole que van a su país y entrarán en él.

Esta “marcha de los pobres” transita por México recibiendo expresiones de simpatía, el apoyo solidario con alimentos, bebidas y ropa; y hasta la bienvenida de los pueblos, con músicos populares —como en Metapa, Chiapas—. También ha sido objeto del reiterado ofrecimiento de apoyo por parte del gobierno federal, de algún gobernador ducho en colgarse medallas y del presidente electo, quien ofrece dar empleo a quienes decidan —o tengan que— permanecer en México. Las redes sociales han sido igualmente pródigas en expresiones de solidaridad y organizando la recolección de ropa, cobijas, casas de campaña, alimentos y otros productos necesarios para estos peregrinos. Son el alma buena y solidaria de los mexicanos hacia los necesitados, en este caso para nuestros compatriotas de los que nos ha separado el río Suchiate y fronteras en el sur.

Lamentablemente hay también compatriotas que por ignorancia, temor o desprecio critican el apoyo a los inmigrantes de la caravana, arguyendo que primero hay que ayudar a los mexicanos pobres. Esta oposición, que considera que hay seres humanos “de primera y de segunda”, llega hasta ofender e injuriar a los inmigrantes; es la expresión de una xenofobia y un racismo intolerables y que me avergüenza como mexicano. Es nuestro rostro infame.

La caravana y su peregrinación ha dado lugar también a una cascada de injurias y de amenazas de Trump a México y a los gobiernos de Honduras, El Salvador y Guatemala, por no impedir la huida de estos migrantes, entre los que, dice, “vienen infiltrados criminales centroamericanos e islamistas del Medio Oriente (sic) que intentan introducirse en Estados Unidos”. Críticas y acusaciones que dirige asimismo a los demócratas, que “quieren fronteras abiertas y las actuales leyes blandas”.

La iracundia del inquilino de la Casa Blanca se expresa en sus tuits informando a los gobiernos del Istmo que, si sus connacionales llegan a Estados Unidos para entrar de manera ilegal, “todos los pagos que se les hacen serán SUSPENDIDOS…” y amenazando a México por no detener el viaje de la caravana de centroamericanos al norte, “este ataque” (sic), con la congelación del renovado TLCAN —hoy USMCA o AEUMC— que deben aprobar los legislativos de los Estados parte. El estadounidense amenaza incluso con ordenar al ejército —lo que no es posible sin la aprobación del Congreso— que cierre la frontera sur.

Acostumbrados a los exabruptos del personaje, indignan, pero ya no causan el temor de otros tiempos. Aunque en este caso no son de temerse por lo que dicen sino por lo que los motiva: en vísperas de las elecciones estadounidenses de mitad de mandato, el 6 de noviembre, en las que se renuevan 35 gubernaturas de los 50 estados, toda la Cámara de Representantes (diputados) y un tercio del Senado, bajo control actualmente del Partido Republicano, Trump está en campaña y este éxodo de los centroamericanos le proporciona una oportunidad de oro para atacar a los inmigrantes, en un país enfermo crónico de xenofobia y de racismo. De ahí que, para más de un serio analista, el éxodo pudo haber sido provocado para favorecer al mandatario en campaña.

Poco o nada pueden hacer México y los gobiernos extranjeros en torno a la campaña electoral estadounidense —aunque no es remoto que el gobierno, las agencias de seguridad del país y los medios puedan revelar hackeos y otras interferencias extranjeras, pero no mexicanas, ilícitas. Lo que sí ha debido hacer México, su asignatura pendiente, de muchos años, es concienciar a la “minoría mexicana” en Estados Unidos de su pertenencia a México, no solamente por compartir idioma, cultura y tradiciones; y por guardar lazos familiares en nuestro país, sino para ser la punta de lanza y un importante grupo de presión en el país vecino. Un lobby mexicano, ¿como el lobby judío?, que también favorecería a nuestros compatriotas residentes allá, con o sin documentos.

Las asignaturas pendientes en las que es imperativo y posible avanzar se refieren a la frontera sur y nuestros vecinos centroamericanos. A la reestructuración, con el apoyo de expertos, y recursos suficientes, de la Comar (Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados) y el establecimiento de otras estructuras para recibir y ubicar y, en su caso, facilitar el viaje a la frontera estadounidense, de inmigrantes y refugiados, principalmente de Centroamérica. Porque seguirán llegando, imparables, huyendo de la pobreza y de la violencia, como lo muestran las estimaciones y estadísticas actuales del prestigiado Pew Research Center, que hace notar un aumento de la inmigración centroamericana —de Honduras, El Salvador y Guatemala, el Triángulo del Norte— y la disminución de inmigrantes mexicanos. Aunque, por datos del propio Pew, la inmigración de centroamericanos es “una gota de agua en los flujos migratorios hacia América del Norte”, insignificante comparada con la de asiáticos.

La restructuración de la frontera sur exigirá negociaciones de alto nivel diplomático y técnico, con los gobiernos del Istmo, a los que México expresará su solidaridad y dará apoyo y ante los que empleará su influencia y “poder suave” (soft power) para comprometerlos en el esfuerzo común de organización en favor de los migrantes y refugiados de esos países y de países extranjeros que peregrinen a través de Centroamérica a México y Estados Unidos.

Lo más importante, sin embargo —lo más apremiante—, es el esfuerzo, una campaña incansable, desde todos los frentes: sociedad civil, universidad y cultura, el Estado, contra la xenofobia y el racismo que campean en la sociedad mexicana. Contra nuestro malinchismo, que desprecia a los centroamericanos y a mexicanos indígenas y afrodescendientes; pero rinde pleitesía a los blancos.

El autor es embajador, diplomático de carrera.