Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]l 21 de noviembre del 2014 fue asesinado en El Salvador, Miguel Ángel Tobar, un miembro de la Mara Salvatrucha que, tras aceptar colaborar con la fiscalía del país centroamericano, consiguió enviar a prisión a una treintena de pandilleros, al mismo tiempo que firmaba su condena de muerte por traicionar a una de las pandillas más peligrosas del mundo.

La noticia de su muerte pronto quedó sepultada por las estadísticas del país con la tasa de homicidios más grande del planeta. ¿A quién le importa un muerto más en una tierra sembrada con asesinatos? ¿A quién le importa un muerto más, si ese muerto era también un asesino? ¿A quién le importaría su muerte, si a casi nadie le importó su vida?

Pero contar la vida y muerte del mara que dejó de nombrarse Miguel Ángel para convertirse en “El Niño de Hollywood” es contar la tragedia de Centroamérica, construida con años de violencia, discriminación, dictadura, con miles de deportaciones y una tradición de intervención estadounidense: una tragedia compuesta de miles de tragedias.

Los hermanos Óscar y Juan José Martínez, periodista y antropólogo respectivamente, decidieron contar este relato y lo hacen a través de una serie de entrevistas que mantuvieron, desde 2012 hasta el año de su muerte, con “El Niño de Hollywood”. La cuentan también a través de la reconstrucción de la historia de las pandillas salvadoreñas: La Mara Salvatrucha 13 y Barrio 18, nacidas en el interior de los Estados Unidos, y creadas por un sistema que obligó a sus miembros primero a huir de El Salvador por la guerra, y después regresar a ese país al ser expulsados del sueño americano.

El resultado es El Niño de Hollywood: cómo Estados Unidos y El Salvador moldearon a un sicario de la Mara Salvatrucha 13”, reportaje que llega a México editado por el sello Debate. De su importancia y de la historia de Miguel Ángel Tobar hablamos con Óscar Martínez en entrevista para Siempre!

El periodista Óscar Martínez.

El periodista Óscar Martínez.

-En un tiempo en que estamos obligados a hablar de las deportaciones ordenadas por Donald Trump, tu libro resulta muy vigente. ¿Por qué la historia de El niño de Hollywood nos puede ayudar a entender procesos tan complejos como la relación de Estados Unidos con Latinoamérica?

Porque parte de la construcción de la personalidad de Miguel Ángel Tobar ocurrió en Estados Unidos. Una parte fundamental de su vida y del tema de las bandas son las deportaciones. Quien fue su mentor para entrar en la Mara, José Antonio Terán, “Chepe Furia”,  como muchos más que huyeron de la guerra salvadoreña, se instaló en Los Ángeles en los años 80 y terminó siendo parte de una pandilla creada para defenderse de otras pandillas. A su regreso a El Salvador, deportado, lo conoce Miguel Ángel, como un montón de otros niños que eran niños de nadie, niños perdidos, niños de la guerra, y de pronto se encuentran con esa sabiduría organizativa que surgió en California. La vida de Miguel Ángel Tovar no hubiera sido la misma sin el fenómeno de las deportaciones. De la Mara Salvatrucha se ha hablado mucho, de las políticas de deportación también, sin embargo, contarlo desde un personaje con nombre y apellido permite generar un microcosmos con lugares, escenas que hace que lo que enunciamos se convierta en la clave para contar una historia compleja, internacional.

-Miguel, desde de su razonamiento, sabiendo que valía más muerto que vivo, parece tener una gran necesidad de contar su historia. Incluso, hay un pasaje donde narran como intentaba escribirla. ¿De donde sale esa necesidad?

Fíjate que eso es una de las preguntas que yo y muchos periodistas nos hacemos, pero no tengo una respuesta. Miguel Ángel quería contar su historia. Creo que en algún momento entendió esa frase terrible que decimos nosotros: que su historia era más importante que su vida, pero que era necesario contarla.

A menudo nos preguntamos por qué ciertas fuentes quieren contar su historia. Por qué esa necesidad humana de abrirse y contarlo. No tengo idea. No tengo una respuesta clara de por qué alguna gente lo hace. Lo que sí te puedo decir es qué hay que hacer para conseguir que la gente lo haga. Creo que uno debe ser honesto. Con Miguel Ángel fuimos brutalmente honestos, le dijimos cosas. Le demostramos que nos interesaba contar bien su historia. Y en tercer lugar, entendíamos mejor su situación, tanto Juan como yo tenemos años de trabajar con las pandillas, no solo en El Salvador, sino en Centroamérica, México y Estados Unidos entonces podíamos hablar en su mismo código. Ser honestos, demostrar interés y saber un poco de lo que se va a contar son claves básicas y necesarias para que alguien te cuente.

-En un momento de la historia, al describir a los jóvenes como el pandillero llamado El Smurf mencionan que comían tres veces y calzaban desde niños. ¿Cómo es un muchacho promedio en El salvador?

Como en la mayoría de los países hay clases marginales, lo que cambia acá es que son la mayoría del país, además de la fuerte presencia de las pandillas. Son vidas miserables, no sólo por la miseria en sí, la carencia de cosas, la falta de alimento, vivienda, sino por la constante presencia de un grupo criminal como las Maras, que lo marca todo, y cuando te digo que lo marca todo es que hay mucha gente, jóvenes que no viven un país, viven pedazos de un país. Que viven en barrios dominados por la Mara Salvatrucha, por ejemplo, y que aunque no sean miembro de las pandillas no pueden recorrer otra parte dominada por otra banda. Un excandidato presidencial de derechas propuso retirar del documento de identidad la dirección porque entendía que esos documentos eran una pena de muerte sólo por vivir en una zona gobernada por otro pandilla.

-¿El Salvador es un lugar invisible para la comunidad internacional?

Normalmente lo ha sido. Hay algunos hechos que nos han puesto en la mira, las pandillas lo han sido en su momento, la tregua que el gobierno hizo con ellas en el 2012, pero sí, no hay una mirada constante sobre este país que debería ser un observatorio mundial. Somos el país con más homicidios del mundo, aunque no tenemos una guerra abierta. Lo venimos siendo desde el 2009.

-En ese contexto paupérrimo, con grupos de delincuentes que no van a volverse ricos, ¿qué es lo que busca un joven que se integra a las bandas?

Identidad, eso es lo que creo. Las pandillas no ofrecen dinero. A diferencia de los cárteles mexicanos, en una pandilla no te pagan. Lo que ellas te ofrecen es ser alguien. Es decir, en lugar de ser Miguel Ángel Tobar, un niño pobre que ha sido toda su infancia vejado, que no le ha interesado a nadie, pasas a ser “El Niño de Hollywood”. Te convencen de que eres parte de una guerra trascendental. Y nadie en este mundo quiere ser Miguel Ángel Tobar, todos quieren ser otra persona.

-¿Qué habría sido el niño de no ser mara? ¿Tenía oportunidad de ser algo más?

La verdad es que tenía muy pocas oportunidades. Habría sido, supongo, un criminal de otra monta, un ladrón de coches o de bicicletas o de casas, pero no creo que hubiera podido ser un arquitecto. Nadie  le ofreció esa oportunidad en la vida. Antes de ser de la Mara Salvatrucha ya había dado sus primeros pasos en el mundo del delito con pequeñas acciones. La pandilla sí cambió cosas, pero no todas. El Salvador es un país violento aun sin las pandillas. No porque estemos locos o nos falte alguna neurona: hemos sido creados a golpes, no conocemos la paz porque nunca la hemos vivido. El fin de una guerra puede ser sólo el inicio de otra.

-Un habitante promedio de los Estados Unidos, por ejemplo, podría dimensionar las condiciones de miseria del Salvador?

Nosotros a eso aspiramos. No escribimos un libro para salvadoreños, escribimos un libro para que se entienda esto, así lo agarre un sueco que nunca ha escuchado hablar de las maras. Este libro es un intento de explicarle a cualquier lector, de cualquier país del mundo, rasgos esenciales de qué es la Mara Salvatrucha, y sobre todo un proceso muy particular y detallado de cómo algo se hace miembro de ella y de quiénes pusieron los ingredientes necesarios para que esas personas se hicieran miembros de la Mara. Eso es lo que pretendemos que la gente entienda.

-La vida de Miguel demuestra muchas veces que las instituciones son sumamente vulnerables. ¿Es El Salvador un Estado Fallido?

Yo creo que sí. Hay mucha gente que vive bajo el gobierno de las pandillas. La presencia de autoridad más constante en sus vidas son las pandillas, no el Estado. Sí creo que para mucha gente no hay ningún matiz en decir que el Estado falló, el Estado fracasó, dejó de normar aspectos de su vida y los dejó en manos de otro grupo, en este caso, de grupos criminales, la Mara Salvatrucha, Barrio 18.

-¿Es posible revertirlo? 

Sí, pero no veo ninguna señal de que se esté haciendo. Cuando en el 2003 el tema de las pandillas se puso en el centro de la cuestión de seguridad pública, se creó el Plan Mano Dura que apostó a la represión como principal medio de combate contra las pandillas, desde ese año El Salvador no paró de subir en su tasa de homicidios hasta que en el 2009, con una tasa de 71 homicidios por cada 100 mil habitantes –la de México ronda los 18-, nos dimos cuenta de que esa estrategia no funcionaba, sin embargo, la seguimos aplicando. Pero no sólo aquí. ¿Qué ha hecho Donald Trump con los últimos asesinatos perpetrados por la Mara Salvatrucha en Estados Unidos? Deportar. Esa ha sido la política. Las deportaciones fueron el origen de las pandillas.

-Narran la tregua impulsada por el gobierno de Mauricio Funes que, aunque era efectiva hasta cierto punto, era muy impopular. En México ahora se debate si la amnistía a criminales es viable. ¿Podría ser ese un camino para la paz en México?

Sobre todo con los grupos criminales cuyo origen está en una falla del Estado: la falta de oportunidades, la mala política para solucionar los problemas.. el diálogo es una posibilidad. Ahora, el dialogo no como se hizo en El Salvador, un diálogo de cara a la gente, que no se negocie bajo la mesa, que no haya intenciones electoreras de parte de los partidos. Si la pregunta es si el dialogo con estos grupos puede ser parte de la solución, yo creo que sí. Si en México lo van a hacer bien, yo te puedo decir que sí y que ojalá lo hagan.

-¿Cómo se podría avanzar hacia la paz en un lugar con un tejido tan dañado como El Salvador, mencionan ustedes, el abandono de los padres?

Hay que empezar desde la prevención, pero también desde el saneamiento del sistema de justicia. Mira que somos el país más homicida del mundo, aquí uno de cada diez homicidios llega a un juzgado. Este es un buen lugar para matar. Y ese es un mensaje terrible que la gente ha entendido, porque la impunidad es algo que destruye sociedades. Esta sociedad tuvo masacres terribles durante la guerra que aún no se han resuelto. La masacre de Mozote en el 81 dejó casi mil personas asesinadas, niñas y mujeres incluidas, y no hay ningún condenado por eso hasta ahora. Reconstruir el tejido social pasa por ese tipo de cosas.

-¿Cuál es el mensaje con el que quisieran que el lector de su libro se quedara?

Con este libro pretendo que la gente entienda más sobre algo que yo creo que entienden muy poco. Sobre la Mara Salvatrucha y cómo se construyó se hablan muchas falacias, se cuentan muchas inexactitudes, hay muchos discursos políticos no vacíos, sino directamente  mentirosas. Que la mara Salvatrucha es un grupo criminal terrible, sí lo es,  pero que se creo como ellos dicen y que se soluciona de la forma que nos venden, esa es una mentira y también eso es terrible.