Por Jorge Alonso Espíritu

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]L[/su_dropcap]a temporada del Oscar comienza en las salas de cine esta semana con el estreno de Nace una estrella, cuarta versión del drama romántico de 1937, protagonizado en diferentes momentos por Fredric March y Janet Gaynor; Judy Garland y James Mason; Barbra Streisand y Kris Kristofferson; y en su versión millennial, por Bradley Cooper y la excéntrica Lady Gaga interpretando a Jackson Maine y Ally.

Las cintas cuentan la historia de amor paradigmática de Hollywood: un hombre famoso que en el ocaso de su carrera conoce e impulsa la de una chica enérgica que está destinada a ser la nueva estrella del complejo mundo del espectáculo. En el caso de las primeras adaptaciones el mundo retratado es el cinematográfico y en el de las últimas, el de la música. Para recrear la industria en estos tiempos, resulta acertado contar con una figura como Lady Gaga en el protagónico.

De hecho el remake, dirigido por el propio Cooper, estrenado fuera de concurso en el Festival de Venecia, integra de forma correcta algunos de los elementos que más valoran tanto la Academia como los grandes públicos: una historia de amor trágico, una pareja de alto valor publicitario con suficiente química, muchas canciones y una historia de superación personal. Incluso técnicamente el filme resulta destacado, de forma especial en el trabajo de cámara de Matthew Libatique, colaborador usual de Darren Aronofsky, que aquí con mayor mesura sabe transitar de los momentos íntimos de la pareja a los conciertos multitudinarios.

Cooper parece sentir de forma genuina la historia que va a contar, por lo que engancha con su sinceridad en las primeras escenas: Cuando Jackson Maine, la estrella de la música folk inaugura la película en el escenario y el momento en que Ally, lejos de las masas interpreta “La Vie en Rose” en un bar de Drags.

Lamentablemente, el encanto se diluye al avanzar el metraje, entre números enteros que deleitarán a los fans de Gaga y causarán cierto sopor al resto. El efecto se multiplica cuando el papel de Gaga, ya convertida en estrella y fichada por una disquera, sacrifica profundidad para convertirse en una despampanante y sosa artistilla pop.

El mensaje se vuelve ambiguo, más cuando Cooper pelea el protagónico y traslada el peso emocional de la versión a su personaje, Jackson Maine, robando las mejores escenas, incluido el clímax. En ese combate algunos temas que podrían hacer de Nace una estrella un nuevo clásico del género son relegados a anécdotas: la salud mental, las adicciones, el precio de la fama y la mercantilización del cuerpo, el significado de la familia e incluso el significado del arte.

Con todo y esto, es casi indiscutible que este refrito llegará a la gala de los Oscar y es probable que dé un premio a Lady Gaga, que con la banda sonora ya encabeza la lista de Billboard.

Permanencia voluntaria: Sonidos del corazón 

Esta semana, podemos considerar que como contraste de la película antes reseñada, llega a carteleras la modesta Sonidos del corazón, un pequeño drama familiar acerca de un padre y su hija durante los últimos días de vida común antes de que la chica emigre a estudiar la universidad. Amantes de la música, formarán un dúo musical que “no es una banda”. A pesar de algunos tropiezos del guion y momentos poco creíbles, la película conmueve por su sencillez y por la voz de Kiersey Clemons.