Ricardo Muñoz Munguía

Humor, diversión, música, drogas, muerte…, donde cualquiera se identifica. Se trata de una época al sur de la Ciudad de México, en los 80 y 90, cuando “hacíamos casetes mezclados, una época sin mp3”, afirma el escritor Gabriel Vázquez (Ciudad de México). Narrador y periodista cultural, egresado de Ciencias de la Comunicación por la Universidad Intercontinental (UIC), donde estudia la maestría en Guionismo, ha obtenido la beca del Fonca y del estado de Quintana Roo, es autor de la novela de ficción Vivir sin I (Acribus editorial 2015), única novela escrita sin ninguna palabra que contenga la letra i, del volumen de cuentos Recuerdo de Cancún (Fondo Editorial Tierra Adentro 2008) y, entre otros libros, de Nadie es nadie, amor (Camelot América, 2018), novela que nos trae a esta charla.

—¿Cómo se concibe Nadie es nadie, amor?

—Después de Vivir sin I, que me llevó cuatro años, decidí imprimir más mi experiencia en una nueva novela desde un lenguaje coloquial y relajado. Por supuesto, con el elemento principal de la música, pues soy fan de The Cure, Smiths, REM… Quien se acerque a la novela leerá/escuchará música que algún día fue alternativa: Pixies, The Cure, Smiths Prefab Sprout… Curioso, por cierto, que en los noventa era inalcanzable y ahora vivimos una sobreoferta de conciertos. Soy de una generación que creció con esa música, en Tlalpan; el sur de la ciudad, así que quise escribir sobre esos lugares que casi no existen en las novelas mexicanas, que son más centricas. Aproveché para mostrar un recorrido por las rupturas amorosas y el reencuentro con las ex novias. Quienes son de la época de los 80 y 90, principalmente de Coyoacán y Tlalpan, reconocerán esos sitios que nos marcaron: Perisur, La Siberia, El hijo del cuervo, La jaliscience de Tlalpan…, el Ajusco de las idas de pinta noventeras que no faltaban los viernes.

—¿Escritores con los que te sientes cercano?

—Para mí el autor más importante mexicano siempre será Rulfo. Y también me siento cercano con la literatura de la Onda, como se percibe en mi novela apegada a la clase media, por darle una etiqueta. Otra identificación clara es con High Fidelity, sobre todo en el sentido de usar la música como parte fundamental. Trainspotting también sería una inspiración, aunque los personajes de mi novela tienen una relación tangencial con las drogas. El Cani (apodo de Canibal) se mete en ese mundo y los demás personajes no tienen esa cercanía con las drogas. El Cani, un amigo, y en quien está basada esta novela, se mete en las drogas y termina mal, no por moralino, sino porque vivió mal y falleció. En este trabajo he querido recordarlo, es un velado homenaje a esa persona que identifican bien quienes lo conocieron y, por supuesto, han leído la novela. El personaje se asume como un saboteador de su felicidad, un incapacitado emocional, que vive en una ciudad en la que todos los días puedes encontrar y perder el amor.

—¿Qué opinas de legalizar la droga?

—Debería ser. Hay casos exitosos, como Colorado en USA, que destina las ganancias de esa comercialización a la educación, y las escuelas de ese estado han visto un crecimiento en infraestructura increíbles. Por otro lado, no olvidemos que en nuestro país, desgraciadamente: hecha la ley, hecha la trampa. Debe haber un cambio en ese paradigma, encontrar un modelo que no persiga al chavito que fuma y que, lo recaudado, sepamos qué se hace con el dinero, las propiedades y demás incautados. Y ya sabemos que esa “guerra contra el narcotráfico” ha resultado en una país lleno de fosas comunes sin explicación. Creo fervientemente en la regeneracion del tejido social, en que se generen los espacios públicos, que se recuperen y eso no se hace con las armas, sino con políticas públicas que permitan que los ciudadanos sean parte de su ciudad. Y mucho de ello se lograría con una política cultural.