(Primera parte)

Madrid.- Aparte de que sea verdad, no hay que creer, a pie juntillas, todo lo que publica cierta prensa internacional (e “informan” no pocas ONG) que desde hace tiempo desarrollan, a la chita callando, una campaña en contra de México. Sobre todo cuando se afirma que nuestro país es “el peor lugar de la Tierra” para desarrollar actividades periodísticas y ejercer la libertad de expresión. Tampoco sería verdad decir que en la patria donde nacieron Pancho Villa y Emiliano Zapata (dos héroes populares que, hasta el momento, afortunadamente ningún político ha tomado como paradigma de “honradez republicana” y como santo laico), no sucede nada con periodistas que toman en serio su profesión y le cantan sus verdades tanto a delincuentes como a políticos —no solo al gobierno— de todos los niveles.

Nadie en su sano juicio ignora que el periodismo en México y en muchas otras partes del planeta conlleva graves riesgos —hasta perder la vida—, en aras de cumplir los Derechos Fundamentales del Hombre, no solo mexicanos sino de todas partes. Nadie ha dicho que ser periodista es fácil. Lo fundamental es serlo porque es una decisión motu proprio, a sabiendas (se supone) de que se conocen los riesgos que esta decisión conlleva. Aún así, mujeres y hombres deciden ejercerlas porque les da la gana hacerlo. Simple y llanamente.

Así las cosas, no hay la menor duda de que los periodistas están en el punto de mira en todas partes. En el país de la democracia “por excelencia”, el presidente Donald Trump afirma, en todo momento, que “el enemigo del pueblo es la prensa”. En México, es cierto, el Presidente electo, molesto por algunas críticas, ya se refirió a la “prensa fifí”. Tiene la piel muy sensible. En el pasado cuando se desempeñaba como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, después de una inolvidable marcha popular en contra de la inseguridad, arremetió en contra de la prensa y dijo que “solo los pirruris estuvieron en la manifestación”. Mala señal.

Pese a todo, México no es el “peor del mundo”, como asegura cierta prensa “mexicana” y extranjera. No exageren. En Afganistán, el pasado 30 de abril la organización terrorista Estado Islámico (EI) reivindicó sendos atentados que causaron la muerte de 25 personas, entre ellas, nada menos que nueve periodistas y 49 civiles heridos.

No hay estadísticas ciertas que informen sobre el número exacto de periodistas muertos en la tierra de nadie de los suburbios de infinidad de ciudades hispanoamericanas, donde los únicos que mandan son los carteles de la droga (delincuencia organizada y la que no lo es), enfrentados con la corrupta policía municipal, estatal y federal. La ONG, Reporteros sin Frontera asegura que en este campo México va la delantera. Pero lo mismo sucede en la República Federal China, donde se persigue y encarcela a personajes del periodismo, premios Nobel y otros galardonados que se hayan distinguido por criticar al régimen. En Rusia, a doce años de distancia, muchos recuerdan el asesinato de la periodista Ana Politovskaya.

Después de la Operación Cóndor en Sudamérica y de miles y miles de víctimas inocentes que fueron asesinadas —incluyendo periodistas cuyos nombres pertenecen al olvido—, por la represión militarista, hay que subrayar lo que ocurre en Venezuela y en Nicaragua, en Guatemala y en otras partes: hay periodistas que se pudren en las cárceles, o se les ejecuta en panteones clandestinos o, peor aún, frente a sus domicilios, o dentro de ellos, sin el menor recato, en la cama durmiendo con su mujer e hijos.

México no es el único “infierno”. En otras partes el fuego se aviva. Por ejemplo en la Vieja y Culta Europa, los periódicos impresos y los medios electrónicos expresan su preocupación por la amenaza, cierta y evidente, que pesa sobre la libertad de información, de prensa. Europa se enfrenta a una cruda realidad: en sus históricos solares se mata a periodistas tanto como sucede en los “salvajes países iberoamericanos”. La avasalladora delincuencia organizada intimida y presiona a periodistas y a los propietarios de los medios. De tal suerte, se ha activado la alarma en Bruselas, la capital de la Unión Europea (UE) y, dicen los propios medios “(se) intenta poner coto a esta evolución, con más lentitud que eficacia”.

En este sentido, la Comisión de Libertades del Parlamento Europeo (PE) trataría el problema al votar sobre un polémico informe de directiva para blindar las fuentes de información de escandalosos casos de corrupción. La ponente del texto, la eurodiputada española Maite Pagazaurtundúa, que fue presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, y cuyo hermano Joseba Pagazaurtundúa, militante del Partido Socialista Español (PSE) fue asesinado por la asociación terrorista Euskadi ta Askatazuna (ETA: Patria Vasca y Libertad) en el año 2003, al respecto advierte: “Necesitamos normativas de apoyo a los medios y a los periodistas de investigación”… “se debe favorecer que los medios rentabilicen su trabajo para que el lucro no se lo lleven otras empresas”, al referirse a las plataformas digitales.

En tanto el PE votaba la propuesta citada, en Malta se rendía un homenaje a Daphne Caruana Galizia, una periodista especializada en casos de corrupción que concernían sobre todo al partido socialista en el poder en la isla. Hace un año, el 16 de octubre de 2017, al estallar una bomba lapa instalada en su automóvil se terminó brutalmente con la vida de la reportera.

Los países de la UE se cimbraron. No obstante, propios y extraños afirman que la zona continúa siendo un lugar seguro para el trabajo periodístico. Pero, la ONG, Reporteros sin Fronteras (RSF), en su informe más reciente asegura que el Viejo Continente es la parte del planeta en donde las condiciones de seguridad más se han deteriorado. De acuerdo a esta organización, la libertad de prensa en 180 países, once de los 28 miembros de la UE han descendido de lugar. Incluso, algunos se han desplomado como Eslovaquia (10 niveles, hasta el número 27), República Checa (11 peldaños, cayó hasta el 34), o Malta, del 18 al 65). Y, el peor caso es Bulgaria hasta el lugar 111.

El primer aldabonazo fue el asesinato de Caruana Galizia que puso sobre aviso a toda la zona europea. La libertad de prensa estaba en peligro. Cuatro meses más tarde, en febrero de 2018, el periodista Jan Kuciak y su novia Martina Kusnirova fueron atacados a tiros en su propia casa, como si se tratara de un reportero en Veracruz, Tabasco, Chiapas o Guerrero. O sea que en todas partes se cuecen habas. A sus 27 años de edad, Kuciak se convirtió en el primer periodista asesinado en Eslovaquia desde la independencia del país en 1993 tras publicar varios reportajes sobre presuntas relaciones de la mafia italiana con el gobierno eslovaco. Antes de morir, Jan Kuciak preparaba otro artículo que vinculaba directamente con la corrupción al entonces primer ministro, el socialista Robert Fico. El trabajo se quedó en el tintero.

Respecto al caso de Caruana Galizia, las investigaciones se remontaban años atrás, pero su muerte sucede en medio de la creciente oleada que cuestiona a los medios de comunicación, lo que afecta a su credibilidad.

Y, hace poco más de una semana, lo más horripilante, apareció en Bulgaria, violada y degollada la presentadora de televisión Viktoria Marinova. El colmo.

El caso de Marinova sobrepasó todo lo imaginable en la “culta” Europa. Las autoridades no han encontrado las “razones” del horrendo crimen. Lo cierto es que pocos días antes del asesinato, Viktoria Marinova presentó una investigación sobre un caso de corrupción relacionado con los fondos estructurales de la propia Unión Europea. Además, el trabajo periodístico de la infortunada presentadora de TV fue posible gracias al apoyo de un programa (#IJ4EU) del Parlamento Europeo, gestionado por el International Press Institute (IPI) —asociación de profesionales del periodismo procedentes de más de 100 países con sede en Viena, Austria—, cuyo director adjunto, Scott Grieffen, preocupado, declaró al respecto: “la opinión pública de varios países europeos empieza a preguntarse en qué tipo de sociedades vamos a vivir”.

Abundó: “Estamos sumamente preocupados…Antes, los asesinatos de periodistas ocurrían en lugares como México, Afganistán o Filipinas. Ahora se cometen en países de la UE, lo cual no había ocurrido desde hace años”.

El problema tiene mar de fondo, al que se agrega la “desaparición” del periodista saudí James Khashoggi, colaborador del periódico estadounidense The Washington Post, dentro del Consulado General de Arabia Saudí en Estambul, Turquía. Trama digna de Ian Fleming o de John Le Carré. Para el capítulo siguiente…VALE.