No nos engañemos. Lo que viene es el destripamiento de las instituciones, el fin de la separación de poderes, del respeto a la prensa libre y la sustitución de la Constitución, por otra que no estorbe.

Las luces del aeropuerto dejaron ver la pista. La consulta burlona, manipulada y “alegal” —como la llamó el exconsejero electoral Eduardo Huchim— mostró la pulsión autoritaria de un gobernante que no hará caso a nadie, a nada, excepto a su voluntad y decisión.

Al margen de lo que suceda con Texcoco o Santa Lucía, lo importante del proceso fue darse cuenta de que el Estado mexicano se quedó, después del 1 de julio, sin “torres de control”.

Quienes tenían la esperanza de que los mercados nacionales y extranjeros operaran como equilibrio y contrapeso de decisiones irracionales y arbitrarias ya cayeron en el error de su ingenuidad.

El video que subió Andrés Manuel López Obrador a su cuenta de Facebook, cuarenta y ocho horas antes de la consulta, muestra con toda claridad cuánto le importa la opinión de bancos, calificadoras, premios nobel —como el economista Robert Shiller— u organismos financieros internacionales: nada.

Los voceros del presidente electo han comenzado a trazar las coordenadas del gobierno que viene. Para ellos el 1 de julio es apenas el inicio de un largo camino que implica el desmantelamiento urgente y necesario de un régimen que califican como “el más represivo, autoritario, longevo y corrupto de la historia mundial”.

Por ello, dicen, hay que tirar estatuas, muros y “el andamiaje de corruptelas y complicidades” entre la clase política y empresarial que sostiene al viejo régimen. Detrás de la consulta aeroportuaria está el intento de comenzar a desmembrar los grupos económicos que invirtieron en el proyecto y que son contrarios a la esfera de influencia del presidente electo.

López Obrador quiere “su” aeropuerto, con empresarios, socios inversionistas que le respondan a él y no a los representantes o aliados de gobiernos priistas.

Con la consulta: NAIM sí o NAIM no, da inicio una cruenta disputa por el poder económico entre el antiguo y el nuevo régimen.

Eso es lo que hay detrás de los ataques que lanzó López Obrador a Televisa y a Carlos Loret de Mola, cuando acusó a la empresa y al periodista de crear un ambiente de miedo entre la opinión pública al advertir sobre las consecuencias que tendría la cancelación de Nuevo Aeropuerto Internacional en Texcoco.

Si de lo que se trata es de “demoler un régimen”, lo que seguiría es saber cómo piensan hacerlo. ¿Qué significa eso de “hacer que se desplome” o de dar otro golpe, después de haber dado el primero en las urnas? ¿Contra quién o contra quiénes se va a dirigir la embestida?

Si de lo que se trata es de no dejar ni las cenizas, entonces, la demolición va a ser total. El exterminio incluirá tanto a la iniciativa privada como a las instituciones, los tribunales, los medios de comunicación, los órganos autónomos e incluso las universidades.

Les molesta y resulta sospechosa la autonomía del Banco de México, del INAI, INE, INEE y de las organizaciones no gubernamentales ajenas a la ideología de Morena.

Ojo con esto: los representantes oficiosos del próximo gobierno utilizan palabras como “acabar”, “demoler”, “tirar”, “exterminar”. Nunca incluyen en su retórica palabras como “convencer”, “incluir”, “acordar”.

Se busca el cambio de régimen a través de métodos autoritarios que nada tienen que ver con prácticas democráticas.

El resultado de la consulta también va a ser un indicio de lo que a futuro pueda suceder con los procesos electorales y, específicamente, con el Instituto Nacional Electoral. Haber ignorado al INE es una muy significativa señal.

Este arbitrario y caprichoso sondeo debe ser considerado como un ensayo de lo que serán los comicios que organizará el próximo gobierno.

Presagia el fin de la democracia electoral. Y es que ya lo advirtió también el hábil operador del presidente electo: se trata de destruir lo que haya que destruir, de demoler lo que haya que demoler, para impedir, en las elecciones de 2021, la restauración del viejo régimen.