Irene Selser

Una noticia buena y una mala. La buena es que a pesar del retiro de la administración Trump del Acuerdo de París sobre el Clima, suscrito por las Naciones Unidas en diciembre de 2015, los expertos aseguran que desde entonces se observa una dinámica muy fuerte de las ciudades, las regiones y la sociedad civil de todo el mundo para frenar el calentamiento del planeta, lo cual puede “compensar” la ausencia de compromiso de Estados Unidos.

La mala: en su informe especial de 400 páginas de cara a la próxima cumbre de la ONU sobre el clima, la COP 24 a realizarse en Katowice, Polonia, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima (GIEC) no oculta su alarma.

El GIEC constata que el ritmo de las negociaciones para avanzar en la aplicación del histórico acuerdo “no se percibe como suficientemente elevado” para ir concretando asuntos importantes; a la vez que se requiere abordar al más alto nivel el tema del financiamiento climático de los países desarrollados a las naciones en desarrollo. El mundo desarrollado se comprometió en París a aportar 100 mil millones de dólares de aquí a 2020 para apoyar la reconversión sustentable de las economías, pero falta definir una mayor transparencia y predictibilidad en la derrama financiera.

Para ayudar a destrabar ambos escollos tuvo lugar en septiembre una sesión adicional de la ONU en Bangkok con miras a lograr la aplicación completa del Acuerdo de París.

El reto de la próxima Conferencia anual de las Partes (COP) del 3 al 14 de diciembre en Katowice es, precisamente, que los casi 200 países asistentes adopten a nombre de la comunidad internacional las reglas para la puesta en práctica del Acuerdo de París, el cual busca contener el recalentamiento del planeta bajo el umbral de los 2 °C.

Las conferencias de la COP –al amparo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) –representan la más importante iniciativa mundial para reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), principal factor del recalentamiento del clima.

Los científicos del GIEC (o IPCC = Intergovernmental Panel on Climate Change), con sede en Ginebra, Suiza, dirigen sus advertencias muy especialmente “a los responsables políticos”. Les reiteran con nuevos datos los efectos catastróficos de un recalentamiento de las temperaturas más allá de 1.5 °C en relación a los niveles anteriores a la revolución industrial de mediados del siglo dieciocho.

Los efectos son múltiples, afirman: olas de calor, desestabilización de los cascos polares, aumento de los océanos a largo plazo, extinción de especies. También actualizan las cifras para lograr dicha reducción: -45% de emisiones GEI en los próximos 12 años, es decir de aquí a 2030 y llevar a cabo una “neutralización del carbono” en 2050. En otras palabras, agregan, hay que dejar de meter en la atmósfera más dióxido de carbono (CO2) del que se pueda retirar.

Jim Skea, uno de los investigadores del GIEC, destaca que con el más reciente informe “se ha enviado un mensaje a los gobiernos, les hemos dado las pruebas, ahora les toca a ellos actuar”. En declaraciones a la prensa, dijo que las leyes de la física y de la química permiten limitar el alza en 1.5 °C, lo mismo que las tecnologías, el cambio de los modos de vida y las inversiones climáticas. Pero, “la última cosa a la cual los científicos no pueden responder, es si es factible política e institucionalmente”, cuando todos los ecosistemas se han vista afectados por esta nueva era geológica que ha llevado a la Tierra a las puertas del colapso.

La apuesta durante esta COP24 es que los países desarrollados asuman compromisos claros que aseguren la aplicación del Acuerdo de París. Al respecto, como país anfitrión, Polonia quiere compartir su experiencia de cómo se puede llegar a ser neutros en carbono gracias a la buena gestión de los bosques que estando en pie absorben las emisiones de GIE, regulan los flujos de agua y protegen a las comunidades costeras de fenómenos extremos y del aumento del nivel del mar.

Este año, al menos cinco alertas movilizaron al Sistema Europeo de Gestión de Emergencias por la proliferación de incendios devastadores en el norte y este del viejo continente, como fueron los casos de Grecia, Suecia y Letonia, alimentados por una ola de calor prolongada. Esto confirma que “las predicciones sobre un cambio climático global son reales”, en palabras de la directora internacional de Greenpeace, Bunny McMaid.

También en 2017, fenómenos meteorológicos extremos dejaron decenas de muertos en España y Portugal, alimentados por el calor y la sequía, la más severa del siglo además en latitudes polares.

Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), 2018 fue uno de los años más calurosos de los que se tenga registro, combinado con el aumento de lluvias torrenciales, más frecuentes y violentas.

California y Japón son dos ejemplos extremos del colapso climático producto de la acción humana, con centenares de víctimas en un destructivo verano a causa de incendios descontrolados en el primer caso y de inundaciones y deslizamientos de tierra en el segundo. Japón registró lluvias récord en distintas partes del archipiélago, que a mediados de año obligaron a la evacuación de dos millones de personas, cuando inundaciones repentinas se tragaron literalmente casas y calles.

De hecho, la discusión volvió a encenderse en Estados Unidos a raíz de las altas temperaturas registradas en California en julio y agosto, donde según Los Angeles Times, además de una decena de víctimas humanas, entre ellas varios niños, los guardabosques reportaron la muerte de aves típicamente resistentes, incapaces de sobrevivir en las tórridas condiciones climáticas que este año coronaron un proceso de calentamiento gradual en ese estado, con récords históricos de temperaturas en el último lustro.

En palabras de Nina Oakley, del Centro Regional del Clima Occidental en Reno, Nevada, “estamos viendo ahora los impactos del cambio climático. Esto es ciertamente así. Está sucediendo”.

“Es una tragedia griega” afirma la investigadora francesa Valérie Masson-Delmotte, miembro destacado del GEIC y considerada en París como “el rostro de las ciencias del clima” por su papel activo en la toma de conciencia sobre la catástrofe en curso. Coincide con otros colegas en que debe alcanzarse una mayor rapidez en la lucha contra el cambio climático ya que los sucesos extremos no son más que “un anticipo” de lo que le espera al planeta en las próximas décadas.

Tres años después del Acuerdo de París, suscrito por 195 países decididos a lograr un planeta sostenible y bajo en emisiones de carbono, la cumbre de Katowice busca ratificar la voluntad común de mantener el aumento de la temperatura global en este siglo por debajo de los 2 °C, en esencia “el problema más serio al que se enfrenta la humanidad”, según dijo en 2015 el entonces canciller anfitrión Laurent Fabius, presidente de la COP 21.

“Todas las delegaciones y grupos de países pueden volver a casa con la cabeza alta”, añadió el ministro francés en la sesión final de la cumbre que por primera logró un acuerdo vinculante y universal en materia del clima. El entonces titular de la ONU, Ban Ki-moon, destacó que la cumbre de París “supone entrar en una nueva era de cooperación global en uno de los asuntos más complejos de la humanidad”, a fin de que cada país reduzca sus emisiones contaminantes, se refuercen las capacidades locales para adaptarse a las nuevas condiciones y unirse a una causa común para actuar juntos por el clima. Según Ban, el Acuerdo de París fue “un rotundo éxito para el multilateralismo” al lograrse un acuerdo de visión a largo plazo para garantizar a las nuevas generaciones la existencia de la vida en la Tierra.

Más golpes al legado de Obama

En la vereda opuesta, el republicano Donald Trump asestó otro golpe al legado ambiental de su predecesor, Barack Obama, al anunciar una nueva propuesta normativa que liberaliza la regulación de las emisiones de las centrales térmicas de carbón, dejándola en mano de los estados de la Unión.

La nueva norma dada a conocer a finales de agosto fue bautizada como plan de Energía Limpia Asequible (ACE, por sus siglas en inglés). Su objetivo, derogar el Plan de Energía Limpia (CPP) implantado por la administración demócrata con miras a reducir la emisión de GEI.

Según Andrew Wheeler, administrador interino de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), la nueva regulación también servirá para reducir las emisiones contaminantes ya que la “industria ganará en eficiencia”.

En un comunicado, la EPA de Trump criticó por “excesivamente restrictiva y costosa” la norma que amparaba el plan de Obama, principal impulsor junto con China y Europa del Acuerdo de París y estimó en 1.5 por ciento la reducción de las emisiones GEI. Enfatizó que el ACE “devuelve el poder a los estados, promueve la independencia energética y facilita el crecimiento económico y la creación de empleo”.

La norma de Obama obligaba a los estados a cumplir con estándares específicos de reducción de emisiones de dióxido de carbono y se estimó que podría prevenir hasta 6 mil 600 muertes prematuras y 150 mil ataques de asma en niños.

La norma confirma que el gobierno estadunidense ha vuelto a ser un aliado incondicional del sector energético. Después de rechazar en junio de 2017 el Acuerdo de París, la administración Trump ha ido eliminando o retrasando seis de las ocho leyes que según el Instituto de Petróleo Americano, considerando el lobby de referencia para la industria del petróleo y el gas a nombre de más de 600 empresas del sector, son lesivas a sus intereses. Como era de esperarse, la EPA del escéptico del cambio climático, Scott Pruit, avaló la suspensión de regulaciones solicitadas sobre los efectos de las fugas de petróleo en operaciones de perforación, así como la eliminación de medidas que limitan las emisiones de metano y otros gases GEI.

En un reciente artículo en The New York Times, el economista Paul Krugman arremete contra los negacionistas del cambio climático –“es un engaño”, “está ocurriendo pero no es causado por el hombre”, “es causado por el hombre, pero hacer algo al respecto podría destruir empleos y acabar con el crecimiento económico”– y califica sus argumentos de “ideas cucaracha: afirmaciones falsas que uno pensaría que ya se deshizo de ellas, pero que siguen regresando”.

Calificó de “estremecedor” el espectáculo del gobierno de Trump y sus aliados defendiendo en los últimos días el negacionismo, pese a otro mortífero huracán en EU acrecentado por el cambio climático, y aseguró que, no obstante, dicho comportamiento “fue un recordatorio de que ahora nos gobierna gente que está dispuesta a poner en peligro la civilización en aras de la conveniencia política, sin mencionar las mayores ganancias para sus amigos del combustible fósil”.

Sin embargo, Krugman hizo hincapié en cómo han ido colapsado los argumentos de los negacionistas ante nuevas temperaturas históricas que hacen cada vez más visible para la gente negar el cambio climático, “junto a tormentas tropicales masivas alimentadas por un océano que incrementa constantemente su temperatura”.

Ante esto, añade, “la nueva estrategia es minimizar lo que ha ocurrido”, como se desprende de las declaraciones de Donald Trump al programa “60 Minutes”: “Algo está cambiando y regresará a como estaba”. O las de Larry Kudlow, principal asesor económico de la Casa Blanca, al afirmar que los modelos del cambio climático “no han sido muy exitosos”.

“En realidad, sí lo han sido”, responde Krugman. “El calentamiento global a la fecha está muy acorde con proyecciones pasadas”, cuando hace décadas los expertos predijeron que, con base en ciencia básica, las emisiones del GEI aumentarían las temperaturas mundiales. “La gente como Trump se rió”.