Por Carmen R. Santos

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]C[/su_dropcap]on la muerte el pasado año de Ricardo Piglia -nacido en Adrogué en 1941-, la literatura en español se vistió de luto al perder a uno de sus nombres de incuestionable referencia. En 2014 al escritor argentino se le diagnosticó la terrible esclerosis lateral amiotrófica (ELA). A pesar de ello, Piglia no se dejó abatir y decidió seguir escribiendo y preparar una serie de obras póstumas. El implacable avance de la enfermedad se lo impedía pero Piglia se las ingenió para poder continuar. Ya con muy escasa movilidad, no le era posible ni escribir a mano ni en su Olivetti Lettera 22 ni en el Macintosh -como había ido haciendo- por lo que utilizaba un novedoso y sofisticado hardware inventado por la empresa sueca Tobiique posibilita escribir con la mirada. Él mismo nos lo cuenta en la “Nota del autor” que cierra este volumen, aparecido póstumamente, a la vez que confiesa que a partir de 1990, cuando empezó a usar ordenador, se preguntaba si “los instrumentos técnicos dejaban su marca en la literatura. ¿Qué cambia y cómo? Dejo abierta la cuestión”.

La lectura de Los casos del comisario Croce nos da la respuesta. El estilo de Piglia continúa siendo tan personal y brillante como siempre. Como lo es, entre otros títulos, en sus novelas Respiración artificial y Plata quemada, en sus colecciones de cuentos Nombre falso La invasión, en su ensayo El último lector o en sus prodigiosos diarios de su alter egoLos diarios de Emilio Renzi, en tres entregas Años de formaciónLos años felices y Un día en la vida. Una exigente producción -practicó la norma escribir mucho publicar poco-, que le valió el reconocimiento de crítica y lectores y premios como el Iberoamericano de Letras José Donoso, el Formentor de las Letras, el de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, el Rómulo Gallegos, el Dashiell Hammett, el Casa de las Américas de Narrativa y el de la Crítica, entre otros muchos. Los cuatro últimos mencionados se le concedieron por su novela Blanco nocturno, donde da vida por vez primera al comisario Croce, que protagoniza los doce relatos que forman el volumen.

El comisario Croce es un singular investigador que pone sus dotes al servicio de la resolución de varios casos para los que se requiere su participación. El libro se abre con “La música”, que trata del asesinato de una prostituta en un café de la región porteña de Quequén, del que se acusa a un marinero yugoslavo, y se cierra con “El método”, donde, con el trasfondo de un crimen cometido en un internado religioso en Del Valle, se explican las características principales de la manera en que Croce actúa, en la que, entre otros elementos, “utiliza una buena dosis de proyección, toma en cuenta las asociaciones que él habría realizado en una situación semejante, atribuyéndolas al asesino. Lo que él llama pensar descentrado, o mejor dicho, pensar con la cabeza del otro”. En medio, por ejemplo, “La película”, inspirado, como el mismo Piglia señala, “en un mito urbano” sobre un supuesto filme en el que aparece Eva Perón en una escena pornográfica.

Son cuentos extraordinarios para disfrute de los aficionados al policiaco, que Piglia conoce muy bien y admira, a la vez que le da un sello personalísimo. Así, nos encontramos con guiños y homenajes a autores del género, como Agatha Christie, Conan Doyle, Poe, Chesterton…, y a sus personajes: Poirot, Holmes, Dupin, el padre Brown…, y hasta, en “La conferencia”, con una disertación sobre la literatura policial de un escritor ciego, y vestido con antigua elegancia, bajo el que se adivina a Borges, y una conversación entre este y Croce en torno a ella. Pero también esta colección de relatos, más allá de etiquetas, resulta una delicia para todos a quienes gusten los autores que afrontan la literatura con inteligencia e imaginación, como el comisario Croce aborda los casos.