Una de las cosas que maravillaron a los soldados de Cortés al llegar a México, al mando del gran capitán Gonzalo Fernández de Córdova, según relata en su crónica Historia verdadera de la conquista de la Nueva España Bernal Díaz del Castillo, fue la antigua Tenochtitlan, que de lejos su brillo relucía como si fuese de plata, en medio de un lago, que en realidad era un sistema lagunar de cinco grandes lagos navegables. Les recordaba a estos conquistadores la antigua Venecia y aun les parecía mejor.

El epílogo es de todos conocidos, sobre sus ruinas los españoles edificaron la nueva capital de lo que fue el antiguo Virreinato de la Nueva España y en pocas décadas se procedió a desecar aceleradamente la zona lacustre. Todavía hace poco más de cien años, se conservaban canales navegables, pero los ríos que bajaban de las montañas que rodean la ciudad, en aras del progreso fueron embovedados, y por los antiguos cauces hoy fluye un rio interminable de vehículos a vuelta de rueda, contaminando el ambiente con gases y ruido.

Recordar este pasado viene a cuento porque, en unos días más, nuestra querida ciudad sufrirá un recorte masivo en el suministro de agua potable en 13 de sus demarcaciones, anteriores delegaciones, dejando así a los habitantes de la metrópoli sin agua para tomar, cocinar, asearse y realizar un sinfín de actividades que los ciudadanos en sus tareas diarias desperdician sin remedio y que resulta vital para su existencia misma.

Hoy por la presión demográfica y el anárquico crecimiento de la capital de México, que propicio un país macrocefálico, los capitalinos tenemos graves problemas para abastecer a los más de veinte millones de mexicanos asentados en esta cuenca. En el pasado que recordábamos, la separación de las aguas saladas del lago de Texcoco de las dulces por las obras de ingeniería hidráulica del rey Nezahualcóyotl, además del acueducto que traía el vital líquido del bosque de Chapultepec y la que proveían diversos manantiales, resultaban ser suficientes para atender los requerimientos de la población. Hoy tenemos que traerla de mil quinientos kilómetros de distancia, bombeándola por un interminable gusano de tubería vieja y obsoleta y luego por bombeo a presión subirla poco más de dos mil doscientos metros, lo que si bien es una hazaña de ingeniería, es una muestra de la falta de planeación de desarrollo urbano.

Por años o, más bien, decenas de años, no se dio el mantenimiento adecuado o resultó insuficiente, y ahora enfrentamos la ingente necesidad de renovar toda la línea de conducción y para ello debemos suspender por cinco días el acopio y distribución de agua a la mayoría de los habitantes de la urbe.

Y lo anterior no es todo, requerimos sustituir en su totalidad la red hidráulica de distribución porque actualmente, por fallas y rupturas, se estima que se pierde entre un quince y un veinte por ciento del volumen debido a fugas. Este es un tema que ya no es posible obviar o evitar otorgarle la prioridad que requiere, no solo retórica o discursiva, tenemos que destinarle presupuesto, bastante, amplio, suficiente para solucionar el problema a largo plazo.

Un dicho popular dice que de lo malo debe aprenderse y sacar lo mejor; esperemos que estos cinco días, que a muchos parecerán interminables, los habitantes de “la muy noble y leal Ciudad de México” aprendamos a cuidar el agua. Al mal tiempo, buena cara.