Por Cristina Pacheco*

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]E[/su_dropcap]l día en que SIEMPRE! cumplió 26 años encontré a Guillermo Jordán en la dirección brindando por el aniversario con José Pagés Llergo y Pepe Pagés Rebollar. Me dio gusto ver nuevamente a Guillermo; dos semanas antes habíamos tomado café y comentado su reaparición en estas páginas: “De veras, ¿cree que lo estoy haciendo bien?, me preguntó con una timidez inexplicable en quien tenía veinte años de practicar el oficio, por vocación y para cumplir un pacto hecho con su hermano Fernando, autor de El otro México, quien se suicidó en 1955. “juramos que jamás faltaría un Jordán en el diarismo mexicano. Y aquí me tiene, cumpliendo con la promesa”.

Jordán parecía muy fatigado, alteradísimo y su aspecto revelaba una noche de insomnio. Por hacerle una broma le dije “conste que no le guardo rencor por haberme ganado la entrevista con Hank González”. Me contestó riendo: “Pues yo a usted sí le guardo rencor, doña Cristina… Por nada, nomás para se que se vaya intranquila, o por lo menos piense hasta que volvamos a tomar café aquí enfrente; pero esta vez sí nos comemos uno o dos pasteles “al fin que esta vez le toca pagar a usted…”

“Bueno –contestó—que conste que la cita va en serio. A ver si en unos quince días nos vemos”.

El principio y el fin

El sábado 7 yo iba a visitar en su casa a Renato Leduc para complementar una entrevista que le hice cuando él, Guillermo Jordán y Elena Poniatowska ganaron el Premio Nacional de Periodismo. El reencuentro significa la posibilidad de proseguir también una larga conversación que –por iniciativa de Jordán—sostuve con Renato en Canal 13. De paso precisaríamos la fecha para ir los tres a “Las Cazuelas”, a ver si usted logra sacarle a Alfredo la receta de sus tortas de papa, que son únicas”, me había dicho Jordán.

Era una mañana bellísima, cristalina. Toqué el timbre en casa de Renato y apareció Mona, su esposa, en la ventana: “¿Pues qué no sabe la noticia? Murió Jordán, ¿qué no le han avisado…?” Incrédulos, conversamos unos minutos en el jardín. “Murió del corazón. Parece que no sufrió. Por fortuna, Toño estaba con él” –me explica Renato, a quien veo espléndido y enteramente aclarada la voz. Le digo lo que pienso: “Jordán se murió de angustia”.

De camino a Gayosso pienso en la cita que jamás se realizará: ya para siempre Jordán me quedará a deber dos pasteles de fresa –me digo con ternura, recordando la angustia con que Guillermo buscaba a sus amigos en sábados, cada vez más solitarios. Recuerdo al primer Jordán que conocí, a principios de esta década, en la subdirección editorial de Excélsior. Jordán ocupaba un escritorio junto a Miguel Ángel Granados Chapa y Miguel López Azuara, y estaba siempre escribiendo un artículo. A veces alguno de los Migueles hacía una pregunta, originada en los textos que revisaban para la página editorial: “¿Qué es e-ese-pe?” “Percepción extrasensorial”, contestaba Jordán, sin levantar la vista de la máquina.

De la entrevista que publiqué en El Día (9 de junio, 1978) y de nuestras conversaciones, traigo a esta evocación la voz de Guillermo Jordán. “Después de estudiar antropología fui a Excélsior, cuando Julio Scherer García era subdirector editorial. Me invitó a colaborar. Lo primero que escribí fue una serie de artículos sobre Cervantes y su deseo de venir a América después de Lepanto. Me acuerdo muy bien que publiqué esos artículos en la página cuatro… Después pasé a la editorial con un ensayito sobre La vida, el libro de Óscar Lewis sobre los puertorriqueños en Nueva York… Eso fue cuando Scherer organizó las nuevas páginas editoriales, donde yo debía cada tercer día mientras que el resto de la semana ocupaba ese sitio Ricardo Garibay; pero él no siguió porque ya sabe. Siempre está haciendo un montón de cosas, creo que en ese momento comenzaba a trabajar en el cine, y eso significó que yo colaborara a diario en Excélsior”.

Periodismo sí, dinero no

Jordán me habló de sus inicios periodísticos “pero como chícharo, en el archivo fotográfico de Excélsior. Allí conocí a Carlos Denegri, que entonces era dueño de una agencia de publicidad. Acerca de Denegri se dicen muchas cosas; por mi parte reconozca que me enseñó muchísimo en Revista de Revistas, que dirigió. Era un tipo raro y medio turbio, ni hablar, pero magnífico reportero. Gracias a él aprendí que un periodista sólo debe hacer periodismo, no dinero”.

Con entusiasmo, fumando siempre sus larguísimos “cigarritos de velador” y mientras tomábamos un capuchino en La Ballena Azul, Jordán me contó cómo había escrito su primer reportaje: “Me enteré de que habían matado a un cacique en Michoacán, un tal Aquiles Peña. La noticia apareció perdida en Excélsior pero me llamó muchísimo la atención, decidí a escribir aso y para eso viajar a Michoacán. Tuve muy buena suerte porque iba conmigo Rafael Anaya, muy buen periodista. Con él aprendí a reportear porque tenía un ojo muy agudo. Ese fue mi primer reportaje para Revista de Revistas. Así cumplí dos propósitos: viajar y escribir”.

Periodista nato, Jordán consideraba que “el periodista debe entrenarse en el reportaje. Si como articulista llega a ejercer una gran influencia sobre el público, como reportero se enfrenta a la tensión del oficio y sobre todo establece un contacto muy vivo con los acontecimientos y con la gente…”. En su actividad profesional, que desempeñó con orgullo, siempre se sintió presionado “porque se compite en muchos sentidos y ahora más porque no solamente está la radio, sino la televisión. Desde luego esta premura no significa que un periodista deba escribir con descuido o sin reflexionar. Tiene que hacerlo todo: escribir bien y rápido. De allí la enorme tensión de quien se dedique a este oficio y de allí que este sea un vicio, como dice mi maestro Renato Leduc”.

Según Guillermo Jordán sobre el periodista podían pesar también otras presiones: “ciertas amistades, que de pronto le piden a uno favores y concesiones. Es difícil negarse, pero hay que hacerlo, ni modo. Esto a veces duele, y duele mucho, porque uno va quedándose solo”.

“Los humanos” y “Los divinos”

Si no estaba escribiendo o charlando con sus amigos, “Los Humanos”, Jordán se entregaba a la lectura de periódicos: “Me interesan no sólo por razones profesionales, sino porque me divierten muchísimo y me produce un gran placer leerlos. No puede imaginarse la tortura que es para mí el día en que no sale el periódico… siento un vacío espantoso”. Ese vacío eran la soledad y el silencio que muchas noches combatió saliendo a visitar al dueño de “La Mundial” –o, como él la llamaba “La Bella Mundis”, la célebre cantina de Bucareli donde tantos periodistas tienen cuenta abierta.

Juan Helguera, gran amigo de Jordán durante muchos años, me cuenta: “Guillermo iba a ese sitio porque sabía que allí iba a encontrar siempre gente conocida, colegas, amigos; pero sobre todo porque le gustaba mucho jugar al cubilete, ya fuera con mi hermano Fernando o con René Arteaga, que también murió… Cuando no había nadie, tiraba el cubo con el dueño de “La Bella Mundis” o solo… Pero se tranquilizaba porque sabía que en cualquier momento iba a llegar alguien de Excélsior o de algún otro periódico…”

Juan Helguera, Pepe Alvarado, Renato Leduc, Pedro Ocampo Ramírez fueron asiduos asistentes a las comidas que Jordán organizó durante años en su casa “donde bebíamos, platicábamos, arreglábamos el mundo. Eso era lo bonito, aunque no resultara nada efectivo. Pepe Alvarado nunca faltó. Era formidable. Al principio él formaba parte del grupo de “los Divinos”, ya sabe usted quiénes: Fernando Benítez, José Luis Martínez, Joaquín Díez Canedo, Jaime García Terrés, todos asiduos al Bellinghousen… Cuando me cambié a este departamento de Reforma empezamos a hacer las reuniones de los sábados. Venían esos amigos que le cuento y después, algunas veces, también Alberto Isaac y Abel Quezada… Una vez apareció en la casa Pepe Alvarado y desde ese día dijo que iba a renunciar al grupo de “los Divinos” para ingresar al de “los Humanos”, que éramos nosotros”.

“La muerte de Pepe Alvarado, en 1974, fue para Guillermo un golpe tremendo –me explica Juan Helguera. “Realmente, nunca vi sufrir a nadie tanto como a Jordán el día que recibió la noticia de que Pepe había muerto”. Y es que “para mi Pepe no sólo era un gran amigo, sino un guía, un excelente escritor y un modelo en todos sentidos. Oírlo, acompañarlo o tomarse unos `pálidos jaiboles´, como él llamaba a los tragos, era una de las cosas más bonitas para mí. Renato es otra cosa: me encanta por ingenioso, por inteligente, por vivaz. Sin embargo, y que me perdone, con todo y lo mucho que lo quiero no soporto sus toros. Una sola vez fui a ver una corrida, en Morelia. Como yo no tenía ni idea, mi compadre Pedro Ocampo Ramírez se sentó conmigo para explicarme las cosas. A mí desde el principio aquello me disgustó mucho. El público, por ejemplo: me irritaba que estuvieran tirando bolsitas con anilina y otros líquidos algo turbios. Salí de allí con un dolorón de cabeza y un malestar general que no olvido…”.

Para Jordán, hombre de izquierda pero sin partido –“porque en esas circunstancias el periodista puede perder su objetividad”—sus amigos eran eso: su equipo, seres con quienes “componer el mundo”, hacer malabarismos con las palabras, recordar, reconstruir o construir una crónica viva de la ciudad y sus rincones que tanto lo atrajeron, desde que llegó de Alvarado, Veracruz. Ante ellos suscribía diariamente el compromiso de hombre y de periodista: “Uno, como profesional, tiene primero que nada que cumplir consigo mismo porque si es honesto hacia dentro lo será también hacia el exterior”.

El periodista José Alvarado.

El periodista José Alvarado.

Periodismo televisado

Como para muchos otros compañeros, el golpe a Excélsior significó para Jordán una ruptura, una marca profunda en su vida que lo obligó a separarse de quienes fueron sus colegas durante años y a la terrible experiencia de encontrarse sin un medio para expresar sus ideas: “Afortunadamente no faltaron oportunidades. Bracamontes inició la edición vespertina del Diario de México para que nos fuéramos allá algunos periodistas que salimos de Excélsior: Pedro Ocampo Ramírez, Pedro Álvarez del villar, Jorge Villa y otros”.

Quizá a partir de ese momento comenzó la cuenta regresiva de Guillermo Jordán. Precisamente por el diarismo –“llegué a escribir diez artículos a la semana”—la televisión le ofreció la posibilidad de acercarse a un medio donde el periodismo pudiera tener mayor alcance. “El periodismo escrito y el que hacemos en televisión son distintos, no excluyentes, sino complementarios”– me dijo en 1978. “Es más, creo que en un país como el nuestro, donde además de que existe el problema de un elevado porcentaje de analfabetismo la pobreza impide a la gente comprar los periódicos, informar mediante los periódicos es un servicio formidable”.

El ingreso de Jordán a la Dirección de Noticieros, en el canal del Estado, no significó un cambio en su posición política: “En lo absoluto. Cuando acepté trabajar para el canal 13 precisé que para mí existe una diferencia: canal 13 es la televisión del estado y no del gobierno o de un individuo en particular”.

El trabajo de Guillermo Jordán para la televisión fue muy efectivo. Al noticiero incorporó a Elena Poniatowska, Pedro Ocampo Ramírez, Antonio Rodríguez, Juan Helguera y yo misma allí comencé el aprendizaje de un trabajo apasionante todos encargados de poner “la nota editorial en los noticiarios”. En cuanto al noticiero de la tarde, Jordán tuvo la esperanza de atraer por medio de él al público femenino: Fíjese que ellas –debido a los trabajos domésticos o porque carecen de recursos económicos—muchas veces no tienen acceso a la información; así que nuestro noticiero podría acercarlas a una realidad de la que son parte fundamental”.

En el bunker con Somoza

Guillermo Jordán unió a su interés periodístico un vivo entusiasmo por la literatura. “Una de las cosas buenas de haberme salido del Canal 13 es que tendré más tiempo para escribir mis cosas”, me dijo recientemente. Intentó en el programa “Séptimo Día” hacer una especie de revista cultural complementada por un reportaje político. Su histórica entrevista con Anastasio Somoza en febrero de 1978 le valió justamente el Premio Nacional de Periodismo. 

“En principio pensé designar para ese trabajo a Ángel Trinidad Ferreira, pero como él estaba muy ocupado en cubrir otras informaciones, decidí hacerlo yo mismo… Mis contactos allá eran los que podía brindarme nuestro corresponsal, Ignacio Briones. Llegué tranquilo, pero la situación era tremenda. Briones me estaba aguardando en el aeropuerto y de allí me llevó al hotel. Luego me invitaron a una junta de periodistas locales, pero no fui. Durante el viaje, charlando con los otros pasajeros, me enteré de la situación: como sabe, había una huelga de empresarios y se estaba llevando a cabo una reunión de los burgueses –los concamines y los concanacos de Nicaragua. Lo chistoso es que se reunía como para un evento social: con zapatitos blancos y traje sport de verano. El domingo asistí a una de ellas, para ver más de cerca la situación. Después, el lunes, solicité la audiencia con el presidente en varias partes. Me dijeron que era difícil que me la concediera, pues no acostumbraba recibir periodistas. El martes estuve en una balacera. El miércoles por la mañana en una manifestación de señoras: esposas de hombres ricos que de pronto se dieron cuenta de lo que estaba pasando y del peligro que corrían. Luego llegó la policía y la deshizo…”

Mientras Jordán me narraba aquello, le sugerí que cuando tuviera tiempo, escribiera los pormenores de su aventura:

“Y mire que realmente, ahora que lo pienso, no sé como tuve el valor de estar solo allá. Podía andar libremente por la ciudad y todo, pero debieron tenerme bien fichado. A las dos de la tarde insistí nuevamente acerca de la audiencia. Dejé mis datos y me fui a mi hotel. Estaba descansando cuando me llamaron: “Preséntese a las cinco y media a recoger su salvoconducto”. Cuando lo recogí me indicaron que fuera al bunker, que está en una loma, desde donde Somoza tiene control de la ciudad… En el camino vi colas frente a las gasolinas y muchos soldados por todas partes pero sobre todo en el bunker. De pie, todos en posición de descanso, parecían soldados de chocolate. Primero me hicieron pasar a un salón, allí aguardé un rato, luego me llevaron a otro hasta que al fin pasé a la sala donde encontré a Somoza, alto y muy delgado. Me dio la mano, saludándome en tono muy seco, y me indicó que pasáramos a un salón grande, donde filmamos el documental…

La sonrisa del halcón

“Lo primero que vi al entrar en el salón fue un tapiz muy grande, de fondo blanco y con un halcón en café oscuro. El tapiz quedaba justamente encima de Somoza. De pronto les encontré parecido… No estábamos solos, desde luego: nos acompañaban militares, vestidos de civil: el secretario de la Defensa y el secretario de la Presidencia. Lo que más me impresionó de Somoza fue su sonrisa congelante, pavorosa. Comencé por preguntarle acerca de su salud: “No estoy enfermo, mentiras; me encuentro perfectamente bien…”

Le recuerdo a Jordán que en la entrevista, cuando tocó el tema de Pedro Joaquín Chamorro, Somoza parecía furioso, fuera de sí:

“Se alteró mucho más que antes, pero si toleró la pregunta fue porque lo sorprendí y eso fue lo que más le molestó. Por mi parte yo también estaba desconcertado por la sequedad de sus respuestas. Además, había algo que me molestaba aún más: saber que Somoza me estaba mintiendo todo el tiempo. Esto, claro, no era de extrañar pues los dictadores mienten siempre. No perdí la calma, deseaba que cayera en contradicciones, que se pusiera nervioso. Esa es una ventaja de la televisión: que todo lo capta. Si en vez de haber hecho un documental filmado hubiera escrito un artículo, jamás habría conseguido el mismo efecto. Las imágenes, las palabras y hasta los silencios de Somoza resultaron importantes”.

Después Guillermo Jordán, con la cinta en las manos, subió al avión, pasó al registro y logró llegar a México. en junio de 1978, cuando Guillermo me habló de todo esto, el pueblo nicaragüense aún no había sufrido los horrores de genocidio y el siniestro Tachito conservaba una altivez que las victorias sandinistas han reducido a polvo.

Generoso y honrado

El ataúd de Guillermo Jordán está en el velatorio número siete. Hace cinco años en el ocho se veló a Pepe Alvarado, su maestro y amigo entrañable. Sobre la caja gris no hay flores y los pocos asistentes hablan en silencio. Me pregunto, ¿dónde están sus compañeros periodistas de antes? En un rincón, llorando en silencio, se encuentra don Antonio, el secretario de Jordán. Él, Benjamín y “Lourdes la buena” fueron las únicas compañías que tuvo en los meses de su vida. De pronto pronto se me acerca Eduardo Deschamps y me dice: “Qué barbaridad. Estamos viniendo muy seguido a despedir amigos. Es increíble. Nosotros comíamos comíamos juntos casi todos los sábados.” Abundan los comentarios de siempre: “pero si estaba bien, pero si quedamos de vernos dentro de tantos días,…” Suena el teléfono. De Excélsior piden datos acerca de Jordán —¿ignorarán en serio que allí dejó algunos de los mejores años de su vida?— y don Antonio dice a quien lo interroga: “Señor, ¿yo que puedo decirle? Lo único que s eme ocurre ahora es la verdad: Jordán fue un estupendo jefe, un hombre generoso y honrado.”

No lo acompaño al crematorio- me gustaría que sobre la urna de Guillermo Jordán se inscribiera el mismo sobrio y elocuente epitafio que marca la tumba de José Alvarado: “Aquí yace Guillermo Jordán, periodista”.

*Texto publicado en la revista Siempre! el 25 de julio de 1979. Número 1361.