La política no siempre reconoce a sus héroes o heroínas. Y no es cuestión de sexos. Simple y llanamente con frecuencia es una tarea ingrata. En el balance de las últimas hornadas de políticos en todo el planeta, las sumas y restas se cargan más en las últimas. “Se lo merecen”, aseguran los analistas con piel de cordero. Quizás, pero hay sus excepciones, creo.

El lunes 29 de octubre pasado, Angela Merkel, la canciller germana puso fecha para decir “auf wiedersehen” (“adiós”) a la política, tras una larga serie de indudables éxitos políticos y económicos como el control del déficit, la crisis migratoria o la independencia de la Unión Europea (UE), solo por enumerar algunos. Para decirlo de otra manera, un toque eléctrico recorrió ese día las cancillerías de, por lo menos, casi treinta países de la Vieja Europa.

Angela Merkel anunció que en diciembre ya no se presentaría a la reelección como presidenta de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el socio mayor de la Unión Social Cristiana (CSU), con la que forma el actual gobierno alemán, y que este sería su último mandato —que oficialmente termina en el año 2021–, al frente de la República Federal de Alemania. Tras los resultados negativos de los comicios regionales efectuados el domingo 28 de octubre en el “Land” (Estado federado) de Hesse, la canciller afirmó: “Siempre quise llevar con dignidad mis cargos y dejarlos con dignidad”.

Al decir esto, la canciller deja un pasado político que logró situar a Alemania —la nación vencida en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial— no solo como la locomotora económica de Europa, sino también como el socio político con más peso en el ajedrez de los miembros de la Unión Europea. Algo que ni los más atrevidos pensadores proeuropeos daban por seguro. El anuncio provocó una avalancha de especulaciones sobre un fin prematuro de su mandato. En síntesis, un fenómeno político sui generis.

“Ha llegado el momento de ceder el testigo a otro”, aseguró la dirigente alemana, destacando que con su decisión “se abre un nuevo capítulo” en su emprendedora e inquieta nación. La mandataria aclararía posteriormente que su anuncio no fue una cuestión intempestiva, sino que la tomó con todas las previsiones del caso. No solo renuncia a la presidencia de la CDU, también a su escaño en el parlamento así como “no postularse a ningún cargo” aunque con el propósito de mantenerse en la cancillería hasta el fin de la actual legislatura en 2021. El aviso, en cierta forma inesperado, pone término a una era de liderazgo sobre su país y Europa en general coincidiendo con la peor crisis económica en años y llega justo después de la derrota electoral de la CDU en Hesse y dos semanas más tarde de la que sufrió en Baviera. Ya eran demasiados avisos. Angela Merkel había envejecido en el cargo. Dos fotografías muy distintas de la juvenil demócrata cristiana tocando una campanilla en una sesión del Bundestag (Parlamento), hace muchos años, y la madura canciller, con los rasgos faciales endurecidos, después de los últimos traspiés electorales. Malas cosechas para los otrora felices momentos de su historia en las urnas.

En la balanza de su gestión internacional, puede decirse que Angela Merkel ha sido la única líder capaz de mantener la forma ante la zafiedad populista y errática de Donald Trump, más que su colega francés Emmanuel Macron, y los inescrutables propósitos de Vladimir Putin. Dos tipos de cuidado que se manejan por la libre en casi todos los escollos del escenario internacional. Con el mérito, incluso a pesar de la fractura social y el enorme retroceso sufrido por la política tradicional, de haber dado una lección al mundo sobre el respeto a la dignidad humana a cientos de miles de refugiados, el talón de Aquiles del siglo XXI, como se está comprobando ahora a lo largo de la extensa frontera méxicoestadounidense, con el arribo de los desesperados inmigrantes centroamericanos en busca del casi inexistente American Way of Life que el racista Trump está empecinado en no querer compartir con ellos. Nadie espera un gesto humanitario de parte del magnate rubio de la extravagante cabellera como el que tuvo la canciller germana en su momento. Asimismo, no hay que olvidar la “misión (casi) imposible” de conciliar la obsesión alemana por la estabilidad financiera con los retos planteados por la crisis del euro.

A diferencia de otras profesiones, bien se sabe que no hay políticos indispensables, aunque haya algunos que sí se la crean, que piensan que hay que destruir todo lo anterior para justificar su existencia. De todas suertes, el “auf wiedersehen” de Angela Merkel permite el pronóstico de una época de inestabilidad no solo para la república germana sino para la vieja Europa. Aunque la experimentada canciller calcule muy diferente su retiro del escenario público, hay muchas posibilidades de un precipitado final para el gobierno de coalición de Berlín. El conflicto por la sucesión no será nada fácil para los democratacristianos en una coyuntura política de las más difíciles que haya enfrentado la Bundesrepublik Deustschland.

Sin duda la decisión de Angela Merkel tendrá sus consecuencias. ¿Qué tan graves? Eso todavía no se sabe. Como dice Herman Tertsch en una de sus columnas Montecassino: “La demanda social de la verdad convulsiona los escenarios políticos… El escenario político, no solo en Alemania, en todas las democracias occidentales, ha entrado en una fase de convulsiones en la que nadie está ya a salvo. Claro está que los individuos en sociedades modernas se han hartado de ciertos moldes y de la mucha ideología, eufemismo y mentiras que han crecido en forma imparable para ocultar, paliar o justificar las crecientes obscenas contradicciones entre discurso y práctica, entre doctrina y realidad”.

El declive del liderazgo de Angela Merkel comenzó cuando decidió tomar un camino contrario al que recomendaban los modernos racistas frente a la avalancha de los refugiados que hoy por hoy agobia a Europa. El mismo fenómeno afecta ya al Nuevo Mundo. Ahora se verá qué tan buenas son las “relaciones” entre el desaforado magnate que reside en la Casa Blanca y el “mesías tabasqueño” que no sabe en donde poner su nuevo domicilio. Los Pinos y el Palacio Nacional son pocos para su agrega figura y familia. El éxodo centroamericano sacará canas verdes a uno y otro. Tremendo follón está a la puerta, por no decir a ambos lados de la “border”.

La conciencia luterana de Angela Merkel, herencia de su padre, la orilló en un primer momento a abrirle los brazos a los desesperados inmigrantes “ilegales”, en un gesto idealista que terminó por revelarse como un serio error de cálculo político, no humanista. Por su decisión recibió de la izquierda internacional el aplauso, aunque no claramente entusiasta, que antes le había sido negado, pero en la propia Alemania surgieron dificultades de convivencia que empujaron su popularidad cuesta abajo, como letra de tango viejo. No obstante, la canciller continuó ganando elecciones, aunque cada vez menos copiosas, hasta que llegó el momento de decir “auf wiedersehen”. Sin duda, el actual será su último mandato. Invicta, pero desgastada por la necesaria erosión del paso del tiempo, y la evidencia de que la política —la droga más poderosa que el hombre haya consumido— es decididamente ingrata, pero necesaria.

El hueco que dejará la doctora en Física por la Universidad de Leipzig será evidente. En los tiempos que corren no abundan los líderes fuertes, es una época de incertidumbre en la que los profetas del populismo andan sueltos predicando soluciones demagógicas para conflictos complejos, amparándose en consultas populares para tener a quien echarle la culpa en caso, casi seguro, de fracaso. Angela Dorothea Kesner, después Merkel por el apellido de su primer esposo, con todo y sus defectos (nadie es perfecto ni en Alemania ni en ninguna parte), representa un ejemplo mal reconocido de feminismo abierto —hasta ahora ha sido la primera mujer en arribar a la cancillería de su país—, de eficiencia política y de instinto enérgico y no lo digo solo por el uso cotidiano de sus sacos estilo sastre de todos colores que parecía un militar de alto grado en un ejército moderno, sino porque no solo “era una dirigente nata” sino “lo parecía”. Vieja recomendación romana, “no solo hay que serlo, sino parecerlo”. Sin embargo, la permanencia en el poder acaba fatigando a cualquier pueblo y en la democracia no tienen cabida mitologías ni musculaturas de hierro. Todos los políticos tienen su fin.

Como política, por decisión propia, Angela Merkel se retira de los tableros nacional e internacional. Como persona invaluable continuará hasta el fin de sus días. “Auf wiedersehen”, doña Dorothea. VALE.