Entre las profesiones llevadas al cine y la literatura, la docencia destaca por ser una de las más romantizadas en el imaginario de los espectadores. Por supuesto, hay una razón de peso para ello, pues se trata de los formadores de los individuos como ciudadanos y profesionales en la vida real. Sin embargo, hay una paradoja que se ha vuelto norma en la narrativa de los maestros en el cine, y es que retratar a los docentes parece ser poco atractivo, a menos que su trabajo esté cargado de disrupción.

En efecto, para que un profesor tenga éxito en la gran pantalla, tiene que ser un sujeto rebelde, en confrontación directa con el sistema del que, sin embargo, no puede dejar de ser parte. Esta rebeldía puede manifestarse a una escala mayor, o en un universo reducido, en ocasiones incluso íntimo, pero no hay historia sin ella, de tal forma que se ha configurado todo un género cinematográfico con más o menos las mismas características.

Así lo observamos desde los clásicos del cine, con François Truffaut, gran observador de la adolescencia, a la cabeza; pasando por la referencial Sociedad de los poetas muertos de Peter Weir, con un Robin Williams en uno de sus papeles más queridos; en Los coristas en Francia, La lengua de las mariposas en España, Conducta en Cuba o, para recordar a los mexicanos, la políticamente correctísima El profe, escrita y protagonizada por Mario Moreno “Cantinflas”.

Estrenada en 2015 para la televisión española, y ahora disponible en Netflix con tres temporadas, la serie catalana Merlí no es la excepción en este conjunto de historias.

La trama gira alrededor del profesor de bachillerato Merlí Bergeron -interpretado por Francesc Orella en el que sin duda es el papel de su vida-, un docente de filosofía que después de estar desempleado, ser desalojado por no poder pagar la renta -temas explorados por el director de la serie, Eduard Cortés, en su película Cerca de tu casa– y tener que mudarse al departamento de su madre, recibe la suplencia para ejercer en un instituto público, convirtiéndose en el asesor del grupo donde estudia su hijo, además de un grupo heterogéneo de estudiantes.  

Como es de esperarse, Merlí no es el profe promedio que esperan los ministerios de educación y los directores, sino un problemático filosofo que lleva hasta las últimas consecuencias sus ideas sobre la realidad y los conflictos que ella presenta, lo mismo en su vida personal que en la profesional; igual en el trato con su familia que con sus alumnos, compañeros y superiores.  

Pero su heterodoxia no es gratuita, ni es lo más valioso de esta serie. Mientras el protagonista va causando problemas, nos adentramos en las heridas de los jóvenes alumnos, esas que el sistema educativo omite, pero que son, como un elefante colado en el aula, imposibles de ignorar.

Acertadamente, esas heridas no sanarán con buenas intenciones. Bergeron no actúa como un salvador buena onda, sino hace lo que debe hacer: enseñar. Aportar herramientas filosóficas para que sus alumnos, devenidos en un grupo de “Peripatéticos” del siglo XXI se atrevan a vivir de forma diferente; por el aula y por sus vidas desfilan los pensadores clásicos: Aristóteles, Platón y Sócrates, pero también los modernos: Zygmunt Bauman o Slavoj Žižek, por mencionar algunos. Los creadores de la serie nos regalan así instrumentos de pensamiento a los espectadores. La filosofía triunfa en tiempos necesitados de ella. 

A pesar de eso, la serie no se estanca ni naufraga como un mero audiovisual didáctico, sino que profundiza en cada uno de los personajes, en sus motivaciones y sus miedos. De manera ejemplar humaniza a los aprendices y enaltece su condición de alumnos. Cada uno de ellos es importante en la trama, por eso cuando los capítulos avanzan se vuelven importantes para los espectadores. Merlí, – y hablo tanto del docente como de la serie- entiende a los jóvenes y ese es el mayor logro.

Esto explica que con todo y sus debilidades, sin un gran presupuesto de producción, ni de publicidad, Merlí haya sido exportada a través de Netflix al público mundial, obteniendo un éxito inusitado, ganando poco a poco miles de seguidores, de los que toda serie o profesor quisiera presumir: los que se vuelven fieles.

Permanencia voluntaria: El primer hombre en la luna

Damien Chazelle encantó a la crítica con su ópera prima Guy and Madeline on a Park Bench; encandiló a la audiencia con su segunda cinta, Whiplash; y se consagró como director de las grandes ligas con La La Land. A pesar de su juventud, se consolida ahora como un maestro de la técnica con El primer hombre en la Luna, la historia de la misión de la NASA que llevó al primer hombre a la luna: Neil Armstrong. Una pieza espectacular que seguramente veremos en la gala de los Oscar en febrero.