No hay derecho. Toda una vida de sacrificios para acabar cobrando lo mismo que cualquier pinche burócrata. ¿De qué se trata?, ¿de humillar a quienes tienen talento?, ¿de menospreciar el inmenso aporte que la intelligentsia ha hecho al país? ¡Habrase visto! No, no, no. Ya no hay respeto.

Expresiones iguales o semejantes se han escuchado en los últimos meses en la Suprema Corte, ¡en la Cámara de Diputados!, en el Banco de México, en los organismos autónomos y otras instituciones donde los ejecutivos ganan más, muchísimo más de lo que percibirá el próximo presidente de la república.

En efecto, no hay derecho, porque quienes ganan los sueldazos no son parte de la pelusa, del pueblo llano. Se trata de figuras moldeadas por la mano de Dios, pues si no fuera por la voluntad divina no tendrían la preclara inteligencia que los ha llevado a ocupar altos sitiales.

Si bien el encumbramiento de estos ejemplares ciudadanos algo le debe al presidente en turno y a la borregada parlamentaria, lo cierto es que sin sus altas prendas personales nadie se habría fijado en ellos. Tampoco es cierto que sus nombramientos sean a cambio de favores frecuentemente inconfesables, pues todo el mundo sabe que han prestado impagables servicios a la patria.

Un elocuente ejemplo de méritos sobrados para escalar cargos lo ofrece don Eduardo Tomás Medina-Mora Icaza, que como director del Cisen, secretario de Seguridad Pública y procurador general de la República acabó con el crimen (je, je). Sí, es el mismo que como embajador en Washington ofreció una tenaz batalla por la soberanía nacional, por lo que muy merecidamente el presidente Enrique Peña Nieto lo designó ministro de la Suprema Corte, donde hace unas semanas ordenó al gobierno de Chihuahua suspender toda investigación o acción legal contra su actual protector.

Por su parte, los consejeros del Instituto Nacional Electoral nunca han encontrado algo sucio en los procesos electorales, ¿para qué? Con la misma eficiencia se han desempeñado los ejecutivos del Banco de México y de otros órganos relacionados con el manejo de la economía, a quienes debemos que en este sexenio el peso se devaluara 40 por ciento, que los precios, que no los salarios, se dispararan, que la deuda externa pese como una losa sobre las espaldas del pueblo y que el mísero crecimiento del PIB mantenga a México en el hoyo.

Ante tan apabullante realidad, hay que suplicar a esos tecnócratas que no se vayan a sus casas ni a la de sus amantes. Hay que exigir que se vayan, sí, pero a la cárcel.