El histórico resultado de las elecciones del verano de este 2018, se dio en el contexto de una crisis del partidismo o si se quiere del sistema de democracia representativa, ante la corrupción, ineficiencia y abandono de los institutos políticos por sus militantes y simpatizantes. Así como de sus valores y banderas y por supuesto la consuetudinaria traición a las promesas de campaña.

El hartazgo social fue generalizado en contra de todos los partidos, solo se salvó Morena recién creado que acudió por primera vez a unos comicios presidenciales y encarnó una opción de cambio, un viento fresco en el anquilosado sistema de los partidos políticos. Es cierto que la tormenta en contra de la partidocracia se leyó a tiempo por algunos actores políticos y se introdujeron reformas para incluir formas de la denominada democracia participativa.

Las acotadas reformas realizadas no fueron ni suficientes y contenían tantos candados que lejos de aperturar la participación social acrecentó la cólera colectiva e incrementó el rechazo sobre todo contra las formaciones históricas PRI y PAN, y las castigó en las casillas.

El primero era, no olvidarlo, el partido en el poder, el segundo tan solo un año antes pregonaba que triunfaría en las próximas elecciones y además en un error de cálculo garrafal, se alió con los restos del PRD y su derrota lo sumergió en una espiral de pleitos internos, insultos y una rabiosa disputa por las piltrafas del poder de lo que alguna vez fueron institutos políticos exitosas.

Hoy estos tres partidos buscan sobrevivir, algunos siguen curando sus heridas, han cambiado dirigencias, han hecho evaluaciones internas para tratar de entender qué les sucedió. Los tres tendrán diferente suerte. En esta colaboración para nuestros lectores de Siempre!, me ocuparé del PAN, por la reciente elección de su nueva dirigencia, la escisión definitiva del calderonismo y su evidente agotamiento.

El PAN de hoy está muy lejos del que fue fundado en 1939 por el ilustre chihuahuense don Manuel Gómez Morin, un gran mexicano, fundador de instituciones, que lo crea como respuesta al cardenismo que suponía un viraje socialista del proceso social de la Revolución Mexicana y adoptaron ideas, cercanas al franquismo y a la democracia cristiana, en defensa —afirmaban— de la libertad individual y en contra del proyecto de justicia social del nacionalismo revolucionario al que anteponían el bienestar común. Aunque paradójicamente su primer candidato presidencial fue un general trásfuga de la Revolución y antiguo huertista.

Lo que nadie puede negar y debe aquilatarse es que por años los militantes del PAN significaron la única opción de oposición en contra del sistema y en ese “bregar de eternidades” los padres fundadores empeñaron su tiempo, fortuna y talento en batallas que parecían estériles por cambiar y democratizar el régimen. Lo he dicho antes y lo reitero: México necesita un partido del corte del panismo, como contraste y opción. Ya llegó al poder, ya gozó de sus mieles y los mexicanos al evaluarlo en las urnas lo expulsó, porque repitió los mismos errores del PRI y al final resultó igual o más corrupto.

La disputa por el control del aparato partidista ya tiene tiempo, actualmente viven otra reyerta interna, el expresidente Calderón, recién anunció que renuncia al partido; de lejos, la percepción es que será mejor que se vaya, representa más un lastre que un activo. Lo malo para el PAN es que ha perdido tanta credibilidad que muy difícilmente será la opción de las clases medias conservadoras de centro-derecha. Son tan recientes sus desastrosas gestiones presidenciales y estatales que aún nadie olvida que su camino a los siguientes comicios, especialmente los del 2021, se observa muy cuesta arriba. Al tiempo.