Irene Selser

No sin dificultad, los ministros de Energía del Grupo de los 20 (G20) reunidos en junio anterior en Bariloche, en los andes argentinos, lograron un texto final de consenso. En él, las principales economías del planeta, excepto Estados Unidos, se pronunciaron a favor del uso del gas como combustibles fósil en una “transición energética” hacia el uso de energías limpias renovables y que no generan residuos como la eólica, la solar, la hidroeléctrica y la geotérmica.

La cumbre de Bariloche abonó al Acuerdo climático de París, aunque la Casa Blanca volvió a defender su apuesta por el carbón ante el rechazo de sus socios. El ministro alemán de política energética, Thorsten Herdan, recordó que las principales economías del planeta nucleadas en el G20 y que aportan 85 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial, “tienen que salir del carbón” si se pretende reducir las emisiones de efecto invernadero que recalientan el planeta y combatir el cambio climático. Un freno a las emisiones de las centrales térmicas que utilizan el carbón como fuente de energía fue una de las grandes medidas tomadas por Barack Obama en su Plan de Energía Limpia, que disponía para 2030 reducir en 32 por ciento las emisiones de dióxido de carbono en todas las centrales carboneras del país respecto de los niveles de un cuarto de siglo atrás.

Vaca Muerta

Pese al desplome de la demanda de carbón hasta en 40 por ciento en la última década, Donald Trump le dio carpetazo a dicho plan en agosto recién pasado según su promesa de campaña, no obstante el gas natural es más barato, lo mismo que las granjas solares y eólicas que permiten reducir el precio de la electricidad para las familias.

El G20 se comprometió a asegurar un mejor funcionamiento, transparencia y competitividad de los mercados del gas, pero su propuesta como combustible fósil “de transición” hacia sistemas de emisiones más bajas fue rechazada por grupos ambientalistas como Greenpeace, que calificaron de “estafa” el acuerdo final. Las críticas se dirigieron en especial contra el gobierno de Mauricio Macri, anfitrión de la cumbre, que según el directivo de Greenpeace Mauro Fernández presentó como “energía limpia” el gran reservorio de gas Vaca Muerta, en el sur de Argentina.

Vaca Muerta, descubierta hace varias décadas, toma su nombre de un cerro vecino y es una formación geológica que abarca 70 mil kilómetros cuadrados que ocupan casi toda la provincia de Neuquén y partes de Mendoza, Río Negro y La Pampa al noroeste de la Patagonia. El yacimiento está en una etapa inicial de explotación aunque figura ya entre las mayores reservas de gas no convencional del mundo.

Ante el G20, el responsable argentino de Energía y Minería, Juan José Aranguren, aseguró que Vaca Muerta será fundamental para el desarrollo “económico y sostenible” de su país, lo cual fue rebatido por Greenpace al recordar que los hidrocarburos de Vaca Muerta son precisamente “no convencionales”, es decir, no se encuentran almacenados en “bolsas” bajo tierra, sino que están “enquistados” dentro de bloques de rocas sedimentarias formadas a partir de materiales orgánicos, lo que hace tan antiecológica su extracción.

En Vaca Muerta hay shale gas, traducido erróneamente al español como gas esquisto o pizarra y shale oil, cuando de la roca se extrae petróleo. El shale es una roca sedimentaria fosilizada que contiene metano, principal componente del gas natural.

En todo el mundo, el debate en torno a la explotación del shale gas y el shale oil, el hidrocarburo de moda con grandes yacimientos en Estados Unidos, China, la misma Argentina pero también en Canadá, el este de Europa y el norte de África, se centra en que si bien no contamina tanto el aire, requiere para su extracción grandes cantidades de agua. Se estima que cada fractura hidráulica de la roca o fracking hasta tres mil metros de profundidad requiere de cuatro a 10 millones de litros de agua, cuyo sobrante, además, vuelve a la superficie contaminada con elementos radioactivos que se le inyectan a la roca para desintegrar la piedra en perforaciones mecánicas en horizontal y vertical.

El proceso de fracking, descubierto por la pequeña petrolera estadunidense Mitchell hace casi dos décadas, supone colar por una tubería vertical agua y aditivos entre las fracturas de la roca hasta el depósito de shale gas o shale oil para arrastrar y absorber el combustible y sacarlo al exterior.

Ante los casos probados de contaminación del agua por fracking en los estados de Colorado y Wyoming —con denuncias de afectaciones directas a la salud de las personas y malformaciones en crías de animales de granjas— y el rechazo ciudadano en Pensilvania, Ohio y Nueva York, sus defensores en Estados Unidos destacan sus ventajas: el gas que se extrae emite menos gases invernadero que el crudo y el carbón, aporta hasta 60 por ciento de energía por su alto nivel de eficiencia y es más abundante que el petróleo, lo que lo convierte en el “combustible de transición” entre el carbón y el petróleo y las energías limpias, según consideró también el G20.

No obstante, una docena de países de Europa —entre ellos Francia, Alemania, Bulgaria, Reino Unidos, España y Suiza— rechazan e incluso han prohibido la técnica de la fractura hidráulica, mientras en América Latina el primer productor de gas, Bolivia, se enfrenta al reto de definir una estrategia de precios si quiere seguir compitiendo en el mercado mundial.

La postura de Obama

Conocido por sus bajos costos de producción, el gas natural boliviano tiene frente a sí la amenaza de Estados Unidos, convertido en los últimos 15 años gracias a la revolución del fracking de nación importadora a primer exportador mundial. Según cifras de la Administración de Información Energética de Estados Unidos, el país está produciendo unos siete millones de litros mensuales de gas, casi 28 por ciento más de lo que produce Rusia, el segundo gran exportador.

Para el expresidente Barack Obama, activo propulsor del Acuerdo de París, suscrito por 195 países en diciembre de 2015 y cuyas metas serán revisadas a inicios de diciembre en el marco de la COP 24 en Katowice, Polonia, el rechazo de Donald Trump a dicho pacto climático supone un peligroso “rechazo al futuro”.

Las críticas a Trump por el desmonte de los estándares ambientales de la era Obama incluye grandes empresas como la IBM y a legisladores y alcaldes demócratas, que también rechazaron el plan del magnate que permitirá a las centrales eléctricas de Estados Unidos expulsar millones de toneladas de gases invernadero en la atmósfera en las próximas décadas, a contracorriente del Acuerdo de París.

Y si bien Obama se ha mostrado confiado en distintas intervenciones públicas en que la conciencia sobre el calentamiento global es un hecho irreversible, no ha dudado en llamar recientemente a los demócratas a movilizarse para las elecciones legislaciones del próximo 6 de noviembre, denunciando incluso el silencio de los republicanos frente a las derivas de su sucesor.

Obama aprovechó los funerales del senador republicano por Arizona, John McCain, el pasado 1 de septiembre, para aludir a la próxima votación pero una semana después pasó a la ofensiva llamando directamente a movilizarse contra Trump. Ante estudiantes de la universidad de Illinois, el exmandatario demócrata justificó su arremetida ante el desafío a las instituciones que representa el regreso al poder del Partido Republicano.

Entre los peligros más graves que enfrenta Estaos Unidos, Obama enumeró los intentos por silenciar a la prensa, “el rechazo a la ciencia (y) el rechazo al cambio climático”, y dijo que no se trata de un “programa conservador” sino que es “un programa radical”.

Con un vibrante llamado al compromiso, Obama rechazó como “antídoto” una radicalización del Partido Demócrata y dijo a los jóvenes que “a fin de cuentas, la amenaza para nuestra democracia no viene solamente de Donald Trump, ni de los republicanos del Congreso (…) ni de la piratería rusa. La principal amenaza para nuestra democracia es la indiferencia. La principal amenaza para nuestra democracia es el cinismo. Si ustedes piensan que las elecciones no tienen importancia, confío en que los dos últimos años transcurridos hayan modificado su percepción”. “Deben votar”, los exhortó.