La historia del cine está llena de personajes misteriosos, contradictorios y polémicos, entre la genialidad y el desastre. De ellos, pocos han tenido la notoriedad del nacido en Wisconsin en 1915, cuando la industria se encontraba en pañales: el multiartista Orson Welles.

La biografía de Welles está llena de momentos paradigmáticos de la historia del arte en el siglo XX, no solo por el contenido de sus obras, sino por sus anécdotas. Es bien conocida su narración radiofónica de 1938 de la obra de H.G. Welles, La guerra de los mundos, que desató el pánico en Nueva Jersey, cuando la gente creyó que la ciudad estaba siendo invadida por extraterrestres. El episodio lo catapultó a Hollywood, con carta blanca en la entonces gran productora RKO.

Su ópera prima estrenada en 1941, El ciudadano Kane, revolucionó las técnicas del cinematógrafo, aunque para ello tuvo que librar una feroz batalla política y financiera. El motivo es que  la cinta estaba basada en la figura del magnate de la prensa William Randolph Hearst, quien bloqueó de muchas maneras los trabajos y la distribución del filme. Finalmente el trabajo vio la luz con un éxito de crítica que no significó el éxito de taquilla. A pesar de ello, para muchos sigue siendo la mejor película de la historia del cine.

Su segunda película, Soberbia, ejemplifica el poder de la industria hollywoodense en una época de convulsión política y social en todo el mundo. RKO manipuló la cinta una vez terminada, incluso añadiendo material sobre el montaje final de Welles. Aún así es una indispensable en la historia del cine.

Fiel a su tiempo, pero sobre todo a una percepción a la vez personalísima del arte cinematográfico, y a la gran maquinaria californiana, Welles se inclinó por hacer de la literatura su fuente de recursos, como ya había demostrado en su paso por el teatro y la radio, de la mano de historias como El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr Hyde, o la propia Guerra de los mundos. Después de Citizen Kane, una serie de novelas adaptadas a la pantalla grande lo derribaron del gusto del gran público. La dama de Shangai y Macbeth, rechazadas al mismo tiempo por críticos y espectadores, así como acusaciones de comunismo, lo llevaron a exiliarse lejos de los Estados Unidos.

En Europa, acogido por la crítica, realizó algunas de sus obras más sobresalientes, sin renunciar a la polémica, por ejemplo, al presentarse en el Festival de Cannes con una cinta sin nacionalidad, abandonada en la producción por Francia y abanderada finalmente por Marruecos. El proceso y Sombras del mal, son películas de esta etapa.

En 1970, muchos años después de salir de América, volvería a Hollywood dispuesto a elaborar uno de sus proyectos más ambiciosos: Al otro lado del viento, una película semibiográfica, cercana a las vanguardias europeas, a Antonioni y a Godard con un duro sarcasmo a la industria de los Estados Unidos, a la prensa, a la crítica, a los actores y directores, y por supuesto, a él mismo.

Cinco años duró la filmación y se juntaron alrededor de 100 horas de grabación. Las productoras se negaron a apoyar el filme, por lo que tuvo que hacer malabares a veces fructuosos y otras desastrosos. Como otros le sucedió con proyectos, no pudo llevar a buen puerto el trabajo, que quedó enlatado en París.

La muerte le llegó a Welles en 1985. Entre su legado quedó una enorme cantidad de notas, guiones, e instrucciones sobre Al otro lado del viento.

Más de 30 años después, con una industria completamente transformada, la rebeldía del cineasta encontró en el streaming una complicidad inesperada. Con la curaduría de Frank Marshall, y Bob Murawski en la edición, siguiendo las instrucciones detalladas de Welles, se ha completado la cinta y se ha estrenado en la plataforma de Netflix, después de estrenarse en el Festival de Venecia.

El resultado, más cercano a lo experimental que a sus primeros montajes, es al mismo tiempo una confesión y un homenaje. La sucesión de imágenes, resultado del buceo entre la centena de horas disponibles aturde, pero en ellas se encuentran momentos de genialidad dignas de lo mejor de su filmografía. Se trata de un delirio gozoso para los amantes de la historia del cine, los curiosos que buscan desentrañar a Orson Welles, y sus más sinceros seguidores, aquellos que resulten menos dogmáticos.

Al mismo tiempo, y como una ironía a su propia vida, su estreno será poco accesible para el gran público, que en el mejor de los casos huirá desconcertado a los pocos minutos.

Permanencia voluntaria: Me amarán cuando esté muerto

Paralelo al estreno de la última película de Welles, Netflix lanza el documental Me amarán cuando esté muerto, que explora y profundiza en la figura del genio, y del complicado proceso para filmar Al otro lado del viento.  Indispensable para entender sus últimos años y su última obra.