Elisur Arteaga Nava

En la Tierra Caliente del estado de Guerrero se cultivaron, de manera preferente, dos formas musicales: el son y el gusto. Hubo quien compuso e interpretó marchas, paso dobles, corridos, música fúnebre y más. Las chilenas, otro género musical, se aclimataron en la Costa Chica; también se dejaban oír en la Grande.

Existen indicios de que los sones y gustos ya se tocaban a mediados del siglo XIX; no se conservan los nombres de sus autores y de los artistas que las cultivaban; se sabe que el son de La rabia ya se ejecutaba en los tiempos de la invasión norteamericana, por allá del año de 1847. Ese son aún se escucha, ejecutado por músicos viejos, en algunas regiones. No todos lo conocen o pueden tocar:

El son calentano está emparentado con la forma musical que bajo ese mismo nombre se ejecutan por tríos en la Huasteca. En los estados de Veracruz y Michoacán también se cultiva esa forma musical con el uso del arpa.

Los gustos, derivados de los sones, son una forma musical más lenta y, por lo mismo, descansada para los interpretes y bailadores. Al parecer surgieron en razón la necesidad de dar recreos periódicos a ambos. No llegan a la lentitud de los paso dobles o marchas; ni, mucho menos, a la de los corridos; estos, cuando menos en la región, no eran bailados. Los gustos, por regla general, tienen letra. Los sones, rara vez la tienen.

La forma como se bailan los sones en la Huasteca y en la Tierra Caliente del estado de Guerrero son similares. Los bailadores hacen el zapateado solo durante la ejecución de los adornos; en el resto, cuando los músicos cantan y tocan el tema principal, se limitan a realizar pasos que van acordes con el ritmo de la melodía. Los adornos son muchos o se reiteran en función de los buenos bailadores. Es la sensibilidad del interprete la que determina su duración o reiteración.

Los conjuntos musicales de la Tierra Caliente se integraban por dos violines, un primero y un segundero, una guitarra séptima, una guitarra panzona y una tamborita. El segundero, a pesar de su nombre, no llevaba la segunda voz; se atravesaba ejecutando melodías propias y diferentes.

Los conjuntos calentanos se diferenciaban de los grupos de arpa grande que se organizan y actúan en la Tierra Caliente de Michoacán y Jalisco; están integrados por dos violines, un arpa grande y dos guitarras. Los conjuntos huastecos se integran con tres elementos: un violín, jarana y guitarra.

En la Tierra Caliente del estado de Guerrero hubo músicos notables. No se conservan los nombres de los autores e intérpretes del siglo XIX que, al parecer, introdujeron el son; no se sabe quién fue el inventor de los gustos, ni de cuándo lo hizo. Sí se conocen los nombres de algunos de los compositores y ejecutantes que vivieron y actuaron a fines de ese siglo y principios del XX. Los viejos recordaban los nombres de Antonio Don Juan, Dolores y Miguel Alonso, de San Miguel Totolapan, compositores y violinistas sobresalientes. Una malagueña y un son dan testimonio de lo refinado del arte de don Dolores Alonso; no se conocen los nombres de sus autores:

Por 1960, los viejos músicos también recordaban a don Juan Bartolo (1847-1929), de Corral Falso, municipio de Ajuchitlán. Por no pocas razones lo consideraban como el máximo compositor e interprete de su tiempo; tocaba el arpa. Se le atribuye la autoría de sones y gustos. Se le consideró como autor de muchos versos. Una muestra de ello son los siguientes:

Todos quieren ser empleados

y vivir sin trabajar,

le tienen miedo al arado,

la tarecua es el jornal;

el clero, por otro lado,

haciendo su capital.

 

Don Juan Bartolo compuso, sin lugar a duda, el Gusto Federal, que refiere el triunfo de la República sobre el Imperio en 1867; en él mostraba su incertidumbre ante el panorama político en que vivía e indignación ante la falta de respeto a la ley máxima: la Constitución de 1857.

 

Todos dicen viva, viva,

yo no sé quién vivirá.

Unos que viva el Gobierno;

otros que la libertad.

El Gobierno está en un brete,

según estoy comprendiendo.

Ya formaron su templete

para estarse divirtiendo

de la Ley del cincuenta y siete.

 

Escribió o compiló versos llenos de gracia y picardía; de lejos se veía que era un viejo alegre:

 

Venía un güilo corriendo

llegó a la tesorería,

halló a un ciego escribiendo

lo que un mudo le decía,

y que un sordo estaba oyendo

para contarlo otro día.

Todo aquel que sale a andar

y de su casa se aleja,

no es fácil que vuelva a hallar

su mujer como la deja,

solo que sea muy legal

o ya se caiga de vieja.

Al pasar por la plazuela

me dijo una fonderita:

ya me quebró la cazuela

ahora quiébreme la ollita,

deme fuerte aunque me duela

que al cabo el dolor se quita.

Llegó a la región y se aclimató en ella un viejo son: El Maracumbé o Mariacumbé, de indudable origen africano; se tocaba y toca en otros estados de la república; los calentanos lo adaptaron a la región y le dieron características propia; ahí se oyó el siguiente verso; este únicamente se explica en un contexto en que no había educación sexual:

 

Este es el Maracumbé,

el rey de todos los sones;

adoración de mujeres;

y perdición de los hombres.

Cuando las mujeres quieren,

hasta preguntan por dónde.

 

El otro grande de la música calentana fue don Isaías Salmerón Pastenes, (1888 o 1891-1942) de Tlapehuala. Fue un gran violinista, compositor y alcohólico. Algunos recuerdan su gusto El paño, que compuso a raíz de la traición de una fementida de nombre María Ignacio.

Junto a ellos hubo otros grandes compositores e interpretes como Ignacio Rivera, Eulogio Varela; José Ma. Arteaga, Isauro Salanueva, Silvano Cruz y Tranquilino Dionisio Maquinar, alias El Picado; posteriores a ellos estuvieron Juan Reynoso, Filiberto Salmerón y Bardomiano Flores, que fallecieron hace algunos años.

A pesar de las escasas comunicaciones, a principios del siglo XX, los versificadores calentanos parece que estaban politizados, muestra de ello son los siguientes versos:

 

Se acabó el malestar,

Se acabó el desencanto;

Basta de tanto dolor,

Basta de tanto quebranto;

¡Que viva la libertad!,

sí, pero no la chinguen tanto.

Todos estamos rendidos

a tus leyes, nada más.

Gobierno, la paz te pido

por el poder en que estás.

Oye, Gobierno querido,

¿por qué no pones la paz?

En México y en sus estados

ya no se oye decir más,

solo en Guerrero han quedado

la injusticia y la maldad;

donde habitan los agravios

no puede reinar la paz.

 

Los calentanos, así se llama a los nativos de la Tierra Caliente, también compusieron canciones, una de ellas, de autor anónimo, tal vez un semianalfabeta, pero no carente de inspiración, fue capaz de escribir y componer:

 

Suave como el volar de una paloma,

dulce como el trinar de un ruiseñor,

blanca como las gotas de rocío;

así es tu amor y así es también el mío.

Ven, dame un beso, y calmarás el llanto

de esta pobre alma que llorando está;

nunca te olvides de este hombre que te ama tanto.

Por Dios, mi amor, no me olvides jamás;

por Dios, mi amor, no me olvides jamás.

 

Estas notas se escriben como un reconocimiento, que llega a los linderos de homenaje, a los hermanos Tavira que recientemente se alzaron con un triunfo, muy merecido, en sus presentaciones en diferentes foros de Francia, en especial en el Museo Branly (Véase Proceso, 2189, de 14 de octubre de 2018).

Los hermanos Tavira son nietos, por lo mismo, descendientes directos, de don Juan Bartolo, de quien se ha hablado anteriormente. Sobre ellos ha recaído la responsabilidad de preservar, como un arte vivo, el cultivo de los sones y gustos. Lo han hecho con dignidad y altura. Organizaron un conjunto a la usanza antigua y así se dieron a la tarea de rescatar el tesoro artístico de los calentanos, en general, y de sus ancestros, en particular. No se han limitado a ser interpretes, también son compositores que cultivan esos géneros musicales; son preservadores de los valores que heredaron de sus mayores.

Los hermanos Tavira, en el estado de Guerrero, han dado muestras de su elevado nivel profesional; han interpretado sones y gustos acompañados por la Orquesta Sinfónica de Acapulco.

Es una desgracia que ya no viva su hermano mayor don Martín Tavira Uriostegui, abogado, escritor, pedagogo y músico; murió recientemente. Él descendía de los más notables músicos calentanos; era nieto de don Juan Bartolo, por parte de su padre y nieto de don Asunción Uriostegui, por parte de su madre. Don Martín escribió una biografía de su abuelo don Juan Bartolo, de reciente aparición.

Don Chón Uriostegui, como era conocido, fue un notable violinista y compositor. Como se asienta en la obra Tierra Caliente, Guerrero, Sones y gustos (Elisur Arteaga Nava, Laura Trigueros Gaisman y Sergio Charbel Olvera Rangel, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2014, de donde se tomaron las partituras y versos; véase también la página: httpsonesygustosdetierracaliente.blog.mx), en 1928 a él se le escuchó el siguiente verso del gusto de La Ignacia:

Por más búsquedas que se hicieron no fue posible saber quién fue el autor de ese gusto; tampoco se localizaron los restantes versos.

En fin, con los hermanos Tavira y con otros conjuntos, existe la esperanza de que esas formas musicales, el son y el gusto, no desaparezcan, cuando menos en esta generación, lo que ya es mucho pedir en este mundo tan cambiante.