Cierto día, un amigo me planteaba un interesante símil diciéndome que el poder político es como un bloque de hielo sobre nuestra mesa. Si lo utilizamos, lo gastamos y se acaba. Si no lo usamos, se derrite y se acaba. Por eso más vale aprovecharlo mientras dura y no perderlo en su abandono.

Cuando nos despedimos seguí pensando en la sugerente figura y, ya en el automóvil, tomé pluma e inicié algunas notas. Me invadieron otras dos analogías. Una de ellas, de la física. La electricidad no puede almacenarse ni atesorarse. La que se produce tiene que consumirse o perderse. Por eso, en los sistemas energéticos lo más estratégico no son tanto los generadores sino las redes de distribución.

El otro parangón es de la biología. La vida se agota sin nuestra voluntad tanto cuando la aprovechamos como cuando la desperdiciamos. Pero de nosotros depende hacerla productiva o estéril. Tiene razón mi amigo. Así es el poder político. El que no se usa no se conserva ni se preserva. Tan solo se pierde.

Pensemos, por un momento, no solo en la perentoriedad del poder político sino, además, en lo efímero. No solo perece sin remedio sino que, además, perece rápido. Evoquemos los periodos de mando gubernamental. En los últimos 30 años mexicanos, los secretarios de Gobernación han durado en su encargo tan solo el promedio de 1 año y 8 meses. De Fernando Gutiérrez Barrios a Olga Sánchez Cordero se han sucedido 17 jefes de la política interior del país. Han sido periodos muy breves para tan compleja tarea.

Pero el jefe de la procuración de justicia anda por las mismas. Y el jefe del gobierno capitalino, no obstante que ya es un cargo de elección y, por lo tanto, inamovible, tan solo alcanza 2 años y medio. Y el jefe de las finanzas nacionales, el todopoderoso secretario de Hacienda de México, tan solo dura 2 años y 10 meses.

Esto quiere decir que funcionarios tan importantes para la vida pública del país suelen durar menos que un alcalde de mi pueblo.

Pero veamos y vayamos más arriba y pensemos en los presidentes. ¿De verdad los sexenios mexicanos duran seis años? ¿No hay algunos que, verdaderamente, tan solo han durado cinco o hasta cuatro años? Porque el primer año es de ajuste y fiesta mientras que el último es de mudanza y duelo. Por eso se ha dicho que los sexenios son periodos gubernamentales de cuatro años. Y los políticos sabios dicen que el mejor año del sexenio debe ser el séptimo y los otros seis deben aplicarse a ello.

El poder político es muy efímero, sobre todo en las democracias. Mientras mejor consolidada está una democracia es más transitorio el poder de sus gobernantes. El poder prolongado es, históricamente, un síndrome de dictadura, lo mismo se deposite en varios individuos, como en las dinastías o en uno solo como en las tiranías. Pero en las democracias lo único permanente somos los ciudadanos.

Dentro de cinco días habrá expirado el actual sexenio gubernamental mexicano. Para entonces solo estaremos nosotros, el pueblo, para decirle al nuevo gobierno lo que, de bueno o de malo, hicieron sus antecesores. Para invitarlos a preservar lo que nos sedujo y nos gustó así como para exigirles que desechen lo que nos repugnó y nos ofendió. Para platicarles, de paso, que ellos también serán transitorios y efímeros. Que ellos también se irán, como se han ido todos, pero que nosotros nos quedaremos para siempre. Esa es la bondad y la crueldad del poder político en las democracias.

Esa es la lección de la parábola del hielo. El tiempo nunca es neutral. Siempre corre a favor o en contra. El poder se ejerce o se dilapida.

w989298@prodigy.net.mx

@jeromeroapis