Muchos se sorprendieron al conocer la propuesta de seguridad del presidente electo, la cual es contraria a lo ofrecido en campaña pues, aunque lo niegue, en múltiples ocasiones se comprometió a retirar paulatinamente el Ejército de las calles.

Para nadie es secreto que desde los primeros meses de 2007 México ha sufrido una cruel mezcla de inseguridad, muerte, corrupción e impunidad, y por más que desde todos los ángulos y aristas se ha intentado encontrarle una solución, gobiernos en turno y ciudadanos hemos fallado, parecería que ni unos ni otros queremos adoptar nuestra parte en esta historia. Los primeros no han sido capaces de crear una política pública de prevención, atención y ataque a la delincuencia, los segundos nos negamos a reconocer que somos los consumidores cautivos de la delincuencia, ellos ofertan cualquier tipo de bienes y servicios y nosotros, ciudadanos, los consumimos.

El plan no parecía malo, mientras se creaba la Policía Federal y se fortalecían las policías en los estados, una parte importante del Ejército y de la Marina salieron a dar la cara por nosotros, sin embargo, no todo salió como se esperaba y como sociedad hemos sido mal agradecidos, les hemos pagado con desprecio.

¿Qué esperábamos de un grupo de hombres entrenados para hacer frente a problemas y amenazas de manera frontal y letal? ¿Por qué los culpamos de nuestras fallas como sociedad? Solo por poner un ejemplo, la Comisión Nacional de Derechos Humanos pareciera existir solo para perseguir y sancionar el actuar de las Fuerzas Armadas, y no en pocas ocasiones sus recomendaciones han pasado a la historia como un ejercicio abusivo de poder. No se diga el activismo de múltiples ONG que enfilaron sus baterías solo a debilitar la actuación de soldados y marinos.

Pues bien, ahora nos hemos enterado como sociedad que en caso de que exista mayoría calificada en ambas cámaras el 1 de diciembre despertaríamos con una Guardia Nacional militarizada y una Policía Federal desmembrada. Muchos han dado su opinión, mientras que Alejandro Hope, Genaro García Luna y María Elena Morera han argumentado que la militarización no es deseable y se debería pensar en otra solución o en una mezcla preponderante de civiles sobre la integración militar, otros como Javier Oliva Posada y Eduardo Guerrero han manifestado que la idea, aunque tiene sus riesgos, podría ser exitosa.

¿Podría funcionar? De hecho, sí, pero tiene más riesgos que virtudes.

La Policía Militar, cuerpo que integraría la Guardia Nacional, está entrenada para repeler todo tipo de amenaza y brindar seguridad a los militares, no son un cuerpo de paz, ni un grupo disuasivo y eso es lo que se nos olvida.

De dar este paso, sin Ley de Seguridad Interior y con una serie de ajustes constitucionales aislados, como sociedad poco tendríamos que decir o reclamar sobre la letalidad de nuestros nuevos guardianes, es algo así como matar una mosca con una bala de alto poder. López Obrador nos ofrece lo que por tanto tiempo fue tan criticado: fuerzas de reacción bajo el mando de un solo hombre, un “pinochetazo”.

Si a lo anterior sumamos poca tolerancia del presidente electo y de su equipo a la crítica, ¿qué pasaría con sus críticos, que no somos pocos? ¿Con sus adversarios políticos? ¿Con empresarios incómodos? ¿En verdad este hombre y su círculo íntimo tienen la fuerza para autogobernarse?

La política pública que se pone sobre la mesa es muy parecida a la de aquellos cuerpos de seguridad que existieron en el interior de la Dirección Federal de Seguridad, institución previa al nacimiento del CISEN. Es verdad, los niveles de inseguridad en el México de los años ochenta no son para nada comparables con los actuales, pero el precio que pagamos no fue menor. ¿Es esta la aportación de Jorge Carrillo Olea a la cuarta transformación? Hoy día las Fuerzas Armadas son las mejor evaluadas por la ciudadanía, ¿por qué tenemos que exponerlas cuando son nuestro último recurso para dar viabilidad a la república?

Lo único cierto es que el poder embriaga y el cónsul quiere su propia guardia pretoriana.

@DrThe