La vida es fascinante: solo hay que  mirarla con las gafas correctas.

 Alejandro Dumas

“No nos engañemos”, afirma el enjundioso editorial de Siempre!, en el cual, con su habitual claridad y valentía, nuestra directora Beatriz Pagés, digna heredera de la tradición rebelde de la revista, plantea la premisa de que viene el desmantelamiento institucional como resultado de lo que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador ha dado en llamar “la cuarta transformación”, en un ambicioso intento de equiparar lo que será su gobierno con los gobiernos de Juárez, de Madero y de Cárdenas.

A poco de la elección presidencial del uno de julio pasado, en este generoso espacio de Siempre! y en los espacios de Radio Fórmula y El Economista, quien esto escribe hizo una afirmación sobre los resultados con la cual pocos coincidieron, pero a la cual, aunque no era políticamente correcta en su momento, el tiempo parece haberle dado la razón a la premisa planteada hace cuatro meses.

Se dijo y escribió sobre el resultado de la elección: “Para bien o para mal, el pasado uno de julio los mexicanos decidieron echar a la basura todas las premisas de los politólogos, los académicos y personajes connotados de la opinión ilustrada, decidieron mandar a freír espárragos la separación de poderes, el equilibrio entre los Poderes de la federación y los pesos y contrapesos que formaron parte fundamental de la transición democrática. Así, treinta millones de mexicanas y mexicanos votaron, cada una y cada uno por distintas y hasta contradictorias razones, por el retorno del partido hegemónico y del presidente todopoderoso que implantaron en el imaginario popular los detractores de los gobiernos de la Revolución y los que llegaron a creerse las leyendas que ellos inventaron”.

Con excepcional astucia, López Obrador aprovechó esa nostalgia y capitalizó la sistemática demolición que de la imagen del gobierno de Enrique Peña Nieto hicieron los rencorosos de la academia, los escuderos de los grandes intereses financieros y los dirigentes empresariales que no le perdonaron nunca la reforma fiscal.

Repase usted, amable lector, el México que retrata el presidente electo en sus discursos. Verá cómo se parece al México de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, el México en el cual los grupos empresariales financieros estaban sometidos al Estado mexicano.

Eso es lo que quiere cambiar. Si no lo cree, solo recuerde que siempre nos habla de que México empezó a estar mal a la llegada de los neoliberales al gobierno. Se parece a lo que dijo alguna vez José López Portillo: “seré el último presidente de la Revolución Mexicana”.

A diferencia de aquellos presidentes, el presidente electo, al convertirse en presidente constitucional, tendrá sometidos, para empezar, a su voluntad, al Poder Ejecutivo, al Poder Legislativo, a 19 legislaturas estatales y, por lo pronto, el reconocimiento de casi todos los gobernadores de que él es el “jefe político de todos”.

Pronto, como aquellos mandatarios de hace setenta u ochenta años, intentará someter a los organismos autónomos, como Banxico y al mismo Poder Judicial.

Y a los 30 millones de mexicanos que lo eligieron, les diremos que no se quejen, con aquella vieja frase castellana: “tú lo quisiste, fraile mostén, tú te lo ten…”

jfonseca@cafepolitico.com