Francisco José Cruz y González

Las elecciones de mitad de mandato en los Estados Unidos han sido objeto de un sinnúmero de comentarios, más de unos refiriéndose a la actual vigencia, en todo el mundo, del populismo y otros males conexos: la xenofobia, el racismo y el fascismo.

Yo, por mi parte, quisiera referirme a la irrupción de las mujeres en el Congreso estadounidense, en las recientes elecciones, calificada por Naciones Unidas como una victoria histórica, por el hecho de que mujeres de diversas edades, razas, religiones, antecedentes y culturas, se hubieran postulado para la Cámara de Representantes o el Senado.

Según el prestigioso Center for American Women and Politics de Rutgers, 428 mujeres pertenecientes al Partido Demócrata y 162 del Partido Republicano contendieron por un escaño, lo que se tradujo en el triunfo de más de 100 de ellas —107 sería la cifra actualizada al 13 de noviembre—. Además, el número de mujeres gobernadoras aumentó de 6 a 10.

Más importante aún que el número de mujeres electas —aunque debe subrayarse que marca un record en el Congreso, que superó con mucho el de 24 en 1992— son, por una parte, los perfiles de estas; en particular su etnia —o raza—, religión, cultura y nivel socioeconómico. En un país en el que un enorme segmento de su población —¿la mayoría?— considera, erróneamente, como parte de su ADN el cristianismo y la raza blanca, una nación de WASP´s. En la que hoy gracias a Trump, lleva la voz cantante el supremacismo blanco y cristiano, “la América (sic) Profunda”.

Destaca entre las nuevas congresistas Alexandria Ocasio-Cortez, originaria del Bronx, hija de padres puertorriqueños, de orígenes modestos, que pudo sin embargo estudiar en la Universidad de Boston. Activista social, trabajó para un senador liberal de Masschusetts y apoyando al senador izquierdista Bernie Sanders en su campaña por la candidatura presidencial demócrata en 2016.

Sin embargo, por problemas económicos vinculados tanto a la recesión como a la muerte de su padre, Ocasio-Cortez tuvo que trabajar como mesera en un restaurante mexicano. Hasta que, como miembro de Socialistas Democráticos de América, se lanzó en pos de la candidatura demócrata al Congreso, derrotó sorpresivamente a un poderoso veterano, Joe Crowley; y en los comicios de este noviembre se impuso fácilmente al republicano Anthony Pappas.

La más joven congresista de la historia parlamentaria de Estados Unidos, con 29 años de edad, se presenta con una agenda progresista: el Medicare —servicios médicos— para todos, la abolición de la ley de inmigración y aduanas y la legislación para sacar grandes cantidades de dinero de la política. Ha hecho notar, además, que su campaña se dirige también a los olvidados por el Estabishment demócrata: “los jóvenes, las comunidades de color, las personas que hablan inglés como segunda lengua, la clase trabajadora, aquellas personas con dos trabajos, sin tiempo para votar”.

Estoy dedicando mucho espacio a esta carismática joven latina que, a través de una campaña política inteligente, creativa y por su presencia y contacto con la gente arrebató la candidatura a un peso pesado de Establishment demócrata en Nueva York y ganó su escaño en el Congreso. Su carisma y su agenda a favor de los que no cuentan —y que conecta con las necesidades e intereses de la inmigración, vale decir, de nuestros compatriotas— le auguran un brillante futuro político.

Un futuro en el que no descartaría que Ocasio-Cortez, que ha sido objeto de torpes burlas en la cadena Fox, lo que quiere decir que ya le temen, obtenga la candidatura demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos para los comicios de 2020. ¿Tendrá entonces que correrse al centro del escenario político hacia una suerte de socialdemocracia estadounidense?, ¿o como reacción a los excesos de Trump y ante la coyuntura internacional de Occidente, los estadounidenses la admitirían ya, sin escandalizarse y como factible como candidata “socialista”, como lo fue Bernie Sanders?

Se añaden a la mencionada presencia latina Verónica Escobar y Sylvia Garcia, demócratas que representarán a Texas en la Cámara de Representantes, y que son las primeras mujeres electas en un estado cuya población es latina en un 40%.

También enriquecen este caleidoscopio de legisladoras dos nativas estadounidenses: Sharice Davis y Deborah Haaland, indígenas del pueblo Ho Chunk, la primera, y de la tribu del Pueblo de Laguna, la última. Ambas demócratas, son las primeras representantes indígenas en los más de 230 años de historia de los Estados Unidos.

En esta irrupción de minorías no podía faltar la presencia negra en el Congreso, gracias a la elección de Ayanna Presley, del ala progresista del Partido Demócrata y la primera legisladora negra de Masschusetts. Fueron, asimismo, electas las afroamericanas Jahana Hayes, de Connecticut, y Lauren Underwood, por Illinois.

Quizá ha sido aún más impactante en estas elecciones de mitad de mandato el triunfo de Ilhan Omar y Rashida Tlaib, musulmanas, una confesión religiosa que produce controversia cuando no rechazo en Occidente, por obra y gracia del integrismo islámico y de la ignorancia, racismo y toda clase de prejuicios de millones de occidentales. En estas circunstancias, el arribo de ambas legisladoras es de importancia excepcional para el congreso y en la vida política de los Estados Unidos.

Además, el perfil de las legisladoras es interesante: Rashida Tlaib, representante de Michigan, es hija de inmigrantes palestinos y consiguió que su partido la postulara a pesar de su confesión religiosa. Ilhan Omar, de origen somalí, tiene una historia personal terrible, pues huyó con su familia de la guerra en su país, vivió cuatro años en Kenia, en un campo de refugiados y llegó de 12 años a los Estados Unidos. Tiene actualmente 33 años.

Otra legisladora a la que debe mencionarse es Kyrsten Sinema, de 42 años, quien fue electa la primera senadora demócrata por el estado de Arizona, un bastión republicano que desde 1976 no había tenido un demócrata en la Cámara alta. Declaradamente bisexual y atea, Sinema tiene una importante trayectoria en el legislativo, ha luchado por los derechos de las personas LGBTQ y colaboró con gran eficacia y apasionamiento en la creación del Medicare de Obama.

Estaba tentado de no mencionar a Marsha Blackburn, primera senadora electa en Tennessee, porque, republicana, apoya la construcción del muro en la frontera con México y las leyes antiinmigración con el sello de Trump. Pero es una más de las mujeres que aumentan su número en el Congreso.

De la inacabable lista de electas en el Congreso termino citando estos nombres: Mikie Sherrill, piloto de helicóptero, retirada, de la Marina, que lanzó su candidatura “para defender la democracia” y ganó su escaño por Nueva Jersey. Chrissy Houlahan, ingeniera graduada de Stanford y del MIT, que ganó en Pensylvania. Finalmente, Kim Schrier, une pédiatre que, indignada por el voto del representante de su circunscripción en Washington, D. C., a favor de la derogación de la reforma de la salud, decidió lanzar su candidatura, que fue exitosa.

Interesa en esta reseña precisar que la irrupción de mujeres en esta elección de noviembre ha sido de color azul por el número de candidatas demócratas, muy superior al de republicanas; pero, además, porque los datos con los que se cuenta señalan que el 59% de las mujeres votantes ha sufragado por los demócratas frente al 40% que votó por los republicanos. Lo que, de acuerdo a los analistas ha constituido la mayor distancia entre uno y otro partido en unas legislativas.

Interesa, igualmente señalar, que, según los datos existentes hasta hoy, las mujeres blancas han repartido casi a la par sus votos por demócratas y republicanos. También hay que decir que preocupa a los estrategas republicanos percatarse de que entre las mujeres blancas educadas hay un rechazo creciente a Trump y que no pocas están fugándose al grupo electoral de “mujeres independientes”.

Analistas expertos han señalado, por otra parte, que las mujeres que compiten por un escaño en el Congreso se están ocupando —como ya lo mencioné al referirme a Alexandria Ocasio-Cortez— de cuestiones que son vitales para el electorado, como el tema de la sanidad y que no pocas de ellas proponen agendas progresistas. Aparte de que han descartado hacer campaña siguiendo los parámetros tradicionales y buscan contactos más personales con sus electores. Es interesante, a este respecto, ver videos de las actividades de campaña de la mencionada Ocasio-Cortez.

Concluyo diciendo que en los Estados Unidos, en los que su presidente se ha encargado de mentir y convencer de sus mentiras, de soliviantar el racismo en el que cree y profesa, de atizar los odios y de alimentar el fanatismo, las mujeres que asumen como representantes en el Congreso constituyen —las demócratas— el enemigo y ojalá que el antídoto del odio y la polarización en la sociedad civil del país.

Un antídoto al “supremacismo blanco, rural y cristiano, que se siente amenazado por la revolución tecnológica, el feminismo y el cambio climático; es amante de las armas de fuego. Que cree que el Big Bang es un invento izquierdista”.

Diplomático de carrera