Por José Natividad Rosales*

 

Esta es la historia de múltiples personajes musicales: un tenor, una soprano coloratura, un cantante “in” y un compositor laureado. Con ellos podríamos componer una comedieta “Dios canta en tu voz” y también una comedia musical: “El triste en la Nave del Olvido”. Pero sobre todas las cosas es el fascinante retrato de la vida de un muchacho de nuevo tipo. No es un muchacho con ángel. Es un ángel caído del cielo de la canción: José José.

Érase que se era un tenor de Opera Internacional, José S. Esquivel que alternó al lado de Di Stéfano, Nicola Rossa Lemeni, Victoria de los Ángeles y otras luminarias operísticas. Se casó con Margarita Ortiz, soprano coloratura, cantante de arias de Opera y música fina. Tuvieron dos hijos: José y Gonzalo. Este último estuvo en los brazos de la celestial Victoria de los Ángeles, como hijo de Pinkerton en “Madame Butterfly”. Don José era cultísimo. Hablaba inglés, francés e italiano y poseía una biblioteca muy nutrida. Cuando el INBA no le daba suficiente trabajo, cantaba el “Ave María” de Schubert en San Agustín, en Polanco. La familia primero vivió en San Rafael y luego en Clavería. Doña Margarita tomaba al entonces Pepe de la mano para llevarlo al colegio Estado de México en Avenida Azcapotzalco 180, al par que caminaban, iba comunicándole su sensibilidad. ¡Mira el sol! ¡Mira las nubes! ¡Ve aquellos árboles!

José José: “La de mi madre es una influencia que tendré toda la vida. Considere, señor. La escuchaba cantar, con voz divina –doblemente divina porque era la de mi madre—“El Ruiseñor” y las arias de “Traviata” de “Lucia” o del “Barbero de Sevilla”. La casa era un nido de música, pero de música en orden, seria, hermosa y depurada. Y cuando se hacía el silencio, papá volvía a sus libros. Él era un lector asiduo de SIEMPRE! y yo conservo los ejemplares. Tenía por costumbre leernos en la hora de la comida, algunos trozos de los artículos de Renato Leduc o de Blanco Moheno.

Revista Siempre! (1970)

Pero un tenor de Opera y una soprano coloratura, en México ganan poco máxime cuando tienen dos niños. El doble Pepe comenzó a estudiar Contabilidad en el Instituto Tecnológico de México. Pero…

José José: Roberto Cantoral dice de mí que maduré muy pronto… que un muchacho con mis 22 años no puede cantar, corrientemente, con la emoción que puedo hacerlo…

Roberto C.: Para mi fue una sorpresa ver a este joven, con rostro de niño, sufriendo al cantar como un adulto. ¿Qué había pasado en él? El dolor deja huellas, pero como es tan joven no las dejó en su cara…

José José: Pero yo nací para la Contabilidad. Hablas de madurez, Roberto. Pobreza y necesidad vienen detrás. Primero me quise hacer aviador para conocer muchos países y me metí a una escuela, frente al aeropuerto. Mas aquello no funcionó y me puse a trabajar como obrero litográfico ganando al principio 10 pesos a la semana. Cuando cumplí 16 años ya ganaba 150, mi sueldo máximo en esa industria. ¡Ah! Pero gané otra cosa. A fuerza de tanto contacto con el agua, me gané una sinusitis maxilar. Fue allí, amigo, donde comencé mi gran aprendizaje de cantante. Metido en aquel cuarto oscuro me convertí en el joven que más ha escuchado un solo disco de Johnny Mathis. Fueron meses, qué digo, meses, un año y fracción, de escuchar el mismo disco, hasta que aprendí a inspirar, a respirar, a encuadrarme, a “filar”. ¿Qué quiere decir filar, mamá?

Doña Margarita: Es el clásico “diminuendo”… Ir disminuyendo (Canta).

José José: No sé inglés, pero en aquel cuarto negro aprendí a cantar, perfectamente “María”, “Una cierta sonrisa”, “No me toca decirlo” y “Gina”. Allí comenzó mi verdadera vocación como cantante. Todo lo que sé de respiración y de apoyaturas me lo dio aquel maestro que nunca se cansaba: Johnny Mathis.

Luego, con mis amigos, formé un grupo musical. Eso fue en marzo de 1966 el próximo sábado hará tres años. Se llamaba “Los Peg” –nombre formado con las primeras letras de Pepe, Enrique y Gilberto—. Ahora yo estaba dispuesto a no dejar mi carrera en el comienzo, como se había quedado la de contabilidad. No me dieron derecho a examen porque debía 6 meses de colegiatura.

“Comenzamos a dar serenatas, a 20 pesos. Yo tocaba el contrabajo, aun cuando también sé piano y guitarra. Permanecí tres años en el grupo hasta que don Ignacio González, al que Dios dé mucha gloria y mucha fortuna, director artístico de la RCA, “me descubrió” en el bar “El Cazador” de Insurgentes Sur. Me preparó para una audición con Rubén Fuentes; la aceptó y pasé a formar parte del elenco artístico de esa editora, donde tengo un año y cuatro meses.

La historia de “La nave del olvido” y “El Triste” la cuentan José José y Roberto Cantoral.

José José: “La Nave del Olvido” es una canción argentina, que obtuvo un segundo lugar en un Festival de la Argentina. Es de Dino Ramos y la RCA de allá la envió ya con todo y arreglo. Aquí la introdujo a la radio Raúl Ortiz, promotor de la RCA y ahora mi representante. Yo la puse en televisión en el show de Olga Guillot. Antes estuvo cuatro semanas ¡compitiendo con Topo Gigio en el programa de don Raúl Astor!

Roberto C.: “La Nave del Olvido” es un ejemplo típico de la conjunción entre compositor e interprete. El público tiene un fino sentido de la calidad y enseguida la capta.

José José: Es el caso indudable de tus canciones “El Reloj” y “La Barca” ayer y ahora “El Triste”. Yo cantaba las dos primeras cuando tenía 12 años… Entonces recitaba poemas y dirigía para los niños de la escuela “El Himno Nacional”. Pero háblanos ahora, Roberto, de tu canción “El Triste”.

Roberto C.: Todo lo que se vuelve arte, primero es vida. El tema de la tristeza lo viví íntimamente. Después de mi último viaje a París, luego de diez años de matrimonio bien avenido, mi esposa y yo tuvimos dificultades y nos separamos. Ella voló a Buenos Aires y yo me vine a México vía Nueva York. Me mandó un telegrama diciéndome que no quería volver a México. Si ausencia me hacía más urgente y obsesionada su presencia. Yo quería verla, oírla, sentirla, amarla, escucharla. Me sentía profunda y totalmente triste. En esos momentos de depresión anímica es imposible encontrar la mujer exacta, que nos comprenda. Yo pensé que había perdido el mundo…

José José: Igual sentí yo. No tengo novia, no, pero estoy profundamente enamorado. Profundidad es poca cosa, una palabra con medida. Estoy abismal, universal y cósmicamente enamorado. Yo aprendí a amar por medio de la música. Su armonía precede y sucede a mi práctica del amor. Lloré con las canciones de Pepe Jara y del joven Felipe Gil. Comprendí que el amor es el único sentimiento que nos aglutina, que nos puede liberar del caos. Y cuando mi amor se debilitó sentí la muerte. Para mi no eran igual el sol, el aire o el agua.

Roberto C.: Escribí la canción. Concursó en Compositores y “El Triste” fue enviada al Festival de la Canción. Pero yo no conocía a José José.

José José: Por cierto que debo aclararle que ese doble nombre se debe 1.— A que así me llamo y 2.— A que quiero con el segundo José honrar la memoria de mi padre.

Roberto C.: Y el destino unió, un día, a dos tristes. Me sorprendí al encontrarme con José José, un muchacho tan maduro. Comprendí que su frente había sido ensombrecida por el dolor o la pena.

José José: Fueron la muerte de mi padre y el amor. Pero participo, además, de la melancolía, especie de “smog espiritual” que tenemos 45 millones de mexicanos. En todo lo que hacemos, decimos o cantamos hay tristeza. Yo me sentía aterradoramente triste cuando escuchaba en la discoteca de Freddy Noriega “Un Viejo Amor” de Esperanza Otero. Y creo que nuestra tristeza nacional se debe a que cuando mucho un 15% de los mexicanos sabemos a qué venimos a este mundo y trabajamos para realizar nuestro ser. Los demás están en un limbo, en un vacío.

Roberto C.: Y también hay tristeza por no saber aprovechar el sufrimiento. No olvides que Benvenuto Cellini afirmaba que es fuerza creadora.

José José: Agrego a eso, que el sufrimiento de los demás aumente el nuestro. Llega a ser agobiante, como decía Bertrand Russell. Yo sufro por lo que le pasa al mundo en esta hora. Por la confusión y por las guerras. No entiendo, no comprendo, ni disculpo la Guerra de Vietnam. Creo que todo cesará cuando haya una sociedad común, cuando todo sea hermandad y nada diferencia. ¿Pero será posible eso? Yo quisiera tener contactos con otras gentes, de otros planetas para ver si no sueño. Por eso quiero comenzar a viajar. En abril iré a Los Ángeles y alguna vez iré a Suiza, donde me han dicho que no hay cárceles. Pero jamás iré a la India.

Roberto C.: Y así fue como “El Triste”, cantada representando a México obtuvo un tercer lugar. Pero todo se debió a los magníficos arreglos de Chucho Ferrer y Eduardo Magallanes a cuyo talento se debe el impacto que tuvieron mis notas en el público.

José José: Y a la calidad espiritual que hay en tu obra. Tu canción encaja en una realidad ambiente, en la de hoy. ¿Hay motivos para estar alegres? Yo la veo casi como una canción de protesta. Me encanta por fuerte, valiente y positiva. Y si no podemos hacer otra cosa para mejorar es actual estado de cosas, hay que seguir componiendo, Roberto, y escribiendo usted, señor, y yo cantando. Estas son nuestras armas contra la guerra. Estos son los instrumentos con los que ahora luchamos para que un día llegue la paz, que entiendo como la comprensión que debe privar entre todos los seres del planeta, para entender sus mutuas acciones y labrar su felicidad general.

*Texto publicado el 8 de abril de 1970, en la revista Siempre! Número 876.