Uno de los temas que ahora se repiten en diversos ámbitos y enfoques es la “cuarta transformación”, acuñada por el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, quien se ha propuesto un desafío complejo: situar su gobierno, que está por comenzar en unas semanas, a la misma altura que el movimiento de Independencia (1810-1821), la Reforma que significó la lucha entre conservadores y liberales, también en el siglo XIX (1856 -1861) y la Revolución (1910-1917) con el cual, las diversas filiaciones políticas, se enfrentaron en torno al fin de la presidencia de Porfirio Díaz.

La cuarta transformación, en suma, se asume como un cambio de la vida económica, política, social, del país que será un parteaguas en nuestra historia; uno de los trasfondos es la igualación de López Obrador con la figura y emprendimiento de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero.

¿Todo cambio trascendental en nuestra historia se ha debido a la dirigencia de un líder, estadista, caudillo o mandatario? Esta pregunta es pertinente ahora ante el alud de textos que ahora ocupan textos en revistas, suplementos de periódicos y libros en torno a los sesenta y ochos y, en particular, al 68 mexicano.

Sin exagerar las consecuencias de los sucesos generados ese año, en conjunto, a distancia podríamos valorarlos como una cuarta transformación. En la cual la figura representativa tiene, a la vez, un nombre singular y colectivo: la sociedad, concentrada en torno a la rebelión de una juventud que se estaba sacudiendo, normas y reglas atávicas; un conservadurismo ya rancio —incluso en el discurso de lo políticos— y un autoritarismo que abarcaba todos los ámbitos no sólo el político.

Y no fue un azar que el repudio alcanzara ebullición en las instituciones educativas; tampoco resultó fortuita la brutal respuesta del Estado mexicano, precisamente en las instituciones educación media superior. No menos alusivas fueron las palabras amenazantes de Gustavo Díaz Ordaz, durante su cuarto informe de gobierno, un mes y un día antes de la masacre del 2 de octubre: “[…] No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos”.

Los jóvenes tenían sed de libertad y sus mayores ya habían advertido que la obediencia, sin más, había dejado de ser una solución, no poco padres de esos jóvenes que eran entelequias de represores (de sus hijos) reprimidos (de las instituciones, del Estado).

Reflexiones sobre la Universidad.

Encuentro de dos universitarios

En retrospectiva hay hechos y personajes que ahora es pertinente recordar. El ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, en los aciagos días del verano y otoño del 68, es una figura central sobre el ejercicio de la libertad y de la autonomía de la universidad pública, habrá que matizar.

1968 Javier Barros Sierra. Conversaciones con Gastón García Cantú [1972], cuya republicación corregida y aumentada aún se encuentra en librerías, es un testimonio que requiere una glosa a partir del contexto actual y no sólo como un testimonio más.

En este encuentro de reflexiones entre dos universitarios apasionados de la Universidad y, sobre todo, de México, encontramos un recuento y puntualización sobre momentos y personajes del México a partir de la evocación de Lázaro Cárdenas (1895-1970); los candentes problemas de la UNAM vivió en el rectorado del Dr. Ignacio Chávez (1961-1966), sobre todo la sobrepoblación de estudiantes, los anacrónicos programas de estudio, la aplicación de las reformas académicas; los estudiantes exigían, además, libertad de reunión y libertad de expresión y manifestación. La represión del gobierno, que tuvo síntoma más álgido en 1968 con el bazucazo a la Preparatoria núm. 1, los primeros minutos del 30 de julio y la entrada del Ejército a Ciudad Universitaria, el 18 de septiembre.

Barros Sierra desafió al gobierno y, a unos pasos de la Rectoría, puso la bandera mexicana a media asta y pronunció un breve y rotundo discurso, horas después de la entrada del Ejército al edificio colonial de San Ildefonso y encabezó una marcha por Insurgentes Sur, el 2 de agosto, rodeado de maestros, estudiantes y la simpatía de la sociedad civil: profesionistas, obreros, intelectuales, amas de casa.

Barros Sierra y García Cantú dialogan con sencillez, claridad y probidad, sobre tópicos esenciales de la vida universitaria, que hoy perviven magnificados, y nos dejan detalles de los días aciagos que, sobre todo, precedieron al 2 de octubre.

Las acotaciones de García Cantú nos recuerdan y nos resitúan no sólo ante los hechos sino ante el proceso que alcanzó su ebullición que en 1969, pero que tiene antecedentes, por lo menos dos décadas antes, con la intervenciones militares —por ejemplo en Iguala.

La presencia de los jóvenes intelectuales de los sesenta fue más importante de cuanto se cree —no sólo con la llamada literatura del 68 que surgió, sobre todo en los setenta—.

La Generación de Medio Siglo es fundamental: la mayoría de sus integrantes ahora son nuestros clásicos inmediatos (entre otros, Pitol, Arredondo, Hiriart, Pacheco, Monsiváis, Leñero, Castellanos, Zaid, Elizondo, García Ponce) y algunos de ellos pertenecieron al grupo de escritores que colaboraron en el primer Plural (1971-1976) y Vuelta (1976- 1998), cuyo tutor y guía intelectual es Octavio Paz (1914-1998), para quien el movimiento del 68 mexicano tendría tantas implicaciones, personales, profesionales e intelectuales.

Choque entre lo rural y lo urbano.

Hondura del pensamiento paceano

En Posdata, publicado por vez primera febrero de 1970, nuestro Premio Nobel de Literatura dedica un apartado al octubre mexicano del 68: “Olimpiada y Tlatelolco” evidencia la hondura del pensamiento paceano; recuerda el gran choque entre el mundo rural y el urbano; entre nuestras tradiciones originales y la modernidad, que ahora no sabemos si es utopía, lastre o enigma. La incertidumbre, es cierto, siempre la han rodeado entre nosotros.

Paz observa, entre tantos factores del movimiento estudiantil, la lucha de clases, el advenimiento de la sociedad tecnológica como elemento se segregación a las poblaciones depauperadas. Así, el progreso es una maravilla y un monstruo a la vez. La capacidad crítica es fundamental en una democracia real; recorre el proceso de nuestra historia en el siglo XX; observa, preclaro, la democratización del PRI y recuerda palabras de uno de nuestros patriarcas culturales Daniel Cosió Villegas: “el único remedio: hacer pública de verdad la vida pública”.

Paz encuentra un vínculo estrecho —aunque, claro, paradójico— entre la XIX olimpiada y Tlatelolco. Se hace una pregunta de plena actualidad: “¿Seremos al fin capaces de pensar por nuestra cuenta? ¿Podremos concebir un modelo de desarrollo que sea nuestra versión de la modernidad?”

 1968 Javier Barros Sierra. Conversaciones con Gastón García Cantú, México [1972], Siglo XXI Editores, 1993. (Versión corregida y aumentada)

 Octavio Paz, Posdata, México [1970], Siglo XXI Editores, 2014, decimotercera edición.