Francisco Plancarte y García Naranjo

Como es bien sabido, en la antigua Grecia nació el pensamiento de la democracia occidental y quizás en las reuniones de Sócrates y sus discípulos (en el Gorgias) se dió el origen:

Calicles, un distinguido discípulo de buena familia y muy preparado, defendía la tesis de que el mejor gobierno era el de los más fuertes y explicaba cómo gobernar a los más débiles, quienes deben de confiar ciegamente en su protección.

Protágoras, el joven filosofo (prestigiado sofista), levantaba la mano para argumentar en favor de la libertad de todos los seres humanos y de la igualdad de todas la personas en esencia, y que, por consiguiente, todos tenían el mismo derecho de participar para elegir los gobernantes de la ciudad.

Desde aquel entonces ha persistido la lucha de ambos bandos por la gobernanza y por excepción afortunadamente en muchos casos se ha logrado el equilibrio y los periodos de paz.

En todo este proceso de gobernanza a través de la historia, sin duda las religiones y las ideologías tuvieron mucho que ver para caminar hacia el concepto moderno de Estado Nación que hoy conocemos, a partir de las reglas del juego plasmadas en la Paz de Westfalia de 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años.

Los principios de soberanía nacional “absoluta” se adoptaron como dogma inamovible por más de trescientos años alimentando el nacionalismo extremo, que lamentablemente generó muchas guerras hasta el grado de provocar la Primera Guerra Mundial por las rivalidades entre las casas reales y los gobiernos de la Europa de principios del siglo XX. El resultado fue de más de siete millones de muertos durante cuatro años traumáticos que sufrió la sociedad en defensa de la “soberanía nacional”, pero que, en el fondo, era para alimentar la soberbia de las casas reinantes o de la clase gobernante. Por supuesto los intereses económicos y los préstamos bancarios para financiar a los dos bandos siempre estuvieron presentes. La mayor potencia global naciente de esa época fue Estados Unidos que por resistencia del pueblo estadunidense no entró a pelear desde 1914, pero que por el deseo de gloria o ingenuidad del presidente Woodrow Wilson intervienen al final para levantarse con la victoria contundente en 1918.

En aras de la gobernanza global, hay que reconocer el gran mérito de los catorce puntos wilsonianos en favor del multilateralismo y la paz mundial, que incluyeron la creación de la Sociedad de Naciones como primer intento de gobernanza global al amparo del imperio del derecho, pero que lamentablemente no fue ratificado por el Senado de Estados Unidos. Por lo tanto ese gran esfuerzo nació cojo acompañado del Tratado de Versalles de 1919 que puso a los perdedores de la guerra en una situación de bancarrota difícil de sanear. Sin embargo nunca imaginaron los Estados nación firmantes de dicho tratado que, en escasos veinte años de intermedio, vendría una conflagración mucho mayor con más de sesenta millones de muertos y las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki del mes de agosto de 1945, con al menos doscientos cincuenta mil muertos y las consecuencias de la radiación que sufrió la población entera.

En ese mismo año de 1945 se inauguró en el mes de abril la Conferencia de San Francisco y con fundamento en el principio de la autodeterminación de los pueblos: “Nosotros los Pueblos de las Naciones Unidas…”, según el Preámbulo de la propia Carta, nació la Organización las Naciones Unidas, que durante el tiempo que duro la guerra fue preparada e impulsada por el presidente Franklin D. Roosevelt con el apoyo de Winston Churchill y finalmente fue adoptada por Francia, la Unión Soviética y la China nacionalista, que son los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Estos cinco países se reservaron un asiento permanente en el Consejo de Seguridad con derecho individual de veto en la ONU, a la que se adhirieron cincuenta y un países inicialmente.

Este es el segundo gran intento de gobernanza global en favor de la paz y la seguridad que por setenta y tres años ha hecho sus mejores esfuerzos, pero que lamentablemente no ha detenido docenas de guerras regionales ni genocidios ni crímenes de guerras intestinas o crímenes de lesa humanidad en diversos países, simplemente porque la ONU no tiene atribuciones y facultades legislativas ni de autoridad parlamentaria mundial.

Ante esta situación, que se agrava día con día no solamente por las guerras y las hambrunas en diferentes partes del globo, en donde la brecha de ricos y pobres es cada día mayor, y provoca movimientos migratorios de millones de personas desplazados de sus lugares, se hace necesario replantear la gobernanza global, a través de la trasformación de la Organización de las Naciones Unidas en Parlamento de las Naciones Unidas.

¿Cómo podría ser esto posible?

Los fundadores de la ONU dejaron la puerta abierta para la renovación de la Organización de las Naciones Unidas en el artículo 109 de la propia Carta, para que, si a los diez años no se hubiera celebrado una Conferencia General de Miembros de la ONU con el propósito de “revisar” la Carta de San Francisco de 1945, quedara automáticamente hecha la convocatoria para el año de 1955. En este año se atendió el llamado de los fundadores plasmado en el 3er párrafo de dicho artículo 109 y la Asamblea General se pronunció a favor de instalar la Conferencia de Revisión quedando pendiente lugar y fecha. Cada año desde entonces se pospuso el tema con la evasiva de que “no están dadas las condiciones” y así hasta el día de hoy.

Después de setenta y tres años ya no hay pretexto que valga, porque el mundo en que vivimos es muy diferente y tenemos la urgente necesidad de contar con una autoridad parlamentaria mundial confiable, democrática y trasparente con las facultades y atribuciones suficientes, para que de una manera subsidiaria intervenga en todos los asuntos globales, comenzando por cómo mitigar de manera efectiva las consecuencias del cambio climático, que ya empezamos a sentir. Es urgente la abolición del armamento nuclear y la eliminación de todas las armas de destrucción masiva que amenazan la supervivencia de la especie humana. También es urgente reducir de manera substancial las hambrunas, epidemias y hacinamientos infrahumanos de millones y millones de personas, a través de la labor subsidiaria y humanitaria del sistema parlamentario mundial que proponemos. Los problemas globales son una lista larga y solamente hemos mencionado los más apremiantes.

Por lo tato, como diría Protágoras, ya es tiempo de que se convoque a la revisión de la Carta de la ONU y proponer en el seno de la conferencia respectiva la transformación de la Organización de las Naciones Unidas en un parlamento mundial, en beneficio de todos los ciudadanos del mundo, que somos conscientes de nuestro destino común como habitantes del planeta Tierra.