Al iniciarse el nuevo año se abren, con mayor intensidad, las esperanzas del pueblo de México que desean que el nuevo gobierno pueda tener la eficacia y las capacidades para plantear bases más sólidas hacia el futuro; pues, somos un país que indudablemente ha avanzado, pero cuyos rezagos son todavía enormes; la brecha que se ha ensanchado entre pobres y ricos cada día es mayor.

Las capacidades del Estado neoliberal mexicano han sido insuficientes para promover un crecimiento y una redistribución de la riqueza que despeje el futuro de la nación.

La inseguridad se ha convertido en un fantasma que surge en todos los escenarios como una amenaza que produce pánico y terror a una sociedad, que lo mismo es afectada por la corrupción que por la delincuencia organizada; el pago de cuotas y derechos de piso se ha extendido por toda la república; el soborno a las autoridades de todo carácter, especialmente policiacas y judiciales es la norma que nos rige; el tráfico de estupefacientes, los homicidios permanentes, el robo y el secuestro siguen siendo parte de la hidra de mil cabezas que tiene acorralada y amedrentada a la sociedad.

No se ve por dónde terminar con la inseguridad; el gobierno apela a una forma militarizada que, hasta hoy, lo que ha probado es ser absolutamente ineficaz; más allá de la violación al paradigma constitucional de que “el ejército no debe destinarse a la seguridad pública”, los resultados que hemos tenido del presidente Felipe Calderón a la actualidad son desalentadores y crecientes.

La tragedia de la muerte de la gobernadora constitucional de Puebla, Martha Érika Alonso, y de su esposo el senador Rafael Moreno Valle, han polarizado la opinión pública y el Ejecutivo federal no ha tenido ni la intensión ni la forma para tranquilizar las aguas, de las pugnas absurdas entre mexicanos y, por el contrario, se sitúa en la arena de los ofensores y acusa a un grupo enardecido de militantes panistas de ser pro fascistas, en lugar de buscar conciliación hacia el futuro.

Con la polarización, con el choque y con la pugna, muchas veces absurda entre los grupos sociales, lo que se logra es un país cada vez más debilitado frente al imperio, e incapaz de solucionar su grandes y dramáticos problemas.

Para 2019, necesitamos un llamado a la unidad nacional que se traduzca en hechos concretos, que permita el juego democrático y la libre expresión de las ideas, pero que al mismo tiempo, establezca elementos de seguridad jurídica para la opinión pública.

La intolerancia, la soberbia, el enojo fácil, no son soluciones al mundo que hoy reitera la actitud insoportable del presidente Trump, que sigue siendo la principal amenaza a la soberanía y al desarrollo histórico de la nación mexicana.

Solo con unidad y respeto a los principios constitucionales podemos enfrentarlo. El nuevo año 2019 será de encrucijada.