En el momento que los lectores de Siempre! tengan a la vista este número, habrá tenido lugar la transmisión de poderes del Ejecutivo federal de forma pacífica, ordenada y tersa en una sesión del Congreso General, en la que ha trascendido que las fuerzas políticas en él representadas han pactado que se verifique sin estridencias. Por cierto presidida por quien en épocas no muy lejanas inició los sainetes en ese tipo de sesiones.
Es una muy buena noticia que se recuperen los protocolos republicanos y que el presidente del Congreso General tome la banda presidencial del Ejecutivo que concluye su encargo, y se la entregue el presidente electo, este se la coloque en el pecho y realice el juramento constitucional previsto de cumplir y hacer cumplir la Constitución. E incluso que sin interrupciones ni sobresaltos pueda dirigir un mensaje a la nación frente a los representantes populares.
La república requiere recuperar esos protocolos institucionales sin que ello implique que la oposición arríe banderas o se subordine a quienes en su momento ejerzan el poder. Una oposición responsable respetada y respetuosa es lo que los mexicanos queremos, no valentones de callejón que ensucian el noble ejercicio de legislador y amparados en un “fuero” incomprendido insulten e injurien a los adversarios políticos.
El país ya cambió y debemos evolucionar el ejercicio de la política. Las cosas no pueden volver a ser como en el pasado. Aunque por algunas actitudes de diversos actores políticos pareciera que se busca una fuga hacia el pasado. Lo que es un hecho innegable es que estamos ante un nuevo proceso de alternancia. Es de todos conocido que después de décadas de lucha obrera y campesina, popular y de clases medias, incluyendo varios años de guerrillas rurales y urbanas, la alternancia se decidió por la derecha, a pesar de que la izquierda lideró estos esfuerzos de la sociedad de romper los yugos de control que el viejo régimen impuso a la vida democrática.
En esa larga marcha de una transición a la democracia, que para algunos no existió, dado que —según afirman— no se trataba de derrotar una dictadura, en los hechos, el ancien regime mantenía un férreo control social, se fueron desmontando una serie de facultades legales y metaconstitucionales para acotar el presidencialismo imperial que padecíamos y así nacieron una serie de instituciones que hoy se busca dinamitar con el mayoriteo parlamentario, que en su momento sufrieron quienes ahora controlan el Poder Legislativo.
Lo preocupante es que los cambios pretenden regresar al control unipersonal del Ejecutivo una serie de facultades y retornar a un centralismo que por nocivo se fue modificando para hacer realidad los textos normativos, esto es, empatar el País real con el país formal. Algunos cambios constitucionales y legales preocupan, y mucho, porque pareciera que existe un desprecio al Estado de derecho. Lo que extraña dado que por experiencia algunos de los que lo rodean saben y han sufrido en carne propia, que “en política ni los triunfos ni las derrotas son para siempre”.
La transformación anunciada, bienvenida sea, siempre y cuando se realice de manera racional, sin dividir, sin enconos, sin triunfalismos estériles o ánimos revanchistas y de venganza. Por años hemos luchado por ajustar el modelo de crecimiento económico. La enorme e histórica desigualdad social debe atenderse para evitar una insurrección popular. La violencia, nadie en su sano juicio puede encontrarla viable. Los concentradores de la riqueza social deben entender que los primeros beneficiarios del cambio serán ellos. Es cierto también que nadie está dispuesto a ceder privilegios graciosamente, pero no es con violencia como debe actuarse. Se debe agotar el diálogo y la construcción de consensos. Es más lo que nos une que lo que nos separa.