El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences de recordar, o lo que pretendes recordar.
Harold Pinter

A juzgar por la argumentación empleada por el “imprescindible” Pablo Gómez, veterano de las batallas políticas de la izquierda, uno llega a la conclusión de que, hasta el gobierno de López Portillo los presupuestos de la república reflejaban el propósito de redistribuir, acorde con la vieja definición del Estado mexicano, la figura del ogro filantrópico.

Y uno se pregunta si el objetivo del gobierno de la cuarta transformación es retomar la tarea de construir un gran Estado de bienestar, adecuado para una nación que históricamente arrastra un pesado lastre de pobreza y desigualdad.

Siempre se dijo que quien gobierne México debe tener presente que hay tres Méxicos, uno avanzado y moderno, que no necesita apoyo, solo ambiente propicio y regulación; otro es el México de las clases medias, las cuales necesitan incentivos y cierto apoyo, y luego está el otro México, el mayoritario, el más pobre, que necesita toda la ayuda que el Estado y la sociedad puedan darle.

El equilibrio del desarrollo estabilizador fue que se intentó gobernar para los tres Méxicos. No se tendrá ese equilibrio sí solo se gobierna para uno de los tres Méxicos, y no se recuperará ese pasado hacia el cual voltean nostálgicos millones de mexicanos.

El pasado es para aprender de él, para evitar repetir los errores y ya no desaprovechar las oportunidades, pero no puede aspirarse a regresar al México del pasado, pues contrario a lo que piensan millones, no fue mejor, solo fue distinto, porque eran distintas las circunstancias, éramos distintos los mexicanos.

Quizá, para avanzar en el cambio que ofrecieron los ganadores de las elecciones presidenciales y quienes gobiernan y gobernarán a México durante los próximo seis años, lo mejor sería recordar la frase de don Miguel de Unamuno, quien recomendaba que debemos procurar ser más padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado.

Hasta el Antiguo Testamento recomienda no voltear hacia lo que se deja atrás, por el riesgo de correr la suerte de la mujer de Lot y convertirnos en estatuas de sal.

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