Por Adrián Sanmartín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]S[/su_dropcap]abido es que el norteamericano David Mamet es uno de los grandes, imprescindibles, dramaturgos de la escena actual. Tan brillante como políticamente incorrecto. Recientemente, pudimos ver en las tablas españolas su última pieza, Muñeca de porcelana -protagonizada por un magistral José Sacristán-, que se sumaba a una larga lista de obras como Glengarry Glen Ross, que obtuvo el Premio Pulitzer en 1984 y fue llevada al cine por James Foley, American BuffaloOleannaRaza y La anarquista. Pero Mamet no se ha limitado al ámbito escénico, aunque quizá sea en este donde ha alcanzado mayor celebridad. Tiene en su haber una sólida y larga trayectoria como guionista, participando no solo en la versión cinematográfica de sus obras teatrales, sino en muchos filmes como El cartero siempre llama dos vecesCasa de juegosLa tramaLa cortina de humo y la inolvidable Vania en la calle 42, basada en Tío Vania, de Chéjov y con dirección de Louis Malle. Sin olvidar su labor como director cinematográfico, y sus incursiones en el ensayismo, con títulos como Verdadero y falso. Herejía y sentido común para el actor, Manifiesto o Los tres usos del cuchillo: sobre la naturaleza y función del drama, entre otros.

Menos transitado por Mamet ha sido el terreno narrativo, aunque no lo ha dejado de lado en su producción, dando a la imprenta tres novelas. Alejado del género durante veinte años, ahora regresa a él con un impactante noir titulado como la ciudad que le vio nacer en 1947. Chicago. Y nos sumerge en el Chicago de la década de los años veinte, donde se ha impuesto la Ley Seca y los gánsteres se han apoderado de la ciudad sembrando el caos y la criminalidad. Y la corrupción institucional y policial campa también por sus respetos. Mamet ya se internó en este violento y siniestro mundo en su guion para la película Los intocables, de Eliot Ness, dirigida por Brian de Palma.

David Mamet nos presenta un fresco lleno de turbios personajes, llenos de cinismo. Tipos duros que no conocen la piedad y nada les importa salvo conseguir sus propósitos. Y en medio de todo ello, Mike Hodge, protagonista de Chicago. Mike, veterano de la Primera Guerra Mundial, trabaja como periodista en el Tribune, y conoce perfectamente todos los ambientes, sobre todo los más oscuros, todos los recovecos y entresijos de una ciudad cada vez más violenta. El destino va a provocar que se vea obligado a introducirse aún más en ellos.

Mike Hodge está enamorado de la joven irlandesa Annie Walsh, dependienta de una floristería. Su relación con ella es lo único que le proporciona un cierto remanso de paz. Pero, un día Annie es asesinada, quizá como venganza por las investigaciones sobre el crimen organizado que Mike Hodge está llevando a cabo. Su muerte le sume en un laberinto autodestrucción, pensando siempre en esa Annie que le han arrebatado: “El ciclo de remordimientos, autocompasión, anhelo y culpabilidad solo podía verse interrumpido por el alcohol. La bebida lo estaba matando y él se sentía agradecido”. Hay un momento, sin embargo, en el que se da cuenta de que no puede continuar así. Se lo debe a Annie. Mike Hodge se lanza a la búsqueda del asesino de su amada. No parará hasta encontrarlo.

David Mamet nos sirve un thriller por el que pasean personajes inventados y reales -hasta el celebérrimo Al Capone-, de conseguido ritmo y donde destacan unos punzantes diálogos, que no solo nos depara una absorbente lectura, sino que nos plantea interrogantes morales. A sus más de setenta años, el enfant terrible de la literatura norteamericana sigue estando en plena forma creadora.