Francisco José Cruz y González

La famosa actriz británica Emma Thompson describía así a la Gran Bretaña -su patria- cuando, en 2016, se convocó al referéndum que consultaría a sus compatriotas si deseaban abandonar la Unión Europea -el Brexit- o permanecer en ella. La actriz consideró insensato, “una locura”, que su país, del que hace la descripción brutal que reproduzco en parte, decidiera ya no ser miembro de la Europa comunitaria.

El hecho fue que el referéndum, tuvo lugar el 26 de junio de 2016 y el 51.9% de británicos decidieron salir de la Unión Europea. Aunque el 68% de los escoceses y el 56% de los irlandeses votaron a favor de permanecer en Europa, por lo que es válido afirmar que el Brexit es esencialmente un asunto inglés.

Interesa señalar, asimismo, que el 75.2% de los habitantes de la capital británica, Londres, votaron por la permanencia en Europa, como también lo hizo la mayoría de las grandes ciudades inglesas.

En cuanto al perfil de los votantes, los mayores de 65 años, residentes de zonas apartadas de los grandes núcleos urbanos de Inglaterra, así como los desempleados o con empleos mal pagados votaron mayoritariamente por el Brexit, mientras que una mayoría de jóvenes se decantó por la permanencia en la Europa comunitaria.

La campaña a favor del Brexit, tramposa y crispada, giró alrededor de tres temas: el control de la inmigración, después de la llegada masiva, en años anteriores, de trabajadores europeos, principalmente polacos; la “recuperación de la soberanía” del país frente a las decisiones de la Unión Europea; y la cancelación de las contribuciones financieras a Europa.

El proceso para desvincular de la Unión Europea al Reino Unido, ha sido largo y tortuoso, desde junio de 2016, con la salida del escenario político, por la puerta trasera, de David Cameron, el primer ministro conservador que convocó el referéndum, para evitar que el eurófobo Partido de la Independencia del Reino Unido, de Nigel Farrage, conquistará votantes conservadores.

Theresa May, la primera ministra sucesora de Cameron, a cargo del proceso de la salida británica de la Unión inició su gestión ostentándose como la campeona del hard Brexit, por el que el país abandonaría el mercado único, cancelaría la libertad de ingreso de los europeos al Reino Unido, y saldría de la unión aduanera. Desafiante, declaró que preferiría no tener acuerdo a concertar un mal acuerdo.

En 2017, después de meses de tergiversaciones y de su descalabro en las elecciones parlamentarias, una May, debiltada en lo interno y presionada por los europeos, olvidó el hard Brexit; y ya en 2018 propuso a Europa el proyecto de acuerdo denominado Plan Chequers, un soft Brexit, diría. Pero los 27 gobiernos de la Unión, reunidos en Salzburgo el 20 de septiembre, lo rechazaron.

Finalmente, el domingo 25 de noviembre, los 27 respaldaron el Acuerdo de Retiro de Londres, que, sin embargo, tiene un largo camino por delante para concluirse en definitiva: la aprobación final, por los 27, del Acuerdo; y que también lo apruebe la camara de los comunes británica, así como el parlamento europeo.

El 29 de marzo -el Día D- el Reino Unido dejará de ser miembro de la Unión Europea aunque su relación seguirá sujeta a las condiciones de un “período transitorio”. Por fin, el 1º de julio de 2020 concluye este período, que, sin embargo, podría extenderse hasta el 1º de enero de 2023. Todo ello, si el proceso no descarrila.

El tortuoso camino que sigue el Brexit ha producido un farragoso texto de 585 páginas, fruto de las negociaciones de Theresa May con los gobiernos europeos, sobre las condiciones del divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea. Las principales se refieren a:

La circulación de personas y la inmigración, que los británicos desean restringir, decidiéndose al respecto dar facilidades tanto a europeos ya instalados en el Reino Unido como a los británicos que estén residiendo en Europa.

En lo relativo a la contribución financiera de Londres a la Unión Europea, los británicos suponían que al desvincularse de Europa, contarían con los 10 mil millones de euros de la contribución anual que aportaban a la Unión Europea. Se decidió, sin embargo, que Londres siga contribuyendo hasta fines de 2020 y deberá, además, expedir un “cheque de partida”, de alrededor de 45 mil millones de euros.

El porvenir de Londres, la City, una de las principales plazas financieras del mundo quedó comprometido, ya que perdió el “pasaporte financiero” que le permitía operar, sin restricciones, en el espacio europeo. En consecuencia, la City tendrá el mismo estatus, limitado, de las instituciones financieras estadounidenses, canadienses o japonesas.

El Reino Unido tuvo que aceptar permanecer en la unión aduanera con la Unión Europea, sobre la que rige, como última palabra, lo que digan las instituciones comunitarias de Bruselas y Luxemburgo. En consecuencia, los británicos quedarán sometidos a numerosas normas fiscales, sociales o ambientales en cuya elaboración no participa su gobierno.

Objetivo de este llamado backstop, es evitar el establecimiento de una frontera “dura” entre Irlanda del Norte, que forma parte del Reino Unido y la República de Irlanda, miembro de la Unión Europea. Tal frontera pondría en riesgo la endeble paz entre los protestantes unionistas y los católicos republicanos, lograda con enorme esfuerzo a través de los Acuerdos de Viernes Santo, de abril de 1998.

Interesa mencionar el tema del Peñón de Gibraltar, en territorio de España, cuya posesión detenta -vease en el diccionario de la RAE el significado del término- el Reino Unido y que, conforme a dos preceptos -los artículos 3 y 184- del Acuerdo de Retirada –Brexit- parecía que el Peñón mencionado fuera lisa y llanamente Reino Unido. Lo que no acepta España.

El presidente Pedro Sánchez del gobierno español exigió modificaciones al Acuerdo o, en su caso, precisiones sobre los mencionados preceptos; y amenazó que de no obtenerlas, España vetaría el Brexit. Tal exigencia dio lugar a la declaración interpretativa del Consejo Europeo y de la Comisión Europea que avala la posición española, en un documento al que se añade la declaración de “enterado y de acuerdo”, suscrita por Londres este 26 de noviembre, el ministro de exteriores alemán recalcó el carácter vinculante que tiene la declaración europea sobre la colonia británica.

A pesar de que la declaración europea tiene pleno valor jurídico, la señora May afirmó en Londres, ante el parlamento, que España “no consiguió lo que quería” en el tema Gibraltar -y sigue agitando el avispero. Por su parte, los dirigentes políticos españoles Pablo Casado, Albert Ribera y Pablo Iglesias externaron críticas a Sánchez, sin querer entender estos políticos que los intereses de España frente al extranjero se defienden en un frente único, haciendo a un lado los intereses partidistas.

El camino seguido hasta hoy por el Brexit, es humillante para los británicos, una derrota para su gobierno y, de manera ostensible, escandalosa, para Theresa May. Los resultados de las negociaciones anuncian casi un suicidio para el Reino Unido, que solo ha conseguido migajas en esas negociaciones. Continúa sujeto a instituciones y reglas comunitarias: la unión aduanera y el tribunal europeo de justicia y sufre la degradación de la City, su centro financiero de relevancia mundial. Pierde la Gran Bretaña, además, el estatus y las ventajas en el comercio intraeuropeo e internacional, de los 27 miembros de la Unión Europa, el selecto club de Bruselas -pese a quien pese.

Por si hicieran falta declaraciones alarmistas, Trump, en noticias aparecidas el 27 de noviembre, insinuó que el acuerdo del Brexit impediría que el Reino Unido pudiera comerciar con los Estados Unidos. Aunque en la misma noticia el presidente estadounidense se mostró favorable a la ruptura de los británicos con la Unión Europea: declaraciones para todos los gustos.

Diversos factores han hecho caer a los británicos en la tentación de abandonar la Unión Europea; un mal negocio, como califican al Brexit sus críticos. Factores que tienen que ver con la frustración de los pobres, el convencimiento, erróneo, de que los inmigrantes, principalmente europeos quitan empleos a los británicos y se aprovechan de la seguridad social; la xenofobia. Pero también motivos de otra índole que no son necesariamente los que mueven a los pobres, sino a británicos de otros medios socioeconómicos: la nostalgia de una Gran Bretaña potencia mundial, la creencia de que puede volver a serlo; y la envidia -este sentimiento tan brutalmente humano, del que no siempre escapamos- que se tiene de Europa. ¿No respondía a eso la relación tan agresiva, rayana en la grosería, que tenía la primera ministra Thatcher con sus socios europeos y con Bruselas?

Esta mezcolanza de motivos, hábilmente utilizada por políticos y otros interesados, inmorales, hizo de la Unión Europea el ente malvado que manda inmigrantes, impone reglas y roba, expolia, a los británicos -recordemos el “¡Madrid nos roba!”, de los independentistas catalanes- y al gobierno de Su Majestad. Se vendieron mentiras y grandezas inexistentes, según las cuales sería posible al Reino Unido desligarse con facilidad, alegremente, de Europa. Pero no solo eso, sino seguiría obteniendo beneficios de miembro eximido de sus obligaciones como tal. Es increíble pero esas fueron las promesas y de ese tamaño fue la quimera.

Ante un futuro tan negro y en plena rebatiña -en México rebatinga- de políticos, conservadores, laboristas, libdem, SNP, verdes y eurófobos del UKIP, un importante segmento de la sociedad británica se está oponiendo al Brexit y exige un nuevo referéndum sobre el asunto. Con tal exigencia, 700,000 manifestantes de muy diversos medios y edades, desfilaron en Londres el pasado 20 de octubre. En esta “Marcha por el futuro” abundaron pancartas, por demás elocuentes: “Soy europeo y todos unidos estamos mejor”, “la Unión Europea nos aporta la paz, la seguridad, el mercado único”, “estamos hartos de este Brexit de mierda -this Brexshit”.

Hoy por hoy parece improbable un referéndum que eche atrás el Brexit. Pero a decir verdad ese acuerdo pende de un hilo, la permanencia de May en la primatura no es segura, y tampoco sería de descartarse totalmente un nuevo gobierno laborista. Así que en este escenario de incertidumbre, bien puede suceder que haya otro referéndum que convierta al Brexit en una pesadilla de la que el Reino Unido haya despertado y siga en la Unión Europea.